La biblioteca del mundo
Silvia Patricia Arias Abad
Hace algunos fines de semana, cuando el ocio y el retiro de los asuntos laborales lo permitió, tuve la oportunidad de ver en un canal de plataforma el documental “Umberto Eco: La biblioteca del mundo” (2022). Para quienes son lectores de Eco, o en su defecto amantes de la lectura, no pueden quedar menos que admirados del tamaño de biblioteca que formó a lo largo de su vida el escritor, semiólogo y filósofo italiano. Sin embargo, no es solo la cantidad numérica de volúmenes que mantenía en su casa-estudio-biblioteca lo que llama la atención, sino la gran diversidad de temáticas que la conforman, especialmente los llamados libros “raros”, clasificados así, por estar relacionados con temas de carácter esotérico, mágicos y ligados más a los contenidos que son imposibles de verificar pero que precisamente es por esa razón que son sumamente atractivos.
En una época en la que los libros ya no acompañan como antes y las bibliotecas familiares ya no existen de la misma forma en que existían en los hogares de quienes pertenecemos a las generaciones pre-internet, darnos cuenta de lo que un hombre y su vivaz interés por el conocimiento y su amor por la cultura pudo hacer al recopilar más de 30,000 volúmenes de títulos contemporáneos y 1,500 libros antiguos y “raros” no hace más que servir de inspiración a los amantes de la lectura, no solo a seguir manteniendo el vínculo placentero con el libro y sus páginas, sino en el interés “desinteresado” por el saber, por el conocimiento en general. Ese conocimiento que al final nos humaniza y nos conecta con las ideas de quienes vivieron en otros tiempos y en otros espacios, pero también para quienes comparten hoy el mundo con nosotros.
Un documental fascinante que nos deja ver también que siempre una biblioteca habla de la vida de quien la ha creado, de sus intereses, sus pasiones, viajes, miedos y fascinaciones, porque el documental no es en sí una biografía de Eco, sino un viaje por los libros más extraños que conforman su espacio bibliotecario, y que al mismo tiempo le sirvieron de germen para algunas de sus novelas más importantes, como es el caso de El nombre de la rosa (1986). La cercanía con los textos, cuyos autores más que verdades se dedicaron a elucubrar una serie de falsos saberes (que no de mentiras) que se fueron transmitiendo de un libro a otro y que en el documental aluden a algunos autores del siglo XVII que se inventaron a personajes inexistentes que escribieron libros que no existieron pero que con ello sembraron la duda y el interés de seguir difundiendo este falso saber. Se puede señalar, por ejemplo, el caso del segundo volumen de la Poética de Aristóteles dedicado a la comedia y que Eco introduce como parte de la trama en la novela El nombre de la rosa, y en la cual se establece que es un texto perdido o “desaparecido”, quién no se siente a partir de esta elucubración tentado a adentrarse a la investigación de la existencia no existente de este asesino texto que detalla lo subversiva que puede ser la risa.
Sea pues motivo para que quienes no lo han visto puedan acercarse a este documental, que sin duda alguna para todos lo que respetan, viven, aman a los libros, no como objetos puestos en estanterías, sino como memorias de papel vivas que nos invitan a ser leídas, revisadas y por qué no, como el propio Umberto Eco lo resalta, poder subrayarlos, hacer notas a pie de página para que en algunos años más adelante que volvamos a esos libros nos permitan ver cómo hemos cambiado, cómo es que ese diálogo entre las páginas y el lector es un proceso en constante devenir. Entre “libros mentirosos”, volúmenes raros, “memorias vegetales”, anécdotas y un entorno de casa-biblioteca discurre la hora con veinte minutos que dura este documental, una fabulosa invitación a la búsqueda del conocimiento a través de las memorias de papel acompañados de una taza de café o de lo que se apetezca…