La cara fea de la OEA
Juan M. Negrete
Para lo que ocurre hoy en nuestra región latinoamericana, viene a cuento la cancioncita del cubano Carlos Puebla, cuyo estribillo rezaba: Cómo no me voy a reir de la OEA, si es una cosa tan fea, tan fea que causa risa, ja, ja, ja.
Decidieron los gringos aislar al gobierno revolucionario de Cuba, tratando de ahogarla. Recurrieron a todos los expedientes habidos y por haber: La invasión, el bloqueo internacional, la satanización en los medios masivos de comunicación… Todas las agresiones posibles encubiertas bajo el falso manto de la democracia. Buscaban avalarse con una bandera que todo mundo aceptara y condenar así la vía del socialismo, que experimentaba Fidel en la isla. Fue guerra sin cuartel, desatada desde el Pentágono, desde Wall Street, desde todas las posiciones, institutos y programas que inventa el tío Sam para controlar esta parte del mundo.
La razón por la que Carlos Puebla compuso su cancioncita burlesca en contra de la OEA fue porque, en una de sus sesiones solemnes, celebrada en Punta del Este, Uruguay, todos los países del continente a una decidieron expulsar a Cuba del concierto de nuestros ‘democráticos países americanos’, porque el socialismo implantado en Cuba iba en contra de nuestra idiosincrasia. ¡Háganme el favor! Todos, menos México. También hay que decirlo con todas sus letras. Eran los tiempos en los que tremolábamos y practicábamos la doctrina Estrada, que proclama la no intervención y el respeto a la libre determinación de los pueblos, claro.
Para contextualizar a la generación más joven, que no conoció en vivo aquellos avatares, habrá que decir que el mundo de aquellos días, al que se le calificaba como ‘el de la postguerra’, se había dividido en dos bloques irreductibles, los capitalistas y los socialistas. Los capitalistas se autodenominaban democracia liberal, Occidente y otros epítetos. A los socialistas los conocíamos como socialistas, el bloque del Este, los de la cortina de hierro. Acá se practicaban, nos decían, las libertades democráticas. Allá dominaba implacable el totalitarismo y parémosle de contar.
Por los acontecimientos fortuitos del rechazo gringo a su revolución vindicatoria, Cuba fue adscrita al listado de los países socialistas y recibió de inmediato el apoyo de los países más poderosos de aquel bloque, la URSS y China. Era una decisión clave en su supervivencia, para poder enfrentar la andanada capitalista, encabezada por los gringos. Pero éstos, en su demencia intolerante y supremacista (que aún no se calificaba como tal), lo tomaron a desacato, a injuria. Fue la razón de su expulsión del concierto de la OEA, de la que los cubanos se carcajearon, pues les hacía lo que el viento a Juárez.
Todo parecía, o nos hacía creer, que el adefesio de OEA ya era una momia insepulta. Pero no es así. La ambición del imperio fracasó en su intento por controlar los yacimientos de Irak y de Siria, y volvió la cara a su traspatio latinoamericano. Su sed insaciable de petróleo les hizo fijar de nuevo la vista en los hidrocarburos venezolanos. Mas se topó de frente con la resistencia del pueblo bolivariano y de su gobierno por no dejarse despojar. Maduro se tornó malo de inmediato. Muy malo. El gobernante chavista en turno se convirtió en el negro de la feria. Contra él han ido los obuses satanizadores de los últimos años.
Luego vino Correa, el de Ecuador. Y también desenvainaron los sables en contra de Cristina Kirchner, la argentina, en contra de Lugo en Paraguay y en contra Lula en Brasil. Es mucho más complejo este asunto geopolítico, porque implica no sólo su ambición de nuestro petróleo, sino también la imposición del formato económico neoliberal. La privatización de todos los bienes públicos. La monetarización de nuestras economías. La defensa a toda costa de los intereses del capital financiero y muchas otras dagas. En este ambiente enrarecido y perjudicial para nuestros colectivos tenía que aparecerse de nuevo la OEA. Por supuesto que la tenemos otra vez entre nosotros.
Parecía que su campaña de tirar a Maduro iba en caballo de hacienda. Pero ya se le complicó el panorama. Tras dos décadas de dominio espeluznante del neoliberalismo en el patio trasero latinoamericano, como por arte de magia, brota en cada uno de nuestros rincones la protesta unánime de nuestros pueblos oprimidos. Han decidido sacudirse la bota militar, la bota financiera, la bota autoritaria, mediante las cuales nos han mantenido calladitos y sin chistar. Empezó Argentina, siguió Ecuador. Manifestaciones multitudinarias del pueblo bajo en contra de las medidas leoninas impuestas por el FMI, el BM, la OMC, la OCDE y el BID. La explosión de rechazo popular al modelo neoliberal, que no se esperaba, fue la de Chile. Al pueblo bajo latinoamericano, la incorporación de la masa chilena, de vieja prosapia combativa desde los tiempos de la Unidad Popular de Salvador Allende, le resulta una bocanada de aliento y esperanza. Los oligarcas no salen de su asombro. Se ven atónitos y descompuestos. Su carta de sable desenvainado ya no surte efecto con un pueblo dispuesto a sacudirse toda dictadura, disfrazada o descarada.
¡Ah, pero la OEA está preocupadísima! Se desgreña porque Evo fue declarado ganador sobre su contrincante Mesa y continuará gobernando Bolivia. No habrá segunda vuelta. La OEA desconoce el triunfo y propala que hubo fraude. Exige la celebración de la segunda vuelta. Latinoamérica arde en llamas, pero la OEA pierde de vista el bosque, por andar mirando tan sólo arbolitos bonsái. ¡Cómo no reír de la OEA, si es una cosa tan fea…!