[Este relato contiene diez historias amorosas. Se irá publicando cada una de ellas por orden de aparición del relator. Pueden leerse de manera independiente]
Mel Toro
10.- Décima y última historia:
El ganadero invita a sus vaqueros a iniciar el ascenso de la cuesta. Hay luz suficiente para emprender la marcha. A una voz, se levantan todos e inician su recorrido. Mientras van ascendiendo la cuesta, Carlos narra su relato. Avanzan en silencio. Todos van embebidos escuchando al patrón,colgados de sus palabras. Les narra la triste historia de Norma.
_ Ya ven, muchachos – abre tranquilo el ganadero -, que a mí me gusta pasarme toda la tarde de los sábados entretenido en la unidad, hasta que anochece. Me hacen ruedita muchos amigos y les invito las chelas de rigor. La pasamos bien. El sábado me extrañó ver que no llegaban los chómpiras. Las gradas estaban casi vacías.
Pregunté a más de alguno a qué se debía la escasez de público. Me dijeron que los aficionados, como todos son raza joven, habían ido a acompañar a una muertita, a la que llevaban a enterrar. No pregunté de quién se trataba e hice lo mismo que la bola. Cogí la camioneta y me fui al jardín, a la parroquia. Es lo usual. Se celebra ahí la misa de cuerpo presente y, ya que concluye, parte el cortejo al panteón a acompañar a los dolientes. Ya me enteraría con detalles de quién se trataba.
Mi sorpresa fue mayúscula. Sentado a la espera de la salida del contingente de deudos, que fueron muchos esta vez, interrogué a unos curiosos sobre el muertito.
_ ¿A poco no estás enterado?, fue respuesta a coro de los presentes. – Es Norma, la bella, la hija de Ramón, el pitochueco.
No salía yo de mi asombro. No lo creía. Casi todas las noches me iba yo al puestecito de tacos de su mamá, para cenarme mi buen plato. Pero más que por cenar, por contemplar a esa chica tan bella, compañía permanente de su mamá en la vendimia. Hermosa Normita, como un peso.
Sabía bien yo que estaba siempre ahí con ella, porque su papá Ramón andaba tocando con el conjunto norteño en las cantinas y en las piqueras, para conseguir la papa. Ya cuando anochecía bien, aquel llegaba del paseo de esquilmar borrachitos con música contratada y llegaba a recoger a su esposa y a su hija, para llevarlas a casa. Por supuesto que el que empujaba el carrito era él. Por eso era el hombre de la casa.
Indagué los detalles de la muerte de niña tan hermosa. Los curiosos me enteraron de los detalles de la tragedia. Aquí les van. Aunque, como siempre, a la hora de llegar a los detalles finales, los hilos se bifurcan.
Resulta que Normita se hizo novia de un muchacho de El Chante. Y seguro se querían mucho, pues decidieron casarse. El muchachito no era tan pudiente. Decidió irse al norte para juntar dolaritos, que aquí sí lucen. Le estaba yendo bien, porque empezó a mandarle dinero. Ésta se agenció las cositas caras: vestidos, zapatos finos y otras menudencias.
Mas brotó el prietito en el arroz. Ella había sido novia antes de otro muchachito, también de El Chante. Ambos eran primos hermanos. El despechado andaba que trinaba y hasta hablaba con las piedras. Rumiaba una venganza tan dura que, de ser posible, frustrara la boda. El novio regresó del norte. Corrieron las amonestaciones y agendaron la fecha de la boda. Ya estaba todo listo y pintaba a ser una fiesta halagada. No se veía nubarrón alguno en el horizonte. Pero ya ven cómo brotan las desgracias. Esta vez no fue la excepción.
El mero día de la boda vino el despechado. Fue al domicilio de Normita, exigiendo hablar con ella. El papá lo encaró y se opuso a que se vieran El exnovio se empecinó hasta que Ramón accedió. Norma se hizo presente. La niña estaba radiante. Siempre fue muy bella, pero ahora, ya atildada para la ceremonia, se veía radiante. Traía ya puesto el tocado. Me la pintaron como deslumbrante.
El ex no iba a tratarle asunto alguno, ni a exponerle nada. En cuanto la vio parada por fuera de la casa, desenfundó y le discargó la pistola. Normita se desplomó al suelo. Su alma voló al cielo sin boda y sin florituras. Los relatores, como dije antes, no coincidieron en los detalles finales. Según ellos no vació toda la carga sino que guardó balas para sí mismo. Viendo expirar a su exnovia, se apuntó a la sien y ahí mismo se suicidó. Decían que el cuerpo del matón quedó cubriendo su fechoría.
Me integré al cortejo. Le di el pésame a su mamá, de quien era cliente de sus tacos, y a Ramón, su papá. No podía no acompañarles. En su momento oportuno, me acerqué a Ramón y le di un apretado abrazo de condolencias por la partida de hija tan bella. Sin saber ni qué decir le hice ver que la vida iba a continuar y que pronto lo superaría.
Cuando bajamos del panteón, ensimismados todavía, un buen amigo se me emparejó y me movió plática, entre misterioso y mustio.
_ ¿Sabes a quién le diste ese abrazo tan sentido al último?
_ Pues al padre la muertita – le respondí en automático.
_ Pues, sí. Es el papá de la muerta – me devolvió la especie -. Pero también es el matón del criminal de su hija.
Yo me paré en seco y le miré a la cara, exigiéndole que me desenredara el chisme. Sin darle muchas vueltas, me armó el cuadro final. Ramón se la olió que el exnovio había ido a buscar a Normita para ultimarla. Ágil fue por su pistola. Por la ventana vio cómo el exnovio disparaba contra su hija. No se contuvo. Como ya traía la pistola en la mano, le descerrajó un plomazo en la cabeza. Así que no hubo suicidio, sino un acto de justicia que no tenía por qué ser impedido por nadie.
_ Y nadie le va a seguir ni juicio ni nada a Ramón. Todo mundo aprueba ahora y aprobará lo atinado de su intervención, aunque no lograra evitar la muerte de su hija.
Me quedé parado, de una pieza. El indiscreto narrador se fue alejano de mí. Yo estoy todavía sin saber a qué atenerme con el final de esta historia.
Los vaqueros guardan silencio y continúan ascendiendo la cuesta, sin volver a mirarse ni entre sí, ni con los ojos de su patrón ganadero, quien lleva la mirada vidriosa y derrama algunas lágrimas, que surcan su mejilla. Le hacen brillar el rostro con los primeros resplandores de la mañana.
Fin