LA COCOCHA (un cuento largo en diez historias menudas)
[Este relato contiene diez historias amorosas. Se irá publicando cada una de ellas por orden de aparición del relator. Pueden leerse de manera independiente]
Mel Toro
(A guisa de exordio):
A entrada de aguas, Carlos, ganadero opulento, subió sus reses al cerro prieto. Le compró pasturas al heredero del rico Eudaldo. Arriba no sirven los lienzos y hay que dar vueltas para cuidar que los animales no se pierdan. El ganado, con ser gregario, da a veces en extraviarse. Consumido ya lo de un potrero, organiza Carlos cambiar el animalero a otro. Es tarea fácil, si se le gana tiempo al tiempo. Saliendo a horas del amanecer desde el rancho, se trepa una pendiente muy empinada. De no llover recio o no presentarse otro obstáculo, a horas de almuerzo, pueden llegar a las majadas a donde, en cuanto empieza a apretar el calor, baja el ganado a tomar agua. Cercado el rebaño, lo arrean sin complicación hasta el otro pastizal.
Cita a sus mozos a estar en el establo de madrugada. Saldrán temprano, todavía a oscuras. porque de mañana la remuda camina cómoda. Varios vaqueros se ofrecen a ayudarle. Tiene dos mozos de planta, el Chamos y el Chacamota. Como los vaqueros están parados, tomarán la ida al cerro como paseo.
Carlos y los mozos acuden prestos al llamado. La peonada nota taciturno al patrón. Todos. No le brota su habitual carácter dicharachero. Extraño silencio. Detiene Carlos la mirada en cada uno de ellos; baja los ojos; raya en el suelo con una vara, sin salir de su mutismo. Ni las llevaderas le hacen. Lo presionan para que abra el pico. Moisés y Román, los más viejos, le conocen de hace buen tiempo, desde siempre. Insisten ambos en romperle su mutismo, buscando su sabrosa plática.
_ Eso de cuidar animales es cosa dura – condesciende al fin -. A uno nomás lo ven trepado en el caballo, dejándose agitar la cabellera por el viento y alejándose en el horizonte. Pero no saben lo que hay en las alforjas. Solo uno, buscando animales matreros, desbarrancados o perdidos, para arrimarlos de nuevo al chinchorro, sabe lo que padece. Es dura la vida del vaquero. En tiempo de aguas, ni dónde acostarse. Todo mojado. Pero para qué les cuento…, si todo esto ya lo saben. Los muchachos ríen.
Moisés, el viejo, interrumpe la risotada.
_ ¿Qué trais, vale? A mí no me la pegas. Suéltala
_ A esta campeada no voy a ir tranquilo. Traigo un dolor.
_ Si andas malo vamos nosotros solos, al cabo conocemos bien tu ganado.
_ No es dolor físico. Es otra cosa. Si quieren saberlo, lo cuento. Con una condición. Tenemos tiempo.
_ Venga de ahí – contestan animados, todos a una.
_ ¿Sale?
_ Sale
_ Antes de que arranquemos, cada uno de ustedes va a contar una historia de amor que termine en tragedia. Es igual que les conste o que se la hayan referido.
_ ¿Cómo dolorosa? – tercia Moy joven – ¿pues qué quieres saber?
_ Ustedes hagan su relato. Sólo así me animo a decirles qué verduguillo traigo encajado en el pecho.
Crepitan las llamas de la lumbrada. Los hijos de Moisés, Pepe y Moisito, siempre acomedidos, ponen la olla del café. El frío de la madrugada cala. El café con piquete combate bien lo entumido de los huesos. Román convidó también a dos hijos, el Chino y Lucas. Todos se reburujan en sus sarapes. Chaca y Chamos aparejan las bestias, cuidan que no falten arreos ni arneses. El ganadero los une al grupo. Para partir falta Rafa, hermano del Chaca, que quiere ir al cerro por peyote y camotes. Es bueno para andar. Pero no ha llegado.
Como aceptaron la condición del patrón, se alista cada uno a contar su historia. Moy, el viejo, se arranca, el primero:
[Continuará…]