LA COCOCHA (un cuento largo en diez historias menudas)
[Este relato contiene diez historias amorosas. Se irá publicando cada una de ellas por orden de aparición del relator. Pueden leerse de manera independiente]
Mel Toro
6.- Sexta historia:
Román es vaquero viejo. Le encantan las visteadas. Monta un caballo negro entero, que lo saca de las peores simas y de los lunares más escombrosos. Es jinete calado. Por eso se lo conchaba Carlos cada que puede. Los hijos van tras las huellas de su padre. Son jinetes de a pelo y de silla. Y no tienen temor a ningún abrupto. Corren a galope y saltan vallados de puro contento. Lazan a pie y montados. Tumban recentales y toros de cuenta. Las sogas son su vida y los animales su jareo. Lucas y el Chino se vinieron a acompañar a su padre. Ha estado lloviendo mucho y por estos días no han salido a trabajar. Toman la ida al cerro prieto como de paseo, porque Carlos es muy su amigo de todos en el rancho. El ganadero pide a Lucas que narre su historia y previene al Chino a que vaya preparando también la suya.
Lucas es desabrido para este oficio. Sin más salero en la mollera de la que pueda tener una piedra en el cerro, refiere a un individuo, Luis Virgen, de apodo el Mariposo, que había comprado una tartanita datsun, a la que cuidaba como si fuera su hija. La lavaba, la pulía, la enceraba. Todo el día estaba con el cofre levantado mirándole hasta el último detalle al motor, con el fin de mantenerlo siempre bien alineado. La carrocería y los rines de las llantas lucían limpiecitas siempre, como si estuviera trepada en escaparate de terciopelo. Por dentro, la unidad no guardaba una sola mancha. Era afelpada la caseta y de cuero sus asientos. Toda ella lucía primorosa, hasta en los más mínimos detalles.
En el tramo que va al puente, a la altura del Cacalote, está cortado el cerro. Pero los relices no son sólidos. Cae de arriba piedra, balastre, por ser un material rocoso pero poroso. Eso no quita que sea piedra dura. A veces se vienen de arriba peñascales, chicos o grandes. Cuando llueve, amanecen las curvas de la carretera cubiertas de estos topes y retenes naturales. Quien transita tiene que extremar cuidados, sea salvando escollos o hasta parándose a rodar las piedras más voluminosas para poder continuar adelante.
El Mariposo salió temprano en su camionetita a un viaje a Autlán. Apenas se veía. Pasó Ayuquila sin novedad, lo mismo el Cacalote. Pero en las curvas, ya para llegar al puente aminoró el paso porque el piso de la carretera parecía alfombrado del balastre filoso, caído del cerro por la noche. Tanteó que las libraba y así iba siendo, por la atención con que las escabullía. Su mala suerte hizo que pisara una piedra puntiaguda. Le ponchó la llanta. Cuantificó el estropicio y se puso a cambiar la averiada por la de refacción. Apenas puestas manos a la obra, agachado al piso para instalar el gato, se despeñó del reliz un tenamaste y lo apalcuachó. Un risco pesado. Se medio desmoronó en partes al azotar en el suelo. Pero al Mariposo le pegó de lleno cuando todavía volaba compacto en caída libre y lo mató. Ahí quedó el hombre.
_ ¿Qué tiene que ver eso con una tragedia amorosa? – pregunta el ladino de Moy chico, poniendo cara de asombro.
_ ¿Cómo que qué? – revira Lucas arreborujándose de nuevo en su frazada -. ¿No ven que el Mariposo estaba enamorado de su camionetita?
_ Y ¿tu mamá no compra un pollo?
_ Y la tuya ¿no se sube en bicicleta?
_ Ya párenle, jotos -. Reconviene Moy viejo, buscando que le hagan caso.
Las burlas de su muchacho rebasaron a Román. Lucas tampoco es pieza. El único que lo puede meter en orden es él mismo, su padre, sin reprimirlo, pues entiende el humor ágil y salidor de su muchacho. Moisito acata la amonestación.
[Continuará…]