La disolución del PRD / III y último
Juan M. Negrete
Nos hemos estado ocupando en la revisión de los elementos necesarios para su vigencia, que ya no están presentes en el PRD. Los burócratas electorales han de borrarlo de la lista. Para entender mejor todo este embrollo se nos ocurre echar mano de una figura tradicional, que le embona como anillo al dedo. Se trata de la imagen de la voluntad popular retratada como un gigante o como un coloso. La idea de fondo de ésta remite a una especie de adversario prodigioso. Sería muy lento, muy pesado en sus desplazamientos. Algo así como una figura invulnerable. Es la imagen a la que remiten los que sostienen la tesis de que los pueblos son insondables. Paso que dan resulta inamovible.
Tal vez sea la savia que alimenta a todos los analistas que sólo le ven virtudes a la democracia. Si la democracia es el gobierno del pueblo y éste es invulnerable o infalible, o todas esas virtudes juntas, cobijarse entonces a tal fuerza es la más atinada de las estrategias. Sin embargo, los creadores de figuras también le han hallado el tendón de Aquiles a esta figura insondable. Su punto de vulnerabilidad vendría a ser lo que se imagina como un coloso con pies de barro. Y por ahí es por donde hay que escarbar para terminar de entender lo que queremos ilustrar en este asunto de la disolución del bien constituido partido de izquierda que armó buen tiempo nuestra comuna.
Pusimos en antelación de las entregas anteriores que una de las claves que nos darían luz era la vida interna de lo que fue en su origen el PST dentro de las volutas incontroladas de la vida del partido que se armaba, que era el PRD. Ya dijimos suficiente de esta opción y resultaría ocioso insistir en ello o, peor aún, aportar más elementos ilustrativos, que los hay. Para sintetizar el asunto y adecuarlo al ajuste con la figura del coloso popular, habría que decir que el trabajo de todos estos intelectuales venales y activistas políticos vendidos consistía en transformarle a este gigante, desde dentro del partido, los pies y cambiárselos por plantas de barro. Dado que es la única forma de conseguir que se desplome, había que inducirlo desde dentro a ganarse tal debilidad.
Pero no hay que dejar pasar los embates directos que sufría por la mala voluntad de los poderes facticos, o del régimen, o del sistema, como siempre se les mienta. Una de sus muestras más evidentes y palmarias de cómo hacían funcionar sus venenos lo tuvimos con las modificaciones que se les hicieron a las leyes agrarias en 1992, en tiempos de Salinas, y luego con la aprobación del atraco del Fobaproa, en 1998. De ambas medidas seguimos sufriendo aún sus nefastas consecuencias en la economía popular y no vemos llegar el remedio que les ponga fin.
De la modificación a las leyes agrarias se nos vino el fin de la autosuficiencia alimentaria, que se nos ahondó con la firma del TLC. Día con día estamos viviendo los resultados desastrosos de estas medidas. No sirve de tanto sostener que se trata de imposiciones dictadas desde el centro del imperio gringo, donde sus financieros dan la consigna que hemos de seguir sus súbditos y aquí no nos queda otra que sujetar nuestra economía a sus caprichos. Lo triste es constatar el hecho duro de que los propios vasallos, de tan abyectos que resultan, buscan o inventan las figuras ‘legales’, apegadas a los formatos jurídicos vigentes, para darles cuerpo y salida.
Una de ellas viene a ser esto de la obtención de las mayorías calificadas en los congresos. En el nuestro, ambas medidas ya aludidas vinieron a acuerpar los dos dictámenes referidos y luego terminaron de darnos lo que supusieron que era el tiro de gracia, en el 2012, con la firma del Pacto por México, suscrito por los legisladores de los tres partidos mayoritarios del país. Ya con el marbete de esta mayoría calificada, establecida en las urnas, dieron paso a las famosas Reformas estructurales en el sexenio de Peña Nieto. Lo que seguía era nada más sostener a la fuerza ese paso colonizador y no permitir que el coloso derribado volviera a levantar cabeza.
La votación que obtuvo la aprobación del Fobaproa en el congreso, el 12 de diciembre de 1998 fue de 325 votos del PRI y del PAN, a favor, contra 159 del PRD en contra. Al día siguiente, en el senado, 93 votos del PRI y del PAN a favor y 10 del PRD en contra. Era clara y palmaria la alianza contra natura de estos dos partidos vendepatrias. Armar luego la farsa de la supuesta transición a la democracia en el 2000, donde llevaron a Fox a la titularidad del poder ejecutivo, era un pasito más de la danza, que culminó con el fraude del 2006 en el que impusieron al espurio de Calderón y todo lo que se siguió después.
Lo que vino a derrumbar a nuestro coloso fue pues la puesta de pies de barro a nuestro endriago popular. Era la tarea concreta de los Chuchos, apoderados de la dirección legal o legítima del PRD. Pero no sólo eso, desde luego. Para nuestra fortuna como integrantes de los mimebros y del cuerpo de este coloso tirado, ni los destructores internos, ni la oligarquía desatada misma contaban con la astucia del chapulín colorado, que terminamos manifestándonos en la gran mayoría que somos. Así habría que pintar el fenómeno de la bandera que agitó en estas circunstancias desastradas la señera figura de AMLO y su equipo, quienes nunca se dieron por rendidos y fundaron al nuevo partido Morena, del que ya hay que empezar a decir muchas cosas. Ya nos ocuparemos entonces con más detalle de la situación presente, que tampoco tiene cerrados los males endémicos, pues los enfrenta todo coloso dispuesto a sobrevivir y a no dejarse sorprender. En ésas andaremos.