La disolución del PRD

La disolución del PRD

Juan M. Negrete

Entre las secuelas más notables derivadas de la jornada electoral recién celebrada, está la pérdida de registro del PRD. Busquemos explicarlo.

Para precisar hechos históricos, hay que fijar las fechas de su acontecer. El dato de la aparición de este partido es el día 5 de mayo de 1989. Pongamos el de su extinción el día 2 de junio del 2024, que corresponde a la emisión de sufragios con que la voluntad popular arrojó la última palada de tierra a su tumba. Son pues 35 años de presencia en el espectro político del país, que no es minucia alguna. El PRD ganó presencia y llegó a convertirse en la segunda fuerza a nivel nacional. Pero lo más importante es que vino a ser el acaparador o el referente obligado e indiscutible de la izquierda en el país. De esto habrá que dar razones atinadas. Lo ensayaremos.

Para descubrir el cáncer que le dio al traste, habrá que revisar las variables presentes a la hora de su aparición. Tales precisiones nos obligan a dirigir la lupa a la vida misma de los partidos en nuestro país. Por fuerza tenemos que detener la mirada atenta en el PRI, que fue el monolito estatal, el partido de estado o la aplanadora, a lo largo de setenta años del siglo pasado, desde su nacimiento en 1929.

Hay, como debe serlo, una abundante literatura en torno a este asunto concreto. Mencionamos y recomendamos al lector, interesado en la formación y vida de este partido presente en nuestra vida nacional, el texto de un escritor mexicano fuera de serie: Luis Javier Garrido. Presentó su tesis doctoral en la Universidad de París I, el 23 de septiembre de 1980, bajo la tutela de Maurice Duverger. Se trata del conocido texto: El partido de la revolución institucionalizada (la formación del nuevo estado en México, 1928 – 1945). Se lo publicó la editorial Siglo XXI en 1982.

Este autor da cuenta de las peripecias del proceso vivido por nuestro pueblo para convertirnos en el México que fuimos a lo largo del siglo XX. Pero no le tocó vivir, para insertarla en ese texto, la gran crisis en la que el estado mexicano y su partido de estado se vieron envueltos en la década de los ochenta, al romper con la base económica y la dirección social que le había dado origen y de la que recibía toda su fuerza y apoyo colectivo. Era tan fuerte esta identificación colectiva, que se manejaba como muletilla frecuente la frase de: el pequeño priísta que todos llevamos dentro. Era algo parecido a la irónica calificación de marxistas guadalupanos, como para aludir a que lo guadalupano y lo priísta vendrían a ser sinónimos inequívocos de lo nuestro.

Pues bien, la identificación de lo priísta con lo mexicano se rompió desde dentro mismo de los vericuetos estatales y a la larga vino a dar al traste con todo lo que huela a PRI, aunque sus exequias definitivas van durando demasiado. Ahora empieza a ser más evidente su próxima inhumación. Pero dentro toda esta runfla de exequias prolongadas hay que insertar justo el nacimiento del PRD, que es el tema presente.

La contienda electoral del año 1988 fue muy pesada. Se dio una confrontación entre la contienda electoral la contienda electoral los dos bloques generados  por el cambio de marcha en los objetivos de manejo para la población desde la estructura del poder constituido, justo lo que sostenía el monolito estatal o PRI. Por un lado, estaban los tecnócratas, dispuestos a alinearse con la consigna neoliberal que dictó el imperio a sus colonias. Contra tal postura se levantaron los tradicionales priístas, que abrazaban la consigna del nacionalismo revolucionario, también calificado como cardenismo.

El bloque nacionalista priísta se conoció como Corriente Democrática. Su afán visible y público levantó la bandera de las elecciones internas. Lo que consiguieron fue ser expulsados de la maquinaria partidista, por lo que se lanzaron a la contienda con un candidato distinto al oficial o tapado. Al ser destapado se vio que era Carlos Salinas. El candidato de la CD fue el hijo del Tata Cárdenas: Cuauhtémoc Cárdenas, que se llevó de calle la votación. Pero la maquinaria o ‘el sistema’ como se decía entonces sentó en la silla presidencial a Salinas, por medio de un fraude escandaloso del que ya no se recuperó la maquinaria estatal. Esto ocurrió en julio de 1988.

A la candidatura de Cuauhtémoc, alzada por la CD del PRI, se le sumaron los demás partidos que pululaban por esos días, salvo el PAN. Todos se reclamaban de izquierda. La candidatura del hijo del Tata nació pues como frente opositor y aglutinó a los viejos conocidos, PARM, PPS, con los de más reciente aparición, PFCRN y PMS. Al bloque le pusieron el nombre de Frente Democrático Nacional (FDN), que vino a ser un abanico demasiado amplio.

Tras el traumático fraude y para no caer en la tentación de la violencia, que hubiera dado justificación a la represión sangrienta por parte del monolito estatal, se propuso convertir toda esta concurrencia partidista en una sola fuerza. Estuvieron de acuerdo en constituirse en un solo partido. Es el origen inicial del PRD, cuya asamblea fundatoria se celebró el día 5 de mayo de 1989, casi un año después de aquella memorable jornada electoral.

La clave que buscamos para entender la disolución actual del PRD ha de ser buscada justo en los actores que concurrieron a su fundación. Y concretamente habrá que fijar la lupa en la presencia y el actuar del que se conoció por esos días como PFCRN (partido del frente cardenista de reconstrucción nacional), que había cambiado su nombre original de PST. Sigamos esta pista.

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