La escuela de Kioto

La escuela de Kioto

Josefina Reyes Quintanar

Oriente versus Occidente, el eterno debate de ideas en diversos ámbitos: moral, político, económico, tecnológico y porqué no, existencial. Por lo general así es, pero no siempre. Han existido momentos en que algunos pensadores se detienen a indagar un poco más sobre esta dicotomía en nuestro mundo. Tanto de aquí para allá como viceversa. Un ejemplo de esto corresponde a la Escuela de Kioto, que constituye una contribución sostenida y original de oriente lejano -Japón- a la Filosofía Occidental desde una característica totalmente oriental.

Nishida Kitaro, Tanabe Hajime y Nishita Keiji fueron los tres pensadores japonenses más representativos de la escuela de Kioto, se dedicaron a estudiar el pensamiento Occidental y gracias a su fascinación, en lugar de imitarlo o combatirlo, lo conocieron profundamente. Naturalmente estaban condicionados por el prejuicio inevitable de la cultura japonesa, pero descubrieron, llegando a repercutir en el mismo Occidente, el nombre griego de “filosofía”, cuando ésta aún no se había separado en religión y sabiduría ni era pensamiento exclusivamente racional.

Fue en 1932 cuando se utilizó por primera vez el término “Escuela de Kioto” por estudiantes de Nishida y Tanabe y no era como tal una escuela de filosofía, como la Escuela de Frankfurt o la Academia de Platón. Más bien, un grupo de académicos se reunió alrededor de la Universidad de Kioto como lugar de encuentro con el fin de propagar un pensamiento independiente. Influenciados por el idealismo alemán y la izquierda marxista empezaron a trabajar. Posteriormente el término ya era aceptado por los medios y las instituciones japonesas.

Ese conjunto de las contribuciones sistemáticas realizadas en el contexto de una filosofía japonesa budista en diálogo con la historia de las ideas de Occidente es lo que caracteriza a la Escuela de Kioto, el análisis de temas fundamentales de la filosofía desde una perspectiva oriental. Son dos sus principales elementos: primero la voluntad transformadora del sujeto pensante y por otro lado la no distinción epistemológica y metafísica entre filosofía y religión; para la concepción del budismo la filosofía no es ni especulación ni contemplación, sino experiencia de transformación dentro de un pensamiento reflexivo en busca del yo auténtico, el no-yo del anatman. La aceptación de estos pensadores radica en que tienen especial cuidado con que el establecimiento de principios universales no dañe la cultura propia; forjan su crítica a la cultura y sociedad occidentales desde los valores morales del budismo y no al revés.

Hitaro Nishida es el fundador de dicha escuela, nació en 1870 justo cuando Japón salía de su aislamiento después de dos siglos (la restricción de salir de Japón para los residentes y de entrar a los extranjeros). Fue así como creció en una sociedad que empezaba a explorar el mundo externo, Nishida aprendió inglés y alemán con el fin de leer a los filósofos directamente. Partiendo del pensamiento Zen, entendiéndose como filosofía y no como religión, donde la experiencia práctica impera sobre la teoría, llegó a sustituir al ser por la nada en su filosofía. Para entender esta novedosa aportación de Nishida a la filosofía, el término “satori” es muy útil. Significa “despertar” o “comprensión”; es el momento de no racionalizar y vivir con una presencia total la naturaleza más allá de la experiencia humana, para ello se requiere entrenamiento físico, meditación y voluntad de dejar de lado el ego para alcanzar un nivel de conciencia que nos permita vivir la experiencia.