Filosofando
Criterios
¿Cómo de que los sindicatos gringos o gente de aquel país van a inspeccionar que en nuestros gremios se aplique la democracia sindical? ¿Pues qué no estamos ya creciditos? Como lo hubiera dicho Eugenio Derbez, disfrazado en uno de sus personajes cómicos: ¡Que alguien me explique! Ya de por sí tenemos un panorama más que oscuro para cumplir lo normado para los trabajadores. Ensayamos a dar cuenta de estos trabucos en el artículo de la semana pasada en este mismo sitio (la subcontratación laboral, un atraco). Contamos ahí que la iniciativa para regular la subcontratación, que no era precisamente para derogarla y mandarla al desván oscuro de la historia, había sido enviada a la congeladora legislativa. Eso ya quedó dicho. En la semana que corre se volvió a espantar el avispero, viniendo ahora de otros espacios. Veamos.
Les urgía a los empresarios del país, que no es cierto que son tan emprendedores como se autocalifican, que el tratado comercial que tenemos con Estados Unidos y con Canadá fuera finalmente suscrito y se aplique. Empezó la bestia rubia (léase Donald Trump), desde que llegó a la presidencia gringa, a perorar diciendo que el TLC era el peor tratado que hubiera suscrito su país. Su mirada antimexicana no se ha cansado de abrir frentes en contra de la relación con nuestro país. Pero en este rubro, como en el migratorio, ha centrado sus iras.
Deberíamos recordar bien que ese tal TLC, o NAFTA como le dicen allá, fue propuesta de un presidente de su mismo partido, George W. Bush. Pero a él le importará de seguro un cacahuate. No se ha cansado de hallarle lunares y puso a los tres países a revisarlo, bajo la amenaza de que si no lo modificaban poniéndole muchas cláusulas nuevas a favor del mercado gringo, lo cancelaría. Así, unilateralmente. Los tres países enviaron comisiones a retrabajarlo y, al parecer, ya habían llegado a buen puerto. La nueva versión del ahora llamado no más TLC o NAFTA, sino T-MEC, fue signado justo un día antes de que desocupara la silla presidencial Enrique Peña Nieto.
Pues sí, estaba firmado y bien firmado ya este segundo documento. Eso quiere decir que, habiendo sido escrupulosamente revisado, ya estaban concluidos sus trabajos. Había que enviarlo a los tres países para que se aplicara. Pero no fue así. Empezaron a escucharse ruidos cada vez más fuertes, tanto del gobierno de AMLO como de nuestros mercaderes, insistiendo en que no tenía para cuándo entrar en vigencia; que había que apurar a los legisladores gringos y canadienses, antes de que les diera por desecharlo; que el paraíso se nos estaba alejando y muchas más sandeces al calce.
El resultado que pinta a ser final o definitivo se cocinó en esta semana. De pronto, de manera un tanto sorpresiva, se reunió en comisiones el senado mexicano en pleno, tras llegar a un acuerdo con el congreso gringo del que se obtuvo la promesa de que sí lo firmarían, y lo aprobó. Claro, le dieron vía libre de nuevo, atendiendo algunas adendas nuevas. A estos nuevos trabajos les denominaron Protocolo Modificatorio del Acuerdo de Comercio México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC)’. Está claro que por nombres no paramos. Las nuevas exigencias del vecino se cobijan con este eufemismo. Ya aceptadas, se le da curso y se lanza como una nueva conquista, en la que por supuesto no se puso en riesgo el libre juego de la soberanía nacional. Es lo que nos dicen. ¿Será así? Es lo que no se entiende bien. Por eso, las dudas.
El señor Ricardo Monreal nos va acostumbrando poco a poco a un lenguaje críptico y oracular. Dijo así: no se rechazó tajantemente la grosera intervención de inspectores de Estados Unidos en materia laboral. En cambio se logró el establecimiento de paneles para dirimir divergencias, algo que se peleó desde la negociación del TLC, hace 26 años. (La jornada, 13/Dic/2019)
¿Se rechaza o no se rechaza la intervención de inspectores gringos? ¿Pero también qué es eso de establecer paneles, suponemos que bi- o trinacionales, para dirimir divergencias laborales? Si alguien del culto público lector puede desenmarañar este embrollo lingüístico, se le agradecerá.
Es curioso que también le entre al baile el senador Napoleón Gómez Urrutia, al que le mandaron la iniciativa a la congeladora. Se expresó así: Sin lugar a dudas, en el largo plazo beneficiará a todas las partes involucradas, ayudará a detener los abusos y las violaciones a los derechos de los trabajadores. Contribuirá para que el comportamiento de todas las entidades productivas, empresas y corporaciones sea mucho más cuidadoso. (La Jornada, ibídem)
¿Que nos va a resultar beneficiosa a largo plazo esa tal intervención gringa en nuestros procesos laborales? Así se nos jure y perjure que entrarán para defender los derechos de los trabajadores, la parte más débil de la trama, ¿puede alguien tragarse la rueda de molino de que nos traerá beneficios?
Jesús Seade Kuri complicó aún más el cuadro. Les aclaró a los senadores que el gobierno de AMLO no está de acuerdo a que se incorporen agregados laborales en la embajada gringa, si vienen a inspeccionar sindicatos y empresas. Dijo que tal punto no había entrado a la negociación; que la cancillería lo trataría con el embajador; que recién se había enterado por la prensa. “No sé si fue culpa nuestra no leerlo, cuando salió”. ¿De qué se trata tanta incuria manifiesta? Neta: ¡que alguien me explique!