La locura de tío Chente (cuento) / I

La locura de tío Chente (cuento) / I

Mel Toro

Primera parte:

_ ¿Qué crees, madre, que me acaba de decir mi tío Chente?

_ Pues ¿qué te dijo?

_ “No me lo creas, sobrino, pero yo vengo siendo el dueño de todo el pueblo, del cerrito y de sus alrededores”. ¿Habrase visto semejante desatino?

Sonrió primero mi madre. No quería dar crédito a lo que escuchaba. Aunque yo la tenía acostumbrada a veces a chanzas y a botadas, notó que en ese momento no bromeaba. Me hizo caso y abrió el arcón de sus recuerdos.

_ No es cierto nada de lo que afirma – me dijo, sin cambiar de tono, a pesar de su sorpresa -. De niño fue tan pobre como yo, que quedé huérfana. Tan pobrecito, que ni segundas chanclas usaba. Tenía unas garritas de huaraches de talonera roída, que encorrellaba y volvía a encorrellar. Su papá los crió como a nosotros mi mamá, con remienditos y zurrapas. Muchas veces no iba a la escuela, porque mi tío lo mandaba con la batea de los chicharrones a vender la zurrapera. Destazaba aquél cada semana un puerquito y lo realizaba entre el vecindario. Fue su forma de subsistir. Colocaba los muslos y los lomos entre los vecinos. Pero lonjas, chanfaina, costillas, cuero, tripas y, a veces, también las aldillas, cuando no podía venderlas como carne, las freía y sacaba chicharrones. Tenía muy buena mano, eso sí. A la gente le gustaba su modo de cocer la fritanga. Alrededor del cazo se juntaba una buena runfla de vagos, de desquehacerados, que, cervecita en mano, iba consumiendo los calmantes conforme salían.

 

_ Fue luchón mi tío; eso sí, buscalavida – continuó mi madre su relación, soplándole fuerte a los leños para que se levantara más pronto la llama del niztenco -. Así fue sacando adelante a los muchachos, porque de que fueron pobres, lo fueron. Como nosotros. Y ahí están ahora, ya los ves. Tienen un padre y una monja. Tu tía María con su tiendita de ropa; tu tía Lupita, en Autlán, también con su buena tienda de regalos. A Luis le dio mejor estudio. Salva se fue a buscarle a la vida a Tampico, cuando el auge petrolero. Entonces Tampico era como hoy el norte. Yo no sé cómo le fue por allá. Parece que no era tan sencillo aquello. Y no ha de ser, porque aunque haya habido mucho trabajo, también debe haber habido muchos tiradores. Lo que sí es cierto es que volvió con mujer. Tu tía Eusebia es una indiona jarocha. De allá se la trajo. Muy trabajadora, lo que sea de cada quien. Y les salieron buenos muchachos. Pero… Chente… ¿Así que con eso te salió el indino?

_ Yo no digo que sea mala cabeza, mamá. Pero ¿de dónde sacó eso de que el pueblo entero le pertenece? – la interrumpí.

_ Es locura que tienes que preguntarle a él – me respondió secamente -. Yo qué voy a saberlo. Él fue siempre pobre, como todos nosotros. Hasta a la escuela faltaba. Salía Chente con su batea en la cabeza por el pueblo y remataba la venta del día. ¡Pero era tan berenjeno el pobrecito…! ¿Crees que no me acuerde, si todo el tiempo fuimos compañeritos de banca? Ya ves cómo es de pícara la raza. Lo rodeaban entre varios y uno de ellos lo retaba a los moquetes. Marcos Velazco era el más vago, el más cucón. De pronto Chente no entraba a la zambra, porque hasta miedoso fue, cobarde y lento. Con su tonito y lentitud, hasta a mí, que soy su prima, me desesperaba. No seas menso, le decía yo, ya enfadada de ver que no entendía la trampa. Te hacen rueda y te retan, para que te descuides y robarte los chicharrones sin que te des cuenta. Pero una y otra vez caía en la provocación. Era un alma de dios. Y al final era lo mismo a diario. La batea de los chicharrones por el suelo, toda enterregada. Las zurrapas, robadas. Él, chillando, recargado en la banqueta alta de la salida de la escuela.

_ ¿Dónde era eso?

_ En la escuela de con Celestina Pimienta, donde ahora es el convento de las madres. No estaba empedrada entonces la calle. Las carretas, a pasito diario, tenían bien molidito el barro de la calle, un polvito blanco, finito, que se le metía a uno en todo el cuerpo. Ya te imaginarás cómo quedaba él, cenizo, como enharinado por el polvo, y chille y chille. Yo le ayudaba a levantar el estropicio. Luego lo consolaba. Si yo, que fui huérfana de padre desde al año, me compadecía de él, por lo pobrecito, por lo desamparado que lo veía. ¿Cómo quieres que haya sido con la demás gente del pueblo? Con los pobres, con los trabajadores daba lástima, ya no digas junto a los riquitos.

_ ¿Conque ahora es dueño del pueblo? – remató mi madre su relación raspando con su mirada llorosa las tejas, después de haberse callado por un buen rato.

_ Así es – agregué sin saber más que decir, sopeando el caldillo de frijoles con cilantro.

_ No cabe duda. ¿No lo venían siguiendo los perros, o los chiquillos? Porque esa seña no falla cuando la gente está loca.

_ No, no se ve loco, no trae la mirada vidriosa, no viene distraído, ni boquelo. Se ve serio. Está gordo y rubicundo. Habla reposado y firme, dueño de sí, aunque despacioso.

_ ¿Te reconoció bien o tú le dijiste quién eres?

_ Le dijeron que soy tu hijo. Y luego luego me agarró confianza. Por cierto te mandó muchos saludos y a mi padre. Hasta me estuvo refiriendo charritas de la época de ustedes. Los que estaban junto a él le escuchaban con atención y le miraban con respeto. No, qué loco, ni qué ocho cuartos. Navega con bandera de menso, pero es muy listo.

_ ¿Quiénes estaban con él?

_ Juan López, José Almaraz, Lencho el Coyote… – enumeré.

_ Ese póker ni con quintilla me lo matas. Pura ficha lisa – remató al fin mi madre, totalmente vidriosa su mirada por el humo del niztenco. Callamos los dos por un buen rato, entretenido yo en masticar mis sabrosos tacos de tortilla vaporosa, recién salida de la lumbre. Mi madre es una artista consumada en eso de moler en el metate la masa, fina, finita, para no sacar gordas payanadas. Llenó el tecomate. Envolvió las tortillas. Echó el último sope al comal, antes de apagar las brasas. Luego puso punto final a la plática, con uno de sus sorprendentes cierres, como es su costumbre: “Pues quien sabe qué haría para enriquecerse. De aquí se fue pobre, pobrecito; con una mano atrás y otra adelante”.

[Continuará…]