La locura de tío Chente (cuento) / VI

La locura de tío Chente (cuento) /VI

Mel Toro

 

Sexta parte:

Poco a poco empecé a atar los cabos de su locura. Me empezó a resultar transparente la cebolla de su personalidad, aunque fuera de muchas capas. Mientras más conversaba con él, más se me aclaraba lo turbio de sus disfraces. Hasta sentía que le iba desapareciendo lo hediondo a su persona. Sin violentar datos, me fue proporcionando información de diez mil cosas que traía en el magín. Me platicó que los aztecas habían basado la clave de su imperio, no en el maíz, como todo mundo predica, sino en los quelites, en los bledos.

_ ¿Has comido, sobrino, esa maravilla de galletas que llaman alegría? Las hacen de amaranto, un granito pequeño, reventador, como el maíz de las palomitas. Esos granitos provienen de espigas de quelites. Fueron la base del alimento de nuestros abuelos. El día que explotemos nosotros los quelites como los aztecas, dominaremos el mundo. No por las armas, sobrino. Eso no es dominio alguno. Por el amor de entregarle al mundo descubrimientos sobre alimentos nutritivos y de fácil cultivo. Por ahí vete. Ése es el futuro que debe seguir la humanidad, si es que queremos salvar el planeta.

Recuperé la estimación que le había perdido. Ahora me resultaba un costal de sorpresas. A diferencia mía, que soy moreno y pequeño, tal vez con reales raíces nahuas, él era rubicundo y alto. Blanco y de ojos rayados. Observándolo detenidamente, le notaba más bien un aire de rabino con su infaltable nariz pronunciada. Indagando aquí y allá, me llegaron rumores de posibles trasiegos judaicos en nuestra sangre. Así que era muy probable que fuera un judío, un árabe güero, envuelto en la frazada de la mexicanidad, que perdió el rumbo. Pero él hablaba con orgullo de sus antepasados aztecas. Su visión de lo azteca me simpatizó hasta la admiración.

_ No fueron chingones – me aleccionó un día – porque mataran a diestra y siniestra. Eso de su canibalismo y su crueldad sanguinaria está todavía por documentarse. Dicen que mataban a miles, a cientos de miles cada año. ¿Quién ha hallado los enormes bancos de huesos de sus víctimas, sobrino? Los historiadores todos son unos mentirosos, o unos crédulos. Y repiten lo que oyen o lo que leen, sin siquiera razonarlo y criticarlo. No, los aztecas fueron chingones, mijo, y esto sí está plenamente documentado, porque le entregaron al mundo el maíz, el frijol, la calabaza, el guajolote, el aguacate, el tomate, el chocolate, la papa… La papa, sobrino. ¿Qué hubieran hecho los alemanes después de la segunda guerra mundial, sin este regalo nuestro? Deberían de vivirnos eternamente agradecidos. Ya te lo digo: Su amaranto va a ser uno de los alimentos del futuro. Y es otro descubrimiento de nuestros abuelos aztecas.

De repente se perdía. Preguntando el paradero a su gente más cercana, me contestaban que había regresado a la capital. Pero ya no le gustaba. No tardaba en regresarse. A pocos días me lo volvía a encontrar, envuelto en su optimismo inacabable.

_ Mira lo que me hallé en este viaje, sobrino -. Y me mostraba la manguerita plana para el riego de goteo -. Con esto nos ahorraremos hasta el 90% del empleo de agua. Detendremos la desertificación del país. Y les daremos de comer a tres, a cuatrocientos millones de mexicanos. Todavía podemos volver a ser más poderosos que los gringos. Pero eso va a pasar el día que entendamos que nuestra ciencia no se estancó en saber cómo sacar agua con bimbalete.

Como no era compulsivo en sus borracheras, allá cada y cuando que se acordaba, sacaba la pachita y se remojaba el galillo. Llegué a pasar tardes enteras con él, sin ver que le importara maldita la cosa el asunto de la botellita. Me embebía en su plática siempre llena de éxtasis.

Cuando no eran las características del bambú, que servían para recuperar la capa vegetal y para armar construcciones baratas, o para llenar de acequias gratuitas todos los campos; cuando no me traía un mundo alimentado exclusivamente de champiñones y su elaboración a mínimos costos; cuando no se sentaba a informarme de los últimos avances en la investigación de las celdillas solares para obtener energía; cuando no me contaba que había visto en Cocoyoc, Morelos, cómo los rancheros de por allá producían composta con el estiércol de los corrales, sin desperdiciar un gramo de las excrecencias de los establos; cuando no se pasaba horas y horas contándome cómo se podían construir charcas artificiales para crear y producir a alta escala pescados, pescado fresco para abatir el hambre ancestral de nuestra gente; cuando no especulaba diciendo que era más fácil llevarse a todos los mexicanos a vivir a los siete mil kilómetros de litorales y dejar nuestras sierras madres a que produjeran madera a pasto, tanta que podríamos entablar el mar…

Era un mundo de ocurrencias. Era una enciclopedia abierta. Pero no todo en él era vuelo de imaginación. Muchos de esos proyectos habían sido emprendidos a lo largo de su vida. Y de todos ellos me hablaba, porque los conocía de cerca. Pero necesitaba un hombre joven que le hiciera caso y siguiera adelante con sus locuras. Por eso venía más seguido al pueblo. ¿Pero por qué – me preguntaba yo sin obtener respuesta – había abandonado él la capital, donde tenía un negocio floreciente? ¿Por qué dejar éste? ¿Por qué no mejor venderlo y jubilarse con la ganancia, si quería cambiar de vida? ¿Por qué, sobre todo, la reconcomia ésa de proclamarse dueño del pueblo?

[Continuará…]

 

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