La locura de tío Chente (cuento) / VII

La locura de tío Chente (cuento) / VII

Mel Toro

Séptima parte:

Me invitaba a enriquecerme con él. Pero ¿Cómo iba yo a andar tras él como escribano, tratando de meterle miedo a la gente, para lanzarla de su domicilio, obligarla a que le pagaran derecho de piso? Duré muchos días escarbando, hilvanando, queriendo sacar hebra de su ronco pecho. No soltaba prenda. Tal vez por andar más encandilado, un día soltó pista. Y de ella me trencé, hasta que lo obligué a abrirme su intimidad. Cedió. Poco, apenas un susurro, para el torrente de mis ansias, pero luz al fin.

_ Si un hombre fracasa, me dijo, no hace familia. Y si ya la tiene, la pierde. La guerra es con las mujeres. Ellas te encajonan a perder, a fracasar, hasta que logran hundirte. Así que tienes que hacer todo por no perderlas a ellas o porque no se pierda tu familia. Y casi todos quedamos en el intento. Pero nos mordemos un huevo. Rumiamos nuestro dolor a solas y no damos a conocer nuestra afrenta. La razón de la destrucción de nuestras vidas son las mujeres, sobrino. Y no quieras saber más por mi cabeza. Ya experimentarás en cabeza propia. Aunque ellas nos hundan, no es de caballeros propalar los defectos de nuestras esposas, ni menos los de nuestros hijos. Nos los tragamos y nos los llevamos a la tumba. Ahora que si no quieres hundirte en el fracaso, aparentando que eres exitoso, larga todo al carajo, como lo hice yo, pero sin voltear para atrás. Cúbrete de andrajos y recupérate a ti mismo.

Su revelación me sacudió de pies a cabeza. La anduve buscando tanto y con tal acuciosidad que, cuando llegué a atisbarla, me dejó perplejo. Peor fue corroborarla de sus labios. No me dijo más ese día, ni yo insistí en remover la costra de una llaga que supuraba, aunque parecía ir en proceso de sanación. Él tenía en su persona una alta dosis de fuerza de voluntad. Había vuelto a ponerse sobre sus pies. Era tan dueño de sí mismo como nadie otro en el pueblo. No ocupaba ser el propietario de los terrenos del pueblo, pero le divertía cucarnos y hacernos perder piso con la ocurrencia. A pocos días, ya con mi rompecabezas a medio armar, lo abordé entero. No traía tanto alcohol. Tampoco se me escabulló. Me confió uno a uno los detalles de su diversión.

_ Le dejé la fábrica a mi gente. Allá están ellos entretenidos con el brillo de las monedas. Sé que el negocio viene para abajo, como se les vino al suelo cuando me fui a Chile. Pero ése es cuete suyo. Yo ocupaba zafarme de ese dogal y lo hice. ¿No quedamos en que cuando haya algún exceso, finalmente la tierra te cura de todo? ¿Y el aire limpio, el agua y el fuego? Necesitaba un pretexto para venirme a hundir a mi propia tierra, sobrino. Y lo hallé. Cogí unos cuantos pesos de mi negocio, compré el derecho ejidal de la tenienta y aquí me tienes. ¿De dónde saco el fuego para mi cuerpo? El exterior, el que me baña la piel, me lo da el sol, me lo dan los baños de vapor. ¿Qué más calor quiero que éste? El interior me lo da la caña, me lo da el guarapo, sobrino. Por eso lo bebo con fruición. Y el aire limpio y la abundancia de agua, a ambos los tenemos aquí, en el paraíso de este pueblo, mijo.

Otro día me soltó una perla más, con la que se había enriquecido su personalidad en el tráfago de la capital. Como tenía clientes de peso por el rumbo de Tlatelolco y de Nonoalco, le tocaron las cosas duras del conflicto estudiantil. Los muchachos del poli, me dijo, se enfrentaron a madrazos con los granaderos y con el ejército mismo. La gente no los dejó solos. Él – le oí decirlo con claridad de su propia boca – decidió abastecerlos con chiquihuites de carnitas, con tambos enteros de chicharrón prensado y con cerros de tortillas. Todo a trasmano, desde luego. Pero si los muchachos no venían al obrador a recoger las vituallas, que era el acuerdo, se imaginaba que estarían pasando las de Caín. Y entonces él mismo mandaba sus unidades de transporte con el entrego. Fue una cooperación sostenida, muy útil a los muchachos opositores.

_ Y es que me cayeron muy bien, sobrino, por valientes, por güevudos. No creas que le sacaban al parche. Tuvieron muchos muertos, ya desde antes del dos de octubre. Yo vi que su movimiento iba a ganar. Bueno, va a ganar, con el tiempo. Porque, lo que es entonces, los masacraron feo. Hay que entender que no tenían muy claro lo que querían. Por eso hablaban muy confuso: que las condiciones subjetivas y objetivas; que la lucha de clases y la dictadura del proletariado; que las fuerzas productivas y los modos de producción; que la internacionalización del movimiento obrero. Así no le cae el veinte a la gente.

_ Yo les decía – me continuó platicando, al mirar que estaba absorto de enterarme y conocer por fin la maravilla de su personalidad –, cuando venían a la fábrica, cuando tenían chanza de platicar conmigo: “Hablen de cachondeo, de amor libre; de que los satisfactores van a pertenecer a todo el mundo; que ya no va a haber patrones; que ya no va a haber trabajos forzados; que ya no va a vivir la gente esclavizada a las necesidades, ni a las drogas, ni a la compulsión del trabajo; que todos vamos a ser espontáneos y felices. Eso: que estamos construyendo la felicidad futura”.

[Continuará…]