La locura de tío Chente (cuento) / VIII

La locura de tío Chente (cuento) / VIII y última

Mel Toro

 

Octava y última parte:

Pero ellos andaban muy acelerados. Y el gobierno, peor que ellos. Sin embargo, a ellos les debo haber oído hablar del marxismo. Fue cuando le perdí el miedo al comunismo, y creo que hasta me convencieron. Pienso que el futuro de la humanidad va a tener que transitar por esa vía. Pero todavía no estamos preparados para ello. A lo mejor tú sí lo vas a ver, que estás joven. A mí ya no me va a tocar.

Por lo complejo de tantas cosas que me confesó los últimos días que lo traté, tuve que ir al grano en mi curiosidad.

_ ¿Qué pues entonces, tío, con el bisnes de la propiedad del casco del pueblo?

_ Lo hago para entretenerme, mijo. Con la evolución de ese negocio me carcajeo todas las noches, hasta que me vence el sueño, y me duermo como un bendito. Al día siguiente amanezco con el mejor humor del mundo. Nada es serio. Sólo estoy jugando.

_ Muchos lo han tomado a pecho – le hablé en tono premonitorio.

_ Ya caerán en la cuenta de que es mi vacilada, sobrino. No los creas tan pendejos.

_ Y ¿si por andar en juegos, un mal entendimiento le fuera fatal?

_ Hasta mi muerte tendría su nota humorística. Tú no guardes preocupación. No me va a pasar nada.

Así fue como me soltó la tétrica historia de su relación con Trastupijes: “No quieras saber nunca – me dijo – su nombre, porque es un conocido y mañoso hombre público, que ha sido senador de lo que tú, con inclinación reverencial, llamas república. Trastupijes es un pomadoso y chabacano alcohólico que ha ocupado varias veces curules del congreso y del senado, con el señuelo de líder agrario. La mafia de la CNC lo puso ahí. Dio en tomarme como uno de sus más cercanos consejeros, como si yo supiera algo del campo. Más bien me ha de haber arrejuntado por ser yo dicharachero y por gustarle mi trato. Conocí de cerca sus cochupos y componendas. Cuando cayó a sus manos el mapa Detenal  del pueblo, supo que aquí estamos nadando en agua”.

_ Ya te lo había dicho muchas veces, abogado – le resopló al oído tío Chente.

_ Sí – replicó Trastupijes -, pero no me habías dicho que ninguna de las denuncias ejidales de baldíos tocó el casco del poblado. Los terrenos les quedaron intestados a sus viejos dueños y nadie los ha reclamado. Por eso no entraron en las dotaciones de las resoluciones presidenciales. Todas éstas se fueron por las orillas.

_ Será – buscó evadirse el tío -, pero ¿quién puede reclamar ya eso?

_ Vicente, Vicente, te llama la gente. No seas pendejo – dijo que le barboteó el senador malandrín -. ¿Crees acaso que no puede elaborarse un documento de compraventa con la última dueña y luego ir a hacerlo valer allá?

_ Pero ¿cómo – dijo que le ripostó – si la viejita salió del pueblo hace como cincuenta años y se murió ya hace como treinta?

_ Para los abogados no hay nada imposible. Tengo acceso directo a los planos, al catastro nacional, al registro público de la propiedad. ¿Crees que no puedo armarte un contrato de compraventa, que date de hace cuarenta años, que quede debidamente registrado en todas las instancias correspondientes y que tú puedas hacerlo valer en tu pueblo? ¿O no quieres ser el dueño de todo allá? ¿Soñaste algún día en que todos tus paisanos pasaran ante ti y doblegaran la cabeza, reconociéndote como el patrón, el patricio, el propietario primitivo del piso de sus viviendas?

_ ¿Terminó convenciéndolo? ¿Le picó el gusanito de la ambición? – le pregunté ya atolondrado por su increíble relato.

_ ¡Cómo crees, sobrino! – respondió calmoso, balanceándose sobre una estaca de guamúchil que estuvo pelando y limpiando de espinas para convertirla en improvisada muleta.

Casi no entendí bien ese día el final de sus palabras, porque, mientras me respondía, se fue perdiendo despacioso al fondo del paisaje. Su reuma no le permitía alejarse con presura. Pero algo alcancé a pepenarle de la perorata con que se fue alejando.

_ Ya te ilustré varias veces, mijo, que yo buscaba una coartada para regresar al pueblo y volver a ser yo mismo. Me la proporcionó Trastupijes  y aquí ando. Nada le retobé cuando, a la semana siguiente, me llegó al obrador con los papeles chuecos. Todo a mi nombre y todo en regla. Le regalé una caja de cognac, que tenía ahí conmigo. Se fue feliz de haberme envuelto, según él, en una transa para hacerme rico. Pero a mí me vale sorbete. No tardaré en arrundarla al voladero.

_ Entonces ¿qué me dices? – Se volvió para preguntarme cuando iba ya dando vuelta al recodo del camino, diluyéndose con las últimas luces de la tarde -. ¿Le vas a entrar conmigo al bisnes de ser siempre tú mismo, en todo lo que hagas, o le vas a sacar al parche?

Fin