Román Munguía Huato mujer
A la memoria de Rosa Luxemburgo [1871–1919], la Rosa Roja nació un 5 de marzo.
La lucha emancipatoria de la mujer tiene una larga historia social, pero el movimiento moderno de la lucha emancipatoria femenina inicia con la huelga de las trabajadores textiles de 1908 en Nueva York y Chicago en la que protestaron por las penosas condiciones de trabajo. Debemos recordar que en esta última ciudad ya se había desatado en 1886 las grandes movilizaciones históricas del proletariado industrial por la jornada laboral de 8 horas y otras demandas justas. Décadas después unas 15 mil mujeres marcharon por la ciudad de Nueva York exigiendo una reducción de la jornada laboral, mejores salarios y derechos de voto. A raíz de esta huelga nació la primera celebración del Día de la Mujer organizado por las mujeres tras una declaración del Partido Socialista de los Estados Unidos en honor de esta protesta.
Clara Zetkin (1857–1933) fue una comunista alemana luchadora intransigente por los derechos de la mujer; precursora del feminismo revolucionario. Propuso que el 8 de marzo se conmemore el Día Internacional de la Mujer. En 1910 las mujeres europeas adoptaron esta costumbre en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas reunida en Copenhague. Zetkin dedicó su vida al socialismo y logró la unión de mujeres que compartían esta doctrina y la reivindicación legítima de sus derechos en diferentes países. En 1891 fundó la revista La Igualdad formada por mujeres, que tuvo vigencia hasta 1917 y se convirtió en el medio de expresión de la Internacional de Mujeres Socialistas.
En años recientes presenciamos un recrudecimiento de la violencia contra las mujeres en la mayoría de los países, en nuestra región latinoamericana, especialmente en México. Los feminicidios siguen siendo consecuencia de una sociedad patriarcal, de un machismo criminal; expresión de una barbarie social desenfrenada. Al mismo tiempo, se han desarrollado masivas movilizaciones al grito de “¡Ni una menos!”, contra leyes regresivas respecto al control de los cuerpos, y por una verdadera igualdad política, económica y social. En 1995, Susana Chávez escribió un poema con la frase “Ni una muerta más” para protestar por los feminicidios en Ciudad Juárez. En 2011, la poetisa fue una víctima de feminicidio. Este 8 de marzo, día en que conmemoramos las luchas de las obreras para gozar de plenos derechos laborales y democráticos, así como de una vida digna, mujeres organizadas de alrededor de 60 países y cientos de ciudades convocaron a parar labores, lo que incluye los empleos formales, pero también el trabajo no reconocido que sigue recayendo sobre sus espaldas. Aunque la violencia hacia el género femenino no es un fenómeno reciente, en las últimas décadas se ha agudizado a tal grado que en no pocos países ser mujer es una sentencia de muerte. Y este recrudecimiento corre en paralelo con la imposición de las políticas neoliberales. La destrucción de los servicios públicos y el encarecimiento de la vida recaen con mayor fuerza sobre las mujeres que se ven obligadas a buscar los medios para la subsistencia familiar, haciéndose cargo de aquellas labores que el Estado deja de garantizar, integrándose a la economía informal o empleándose en trabajos sumamente precarizados, lo que se conoce como feminización de la pobreza.
Los procesos de resistencia contra esta serie de políticas han sido sumamente desiguales en América Latina y en el mundo, en las que sin duda destaca la participación de las obreras y jornaleras. Sin embargo, en los años recientes las mujeres no sólo nutren un gran número de movimientos, sino que han levantado una nueva oleada contra las violencias machistas y sus formas más extremas que son el feminicidio y la desaparición forzada. Precisamente el llamado de las mujeres a parar y poner en el centro del debate la importancia de su trabajo en el funcionamiento de la vida social y colectiva ha sido resultado de huelgas y protestas sobre temas relacionados con la violencia específica que viven, especialmente los feminicidios y desapariciones.
La conmemoración del 8 de marzo nos invita no sólo a cuestionar una historia –citando a Eduardo Galeano, escrita por “machos, ricos, blancos y militares”– que ignora el protagonismo de los movimientos de mujeres en el conjunto de transformaciones sociales, sino a apropiarnos, hombres y mujeres, especialmente los que conformamos la clase trabajadora y los sectores del pueblo explotado, de la necesidad de parar el conjunto de agresiones contra quienes son la mitad del mundo y siguen encargándose de la otra mitad, en beneficio de los explotadores. Atender el llamado de las compañeras nos muestra que existe una amplia capa de mujeres, sobre todo jóvenes y trabajadoras, creando redes y construyendo espacios de encuentro, de apoyo, de convergencia, para enfrentar y combatir todas las opresiones ominosas.
La reivindicación legítima de los derechos humanos de la mujer es signo de los tiempos contemporáneos para cambiar un “mundo caótico y podrido”. La condición de la mujer es más vulnerable y frágil a causa del mundo capitalista, cuya conflictualidad y degradación social creciente también tiene como origen el capitalismo patriarcal –el patriarcado burgués, y sus formas de poder– un machismo agresivo, violento, opresor y humillante sobre la mujer, especialmente sobre la mujer trabajadora. El capital, a partir de las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado cosifica las relaciones sociales; entonces, las relaciones sociales entre los hombres mismos, incluyendo las relaciones el hombre y la mujer, tienden a cosificarse: deshumanización de las relaciones sociales. El fetichismo de la mercancía trastoca las relaciones sociales como si fuesen relaciones entre cosas; una “forma fantasmagórica entre objetos materiales [que] no es más que una relación social concreta establecida entre los mismos hombres” [Marx]. No es que las personas se conviertan en objetos, sino que tales relaciones consideran o tratan como cosas a las personas mismas. Por ejemplo, la ideología dominante tiende a considerar a la mujer como objeto sexual y mercantil, y todo lo que deriva culturalmente de ello. Entonces, el capitalismo salvaje neoliberal se ensaña terriblemente contra la mujer: violencia social, intrafamiliar, feminicidios, trata de blancas, acoso sexual –laboral o no–, discriminación, explotación con salarios miserables, etcétera. La barbarie social se ejemplifica muy bien en la condición ominosa de la mujer. Cada vez más voluminoso es el libro borgiano de Historia universal de la infamia; pues un capítulo dedicado a este funesto tema sería muy extenso.
Este 8 de marzo habrá marchas de mujeres por todo el mundo y en México al día siguiente se convoca a un paro general de todas las mujeres. La mitad del cieloes sostenida por la fuerza de la mujer trabajadora.