La madrastra

La madrastra

Josefina Reyes Quintanar

Si dios existe, debería ser él quien evite la pena a todo niño de tener una madrastra. El perder a la madre, siendo un niño pequeño, ya es una condena suficiente para cargar el resto que le quede de vida ¿Por qué aumentar la pesadumbre con la compañía de una madrastra? No en vano las madrastras de los cuentos siempre son caracterizadas como seres perversos, ya nos está enseñando la literatura a evitarlas. Pero bien dicen que el hombre no sabe estar solo, y prefiere la compañía a eludir el dolor de sus hijos.

Un buen día llega a tu casa una extraña, una mujer que conociste en alguna ocasión, y la has visto por ahí un par de veces. Desconoces de dónde salió, simplemente llega para quedarse. Y empieza a mandarte con una autoridad, que ni tu padre tiene. Y a mandarte me refiero a dictar órdenes sin ninguna consideración. Desde ese momento la infancia se quiebra, se marca, se acaba. No entiendes por qué si antes se te iba el día en jugar e inventar canciones, ahora tienes que limpiar la casa y permanecer en silencio, sobre todo, que tu presencia ya no se note, porque entre menos existes menos te maltratan.

Y la madrastra no sólo hace referencia al maltrato físico: los palazos, jalones de greñas y bofetadas son lo de menos. Son muy ingeniosas para herir con sus palabras. Tienen el don de aventar culebras por la boca y hacerte saber con frases el ser miserable que eres. Frases como “Por eso se murió tu madre, por tu culpa” o “Si por mí fuera, los mataba” o también “Quién va a querer un niño como tú, si ni tu mamá te quiso”.

¡Eso sí que duele! Vives pensando en lo despreciable que eres. Al ser un niño pequeño, crees ciegamente todo lo que se te dice, y cuestan muchos años y perfecta conciencia entender que no era así.

Mi primer golpe lo recibí a los cuatro años, una cachetada que me abrió la mejilla hasta sangrarme. El motivo no lo recuerdo, pero seamos objetivos ¿Qué puede hacer una criatura de cuatro años para semejante maltrato? Total, que aparte del dolor físico, había que mentir e inventar una caída para que nadie se enterara de que la vieja loca me había pegado. Mentira tras mentira para esconder las palizas de la madrastra. Es de lo más sencillo manipular a un niño tiernito, ustedes que son adultos lo saben muy bien. La magnitud del golpe era inversamente proporcional a la fabulosa mentira. Como cuando golpeó tanto a mi hermano en la cabeza que lo dejó irreconocible en el rostro, ahí tuvimos que inventar que cayó por la escalera desde muy arriba, para que la creyeran. Anécdotas como éstas tengo por montones.

El modelo de maternidad tiene una carga tremenda y las mujeres suelen sortearla con mucha fortaleza gracias al inmenso amor que sienten por sus hijos. Pero imaginen esa carga frente a unos niños que no son tuyos. Se entiende la frustración, más no se justifica que existan las madrastras. A esas brujas deberían alejarlas de los niños pequeños que aún no son capaces de defenderse. Tuve que esperar diez años para librarme de ella. En cuanto se presentó la oportunidad escapé de casa, y no regresé con papá hasta que la vieja perturbada se fue. Para eso tuvieron que pasar varios años más, pero esa es otra historia.