La ‘mal llamada’ reforma educativa

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La ‘mal llamada’ reforma educativa

Juan M. Negrete

Concluyeron los alegatos legislativos por la educación. Se trata del papel que han de jugar los dineros públicos en este campo. No suelen ser muy claros los señores legisladores para con su público. A veces parecen ventrílocuos, máscaras no identificables que hablan en lenguaje cifrado. De no plantearlo de manera suave, tendríamos que calificar sus intervenciones de discursos extraviados, falsos, hipócritas y a todas luces embusteros. No nos basta con sus peroratas. Tras ellos se desata el alud de los medios. En la radio, en la tele, en los periódicos y ahora también en las redes sociales, el linchamiento no para. Parloteos y gritos suben y bajan, sin orden ni concierto. Lo vivimos estos días en torno a las tres leyes secundarias en materia educativa.

El asunto es medianamente simple. En el sexenio anterior, los legisladores armaron un acuerdo colegiado en el que se pasaron por el arco de triunfo los porcentajes del resultado electoral nacional. Le dieron un nombre pomposo, para empezar: Pacto por México. Consistió en una alianza fáctica de las tres fuerzas mayores que contendieron por el gobierno: el PRI, el PAN y el PRD.

El hecho palmario y negativo de esta alianza o adefesio arrancó en que el PRD se hubiera sumado al paquete. El matrimonio de los primeros dos, PRIAN, venía funcionando desde veinte años atrás. No era novedad que desvelara. Pero el PRD sostenía la bandera opositora; tremolaba principios y convicciones de izquierda. Ése era su recuadro para consumo popular. Para mayor claridad, el candidato del PRD para la silla presidencial fue AMLO, el actual presidente.

Con una plataforma electoral abiertamente opuesta a lo postulado por el PRIAN, el PRD sumó el tercio de los votos en disputa. Se dijo entonces que el PRI le sacó cuatro puntos porcentuales de ventaja, mientras que el PAN se quedó diez puntos abajo del PRD. Pues bien, estos números no tuvieron incidencia alguna a la hora de integrar aquel malhadado pacto. Ya sentados en su curul los diputados de las tres fuerzas juraron y perjuraron que iban a aprobar todas las reformas constitucionales que el país necesitaba para salir adelante. Nos quisieron engatusar con la cantilena de que iban a ser todos ellos muy patriotas con tales desplantes. Les creyó el que quiso. La gran mayoría de los que votamos entonces por el PRD no nos tragamos el engaño. Es el origen de la existencia presente y la fuerza de Morena, por si lo querían saber.

Vinieron las reformas del tal pacto. Primero la laboral, donde autorizaron la contratación indirecta y casi eliminaron las huelgas. O sea que le dieron en la chapa a los sindicatos, volviéndolos inservibles. Luego vino la reforma energética, mediante la que se dispusieron a regalar el petróleo a los particulares, sin importar si fueran nacionales o extranjeros. Dizque iban a eficientar el ramo. De ahí a que se desatara el huachicol en todo su esplendor no hubo más que un paso. Pero lo más visible y notorio de estas modificaciones constitucionales fue lo de la privatización de las tareas de la enseñanza.

Nunca quedó claro cuál era la reforma de mayor calado. A veces decían Peña y sus voceros que la energética; en otros momentos ensalzaban a la educativa. Traían a las dos en el pandero y las lanzaban como carta de triunfo, según el caletre con que se hubieran despertado. Si no me traiciona la memoria, fueron trece sus famosas ‘reformas estructurales’. De todas, la energética y la educativa eran las que se llevaban siempre las palmas, de propios y extraños.

Se habló ya mucho, y se sigue haciendo todos los días y en todos los foros, de los movimientos que de ambas reformas derivan. Pero la semana pasada, junto con la parafernalia del grito septembrino, la educativa vino a ocupar otra vez los candeleros. Ya se habían discutido antes y aprobado sus modificaciones. Eso ocurrió en el período de sesiones pasado. Se dijo que se había echado por tierra, o que se iba a hacer, los contenidos más aberrantes de lo aprobado por los del pacto. Sin embargo, muchos críticos levantaron la voz en el sentido de que parecía más una simulación legislativa que un real cambio. Para calmar tanto a los profes como al gran público, trascendió que la batalla en forma se había pospuesto para librarla cuando se discutieran las leyes reglamentarias. El plazo llegó. La semana pasada se libró este combate pospuesto.

Los profes de la CNTE cercaron con plantones al congreso y al senado. La discusión subió de tono. Es lo que se estuvo escuchando y leyendo en todos los foros. Tenía que ocupar la atención de todos los interesados. Morena cogió la bandera de la CNTE, la tremoló y defendió en todo momento, hasta conseguir su aprobación completa en las dos cámaras. Ahora sigue su publicación, por parte de AMLO y la subsecuente aplicación en el terreno de los hechos.

Lo que dijo Morena, para explicar su voto mayoritario y aplanador, fue la misma consigna expuesta por los maestros de la CNTE y también repetida por Obrador: Los señores del pacto nos pasaron por debajo de la mesa una reforma laboral, perniciosa para el magisterio, con el nombre de ‘reforma educativa’. De ahí que se le calificara en todos los tonos de ‘mal llamada reforma educativa’. Pues bien, ahora con esta jornada legislativa se explicitan los términos laborales de las tareas magisteriales y se deja libre la senda, para poder abordar, ahora sí sin mentiras ni fingimientos, lo que tenga que hacerse en realidad en el campo educativo, con los niños, con nuestro relevo. Porque esta tarea no se puede posponer. Lo peor que se hacía era estarnos dando gato por liebre. ¿Podemos aplaudir que se hayan enderezado unas sendas, que siempre se nos aparecen demasiado chuecas? En lo que viene lo podremos comprobar.

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