La melancolía filosófica de Goya
Silvia Patricia Arias Abad
Francisco de Goya (1746-1828), el gran pintor español, sufrió una grave enfermedad que lo llevaría posteriormente a la sordera. Se dice en cartas y biografías que a principios de 1793 padeció una afección que lo llevó a estar durante varios meses postrado en cama, sin poder levantarse. Ha quedado registrado en algunos documentos de la época y en cartas de sus amigos, el dato de que sufría fuertes acúfenos (zumbidos y rugidos en ambos oídos) que le impedían mantener el equilibrio. Las náuseas y los dolores abdominales eran constantes y en el momento más álgido de la enfermedad se quedó ciego, sumado a un cuadro de alucinaciones y parálisis facial. Tiempo después, logró recuperar la visión y la lucidez, lo que no sucedió con la audición.
Las afectaciones a su salud estuvieron ligadas, al mismo tiempo, a largos períodos de depresión, los cuales lo sumían en una fase de bloqueo artístico, para entrar luego de dos o tres años a la creación de cuadros que ofrecían elementos cuyas temáticas y colores son evidentemente depresivos. Este humor depresivo entendido como un estado patológico referido al conjunto de la existencia, lo llenaba de desesperanza, negrura y muerte. Los rasgos de personalidad y las alteraciones emocionales, así como la enfermedad depresiva, se ligan a su proceso creador. Algunos de sus biógrafos hablan de la llamada “enfermedad misteriosa de Goya” que se instaló en él a la edad de 45 años.
Es común encontrar en los análisis sobre la historia del arte, algunas puntualizaciones sobre la posible relación de las afecciones mentales y anímicas con el “genio creador” o el fenómeno de la creación artística. La inestabilidad emocional y mental como una base germinal para la creatividad y la profundización en la sensibilidad artística.
El impacto de la depresión en Don Francisco de Goya y Lucientes, sobre todo en dos períodos de su vida entre los años 1792-93 y 1819, como en el caso de otros artistas en similares circunstancias, también influyó en las características de su actividad creativa. Lo anterior se puede notar en su obra de los Caprichos y especialmente en las llamadas pinturas negras, en donde no solo la forma sino también los colores aparecen más oscuros que antes del episodio depresivo de 1792-93. Después de 1792 los temas de sus obras se vuelven más serios y el color desaparece, el Goya del siglo XIX ofrece un perfil artístico completamente distinto al mostrado en el siglo anterior. Biografías han sugerido que los sufrimientos de sus enfermedades, sus decaimientos y la cercanía a la muerte volvieron a Goya un artista más sensible con la crueldad del mundo.
El genio ha sido percibido a lo largo de la historia, como un ser humano inspirado de una naturaleza muy particular, los llamados “demonios interiores” del genio creador pueden estar derivados de esos episodios de angustia y depresión, que luego se proyectan en ideas originales como producto del paso por el infierno de su propia mente. La creación entonces se convierte en el dominio de los propios demonios. La locura demencial y los períodos de reflexión existencial que devienen de ella como el germen de la creatividad, es decir, la melancolía filosófica, tal como fue planteada por Aristóteles.
El melancólico no es un depresivo, porque encuentra el camino de vuelta al mundo a través de la vivencia de su creación. La melancolía filosófica en forma de entrega a la meditación, la profundización de sí mismo y el apartamiento de las cosas externas, tal como si fuera el germen del proceso creador. No se trata entonces, de la melancolía clínica, hoy vista como la depresión, ligada a los miedos, apatía, inactividad y otros síntomas que se enmarcan actualmente como estados depresivos.
A lo largo de la historia antigua y medieval se construye una imagen del genio melancólico, entendiendo melancólico en sus dos acepciones: la melancolía filosófica, como forma de ser del individuo que se distingue por su capacidad creadora; y la melancolía clínica, como enfermedad acompañada de grandes sufrimientos y de la paralización del ser. Ambos tipos de melancolía se adscribían al poder del planeta Saturno y tenían en común el derivarse de un exceso de bilis negra (la propia palabra melancolía significa “bilis negra”).
Aristóteles se cuestionaba el por qué quienes han sido excelsos en la filosofía, en la poesía o en las artes, llegaron a padecer alteraciones psíquicas producidas por la bilis negra (melancolía). El filósofo griego se contesta a sí mismo afirmando que el desequilibrio mental forma parte de la naturaleza del genio con mucha frecuencia, llegando a poner de ejemplo a Sócrates y a su maestro Platón.
A pesar de que Goya en sus dos grandes depresiones pasó por una temporada de bloqueo artístico, fue capaz de incorporarse más tarde, todavía depresivo, al manejo de su paleta para transmitir el mensaje de su desgarrador sufrimiento anímico, adoptando para siempre una vía de autenticidad creativa reflejándose en la pintura negra.
Este planteamiento acerca de si una naturaleza melancólica, predispuesta a la patología depresiva puede facilitar el genio de la creatividad, encuentra en la ciencia actual una respuesta afirmativa: se conoce como el temperamento ciclotímico (trastorno del estado de ánimo, que causa altibajos emocionales). Así pues, la naturaleza ciclotímica temperamental de Goya se muestra como un vigoroso motor activador de sus indiscutibles dotes creadores. Su genialidad pictórica fue facilitada por su condición de pintor depresivo/melancólico y alimentada de forma permanente por su naturaleza ciclotímica, es decir, de genuino pintor saturnino.
Goya es el genio depresivo por antonomasia, el genio ciclotímico motivado por la chispa de un estado depresivo. El genio que conquista la autenticidad, movido por las vivencias propias un estado depresivo.