La oscuridad de las fosas

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Eduardo González Velázquez

Oscuras, heladas, ignoradas y abandonadas. Así yacen las fosas clandestinas en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Agujeros hechos para depositar cuerpos desvencijados, ultrajados, deshilachados, silenciados por las manos que se saben impunes frente a la incapacidad gubernamental para atajar el delito. Hoyos donde son confinadas las vidas arrancadas bajo el paraguas de la conveniencia discursiva del “crimen organizado”, “de la guerra de baja intensidad”, “de la lucha entre los cárteles”; pero que al final del día, poco o casi nada sabemos del motivo de la muerte, de la identidad de mujeres y hombres enclaustrados bajo un montón de tierra que no evita el hedor de los cuerpos en descomposición. Cavidades que hacen las veces de odre para contener el silencio de las súplicas y los gritos emitidos antes de morir a consecuencia de la tortura más atroz que sirva como mensaje de advertencia a la comunidad.

En Jalisco se han localizado 216 fosas con 348 cuerpos, de los cuales solo 89 han sido identificados por el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses. Del 6 de junio al domingo 12 de agosto, suman 48 los cadáveres encontrados en distintas fosas clandestinas en los municipios de Guadalajara, Tlajomulco y El Salto. A decir de las autoridades, el gobierno se encuentra rebasado. Esas declaraciones no alcanzan ni para el consuelo.

No se trata solamente de llevar la contabilidad de la clandestinidad mortuoria; de saber cuántos cuerpos fueron arrebatados a la sociedad; de conocer el número de las personas que no materializaron su derecho a existir; de mirar deambular a miles de familias que han quedado desgajadas en el vaivén violento en que se ha convertido el cotidiano andar en Jalisco. De lo que se trata es que las autoridades hagan lo necesario para detener la vorágine de violencia e inseguridad que azota el estado; nada más, pero nada menos. Peligrosamente el escenario en nuestro estado potencia el incremento de las desapariciones de personas, y la perforación de fosas clandestinas para depositar los inermes cuerpos tratados como “deshechos humanos” producto de las disputas del crimen organizado.

​En Jalisco la oscuridad de las fosas no la hallamos en las brechas, o en los montes o al pie de las serranías; en Jalisco nos tropezamos con la negrura de la oquedad criminal en casas abandonadas dentro de perímetros desprotegidos por la policía y controlados por los criminales. En Jalisco, la oscuridad de las fosas ha nubado el horizonte de los ciudadanos.

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