La vida falsa

La vida falsa

Carlos Delgadillo Macías

El crimen

En 1993, un hombre de cuarenta años, Jean-Claude Romand, asesinó a su esposa, a sus hijos y a sus padres. Estaba endeudado, había estafado a familiares y amigos y vivía una mentira. Sólo él sabía quién era (quizá) y estaba a punto de ser descubierto.

Jean-Claude Romand durante su juicio en 1996

No soportó la idea de rendir cuentas a sus más cercanos, por eso los mató.

Por veinte años había simulado ser un médico reconocido a nivel internacional, como investigador de la Organización Mundial de la Salud en Suiza. Realmente, aunque empezó la carrera de Medicina, nunca la terminó. Había reprobado y decidió seguir asistiendo, como si nada hubiera pasado.

Cuando sus compañeros se graduaron, se las arregló para hacerles creer que también él lo había hecho. Cultivó relaciones desde su época estudiantil. Sus amigos creían que era un hombre de ciencia exitoso, padre de familia, esposo e hijo ejemplar, adinerado y amable.

Administró los ahorros de sus padres, argumentando que, desde su puesto, podía hacer inversiones provechosas. Su madre le confió dinero de la venta de propiedades, pensando que lo recuperaría, multiplicado, cuando se jubilara. Otros parientes también confiaron en él. Pidió préstamo tras préstamo, para sostener sus gastos de padre de familia pequeñoburgués.

Se le vino el mundo encima. Alguien se comunicó a la OMS, por un problema menor en la escuela de uno de sus hijos. Su oficina no existía. Su nombre no aparecía en los registros de la organización. No podía postergar más los pagos a sus acreedores. Y entonces optó por matar a golpes a su mujer, con un rodillo para masa.

Baleó a su hijo de cinco años y a su hija de siete. Condujo donde sus padres y también los mató. Regresó con la idea de suicidarse, tomó una sobredosis de medicamentos y le prendió fuego a la casa. Sobrevivió, fue interrogado y cayó en contradicciones.

Cuando la prensa le preguntó por qué lo había hecho, se limitó a contestar que su familia no hubiera soportado la verdad.

En 1996 fue condenado a cadena perpetua. Sin embargo, salió en libertad en 2019, luego de veintiséis años. Actualmente vive en una abadía benedictina, como monje.

La literatura

Emmanuel Carrère intercambió correspondencia con él y narró su historia en “El adversario” (L’Adversaire, 2000). Al final del libro, se pregunta si su conversión al catolicismo practicante no sería otra mentira. Y, peor aún, se pregunta si Jean-Claude es capaz él mismo de darse cuenta de sus propios engaños.

Emmanuel Carrère

El novelista francés confiesa que lo primero que le llamó la atención del caso fue una nota en un periódico en la que se revelaba que Romand se iba al bosque en lugar de ir a trabajar. ¿Qué es lo que hacía todo ese tiempo, ocho o diez horas al día, solo, en el bosque? ¿En qué pensaba?

Carrère había desarrollado la idea en la novela “Una semana en la nieve” (La Classe de neige, 1995), narrada desde la perspectiva de un niño que es dejado por su padre en una escuela de esquí, para que pase unas vacaciones cortas de dos semanas.

Describiendo las inseguridades de la mente infantil, Carrère teje una trama que culmina con el descubrimiento de que el padre del niño es un asesino en serie, que tiene predilección por los menores. Como Jean-Claude Romand, tiene una doble vida: aparentemente se dedica a vender dispositivos médicos, pero realmente viaja de ciudad en ciudad para encontrar víctimas. Es lo que hace en lugar de trabajar.

Quizá todos tenemos un poco de impostores. ¿No diseñamos una imagen para el exterior? Con las redes sociales, ¿no nos recreamos alimentando la imagen de un personaje de nosotros mismos? ¿No nos hacemos pasar por escritores, empresarios, intelectuales, músicos, personas interesantes, adinerados, políticos, gente de fiesta, enamorados, desenfadados, activistas, viajeros, conscientes, espirituales, profesionistas, divertidos, oscuros, estudiados, conquistadores, deportistas?

¿Y qué hacemos realmente en lugar de ser eso que mostramos? ¿En qué empleamos nuestro tiempo cuando estamos solos? ¿Estamos listos para ser desenmascarados?

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