Lamento de Gilgamesh ante el cadáver de Enkidú

Lamento de Gilgamesh ante el cadáver de Enkidú

[Muere Enkidú, su permanente brazo derecho en las hazañas de la gran gesta de Gilgamesh. Esta magnífica pieza literaria se encuentra en el canto VIII del texto arcaico sobre nuestro personaje]

Traducción de Gabriel Michel Padilla

 

Toda la noche, Gilgamesh sostuvo

lamentos por la muerte de su amigo.

Al primer brillo de la blanca aurora,

“Enkidú amado hermano” proclamó,

“Llegaste a Uruk la de gruesos muros,                                      5

la de amplias avenidas y mercados,

llegaste del desierto, de los montes,

tu madre, una gacela te ha alumbrado,

un onagro, tu padre, te ha engendrado.

Te nutriste con blanca y fresca leche,

de aquellos cuyos signos son sus colas,                                10

los veloces venados, los antílopes,

de sus pastos comiste en las estepas,

entre rebaños nómadas viviste.

Que las huellas del Bosque de los Cedros,

lloren de día y de noche con lamentos,                                     15

los ancianos de Uruk, la metrópoli,

que nos honraron al partir de viaje,

con sus voces levanten sus gemidos.

Que las colinas lloren, las montañas,

cuyas cimas, osados conquistamos,                                             20

que lloren los  nutrientes pastizales,

la campiña te llore como a un hijo,

los bosque que talamos con gran furia,

también exhalen llantos con gemidos,

que te llore el rebaño de los osos,                                        25

el leopardo el venado, la gacela,

que sollocen las hienas, y chacales.

Que el Ulaya y el Éufrates suspiren,

los de las frescas aguas cristalinas,

cuyas aguas se ofrendan a los dioses,                                  30

donde solíamos rellenar los odres,

cuyas riveras eran un encanto.

Que los guerreros, jubilosos de Uruk,                       nov 26 24

que aplaudieron al ver que destrozamos                                35

al impetuoso Toro de los Cielos,

te lloren sin consuelo largas noches,

que sollocen los nobles campesinos,

que invocaban el cielo con tu nombre,

con sus alegres cantos de labriegos,

que se lamenten todos los pastores,                                       40

que diligentes te llevaban leche,

los fabricantes de cerveza fina,

que también con tristeza se lamenten,

también que lloren las sacerdotisas

las que veneran a la diosa Ishtar,                                           45

las que te ungían con perfumado aceite,

las mozas del placer, las complacientes,

las que conforman el lascivo harén,

que te lloren como a un amado hermano,

que te lloren los príncipes del templo,                               50

que liberen su pelo hasta que crezca.

Escuchad nobles jóvenes y ancianos,

ha muerto mi entrañable amigo, ha muerto,

ha partido mi hermano, se ha marchado

y lo voy a llorar mientras respire,                                        55

y voy a sollozar como la madre

que pierde con dolor su hijo único.

Fuiste a mi lado el hacha, oh Enkidú

en quien mi brazo puso la confianza,

fuiste cuchillo dentro de mi funda,                                       60

el escudo que siempre me amparaba

mi gloriosa y luciente vestidura,

el ancho cinturón que me ceñía.

Ahora el cruel destino ha destrozado

el lazo que ferviente nos unía,                                              65

oh mi entrañable amigo, mi leopardo,

oh raudo garañón, veloz antílope,

felino que escudriña en el desierto.

Juntos cruzamos elevados montes,

matamos juntos al Celeste Toro,                                           70

sacrificamos al guardián del Bosque.

Oh Enkidú, qué sueño misterioso

ha cerrado tus ojos para siempre

tu rostro obscureció y paró tu aliento”?

Pero Enkidú ya no le respondía,                                        75

tocó su corazón, mas no latía,

con un velo nupcial cubrió su rostro.

Luego se puso a caminar en círculo

en derredor de él como las águilas

pasaba frente a él de un lado a otro,                                  80

como leona que ha visto sus cachorros

atrapados en un hoyo profundo.

Se arrancaba furioso los cabellos,

y rompía sus magníficos ropajes,

como si fueran prendas maldecidas.                                  85