Las elecciones locales y la UdeG
Juan M. Negrete
Duele en el corazón ver a una institución de educación superior, como nuestra UdeG, involucrada hasta las manitas en la procacidad de lo electorero que soportamos. El estado ‘libre y soberano’ de Jalisco no merecería tales desfiguros. Pero dejemos la nostalgia del pasado y vengamos a lo de hoy.
Deberíamos revisar primero los entresijos de los dineros que fluyen hacia nuestra máxima casa de estudios. Una auditoría seria pondría a la luz tal vez las razones que impulsaron a sus administrativos a promover un partido político propio, como es ese adefesio del Hagamos. Es un espectáculo extraño meter a gente de claustro en el callejoneo para solicitar el voto ciudadano. ¿Qué necesidad tienen para andar en semejantes danzas los miembros de una institución pública, que recibe cada año un presupuesto más que jugoso, catorce mil millones de pesos? ¿O será que no tienen llenadero?
Es obvio que esta erogación es segura. No fallará mientras funcionen nuestros cánones republicanos y la institución responda a los fines para los que fue creada. Se anidan en ella más o menos 200 mil estudiantes, a los que atienden unos quince mil maestros. La erogación parece justificada. Aunque si se le revisan a la administración los montos que destina para los profesores de asignatura, por ejemplo, y la suculenta tajada que se lleva la burocracia dorada, veríamos que su funcionalidad deja mucho qué desear. Se conoce que en este capítulo existe una disparidad cuya injusticia reclama al cielo.
Escuece empero la pregunta por saber qué andan haciendo por las calles, en calidad de candidatos a puestos de elección popular, personajes prominentes de esta casa de estudios. La ciudadanía les supondría aplicados en sus horizontes de estudio, investigación y docencia. ¿Qué anda haciendo, por ejemplo, Tonatiuh Bravo Padilla por las calles, compitiendo contra Pablo Lemus del MC o contra Carlos Lomelí de Morena, para ganarles la partida y sentarse como triunfador en la silla central de la alcaldía de los tapatíos?
Su caso es el más visible. Fue rector del CUCEA, y luego ocupó la rectoría general. En universidades que se respetan, quienes ocupan la cátedra de la rectoría alcanzaron el epítome de su oficio escolar. Es un reconocimiento de polendas. Tras tal asunción no tiene sentido promoción ulterior alguna y menos de grilla. ¿No operan semejantes parámetros universitarios en nuestra complicada y bicentenaria UdeG? ¿Qué clase de pigmeos intelectuales llegan a los puestos de rectoría entonces, si los vemos deambular con tal torpeza?
Por la avenida López Mateos hay unos raros espectaculares. Muestran a Gabriel Vallejo Zerón, personaje de la UdeG, con un letrero ominoso que lo tilda de prófugo de la justicia. Como ficha signalética, lo exhibe a los cuatro vientos. Una versión maliciosa afirma que fue iniciativa de Salvador Zamora, el candidato por el MC a Tlajomulco. Vallejo es suegro de Marcela Michel, su rival por Morena. Lo que no se dice es que este tal Vallejo fue jefe editorial de Raúl Padilla. Sigue siendo uno de sus dedos chiquitos. Si no se le hubieran atravesado los desaguisados por los que anda huyendo, el capo Padilla lo hubiera distinguido con la calificación de líder moral de su partidito de opereta, el tal Hagamos, para lo que a Vallejo le sobran credenciales.
Otro capítulo que no está completamente esclarecido viene siendo el de los jugos financieros que estuvo exprimiendo por algún tiempo Juan José Frangie, que anda de candidito en Zapopan por el MC, en contubernio con Raúl Padilla. Para mover fichas en la UdeG se necesita la bendición del capo. Si no se la tiene a la mano, ni para qué meterse a danzar en tales romerías. Pero Frangie está dentro de la pichada por méritos propios y hasta sobrados.
En el 2014, el equipo de fútbol los Leones Negros ascendió a la primera división. Juan José Frangie fungía como vicepresidente comercial y de mercadotecnia del equipo. En la euforia del momento, los dueños dijeron que el equipo pasó de valer apenas 10 ó 15 millones de pesos a una marca de al menos 415 millones. Se imponía un desembolso extraordinario para echar a andar semejante tesoro y hacerle producir como dios manda. Para ello, echaron mano del fondo de ahorros del Staudeg. Salió del rubro de jubilaciones y pensiones, un fideicomiso que debería ser intocado para fines distintos a los estatuidos. Por sus propias declaraciones se supo que ‘se contrató un préstamo puente de 120 millones con los maestros universitarios, para darle salida a los compromisos más urgentes del equipo’.
El titular del sindicato era Martín Vargas Magaña. Fue cuestionado y dio la cara. Según su versión: ‘la asamblea aprobó el préstamo; el plazo fijado para cubrir el adeudo fue de cuatro años; el interés pactado fue del 4% anual, mayor al 2.9% que ganaba en el fideicomiso…’ lo de la ‘asamblea’ quedó demostrado que fue evento postfechado. Fue todo lo dicho un cúmulo de mentiras, atraco y ruindades sin fin. ¿Volvió el dinero a las arcas originales o se perdió en el mar de la ignominia de todo lo que toca Raúl Padilla? Ahora andan muchos de estos minipersonajes insuflados contendiendo a brazo partido por llevarse a su molino la voluntad popular del sufragio. De ellos no se puede esperar vergüenza, porque ni la conocen. Pero los ciudadanos, ¿les seguiremos otorgando nuestros votos para que sigan como si nada?