Las exequias del PRI

Las exequias del PRI

Juan M. Negrete

Estábamos entretenidos, en las colaboraciones anteriores, revisando las causales y los datos duros que llevaron al PRD a su sepultura final. Nos faltó mencionar todavía algunos detalles importantes para dar cuenta de dicho suicidio anunciado. Pero mal íbamos poniendo los puntos finales, cuando un campanazo nos aturdió a todos, comentaristas avezados o no. Fue el ramalazo mediático con el que el PRI reclamó la atención nacional. “No se nos distraigan, pareció decir el mentado Alito. Los que realmente vamos a la morgue somos los tricolores”.

Y de verdad que vino a ser una campanada sorprendente, porque si revisamos con atención sus números no habría para qué estar vaticinando tu entierro. Este vendría a ser un efecto final, es cierto, algo así como ineluctable. Pero no para que ya vayamos poniéndonos de luto y disponernos a acompañar a los deudos al sepelio. Podía el antaño partidazo ponerse a hacer la cola que le correspondiera. Habernos dejado concluir con los responsos obligados al PRD y luego, de acuerdo al orden de la lista, dejarnos limpiar el escenario y dar paso al instituto partidista que siguiera.

Pero no. Pareciera que tanto a Alito, su actual presidente, como a la turba de seguidores que le hacen coro, les urge dinamitar lo que va quedando de aquella aplanadora que ocupó el estrellato político del país casi toda una centuria. Si hacemos caso a los números que le signan, pasando por alto el cambio de siglas, le faltarían apenas cinco años al PRI para cumplir su centenario. Pero ni ese gusto le quieren dejar celebrar. Se propusieron los arriba mentados meterle la inyección letal rápida y pasar al cadáver a los servicios funerarios para su inhumación.

Desde luego que hay muchas opiniones superficiales en la balumba opinadora, que más que ilustrarnos nos distraen. Afirman pontificando, los que parecen los más enterados, que porque se dispuso el actual presidente y su camarilla a establecer el mecanismo de la reelección, le inyectaron la pócima letal. Y que, con eso, lo ponen al borde de la sepultura. Como si el esquema de repetir los puestos fuese una práctica lesiva en el actuar político.

Se pueden poner ejemplos, muchos, de otros sitios y modalidades en donde tales esquemas operan y no generan procesos degenerativos en sus avatares políticos. Se sabe de reyes y reinas que han durado en el poder hasta sesenta años y más. De los zares rusos es una vieja escuela que revivieron los jefes bolcheviques y ahora la practica Putin, sin que se le hagan cosquillas a su puesto. Al menos es lo que se alcanza a ver desde lejos. Pero quedémonos en casita, para no saltar bancas sin estropicio.

El hecho de que la presidencia de la república quedara en manos del PRI, de manera ininterrumpida, a lo largo de setenta años seguidos, ¿no le sacude a nadie las neuronas para asociar tal fenómeno con el modelo reeleccionista? Casi todo mundo se va con la finta de que, por el hecho de promover a un mono distinto para la silla en cada sexenio, había o se estaba ejerciendo un proceso electivo en el que no había tinte alguno ni de falta de democracia, mucho menos de tentación reelectiva. ¡Por favor!

Las pugnas al interior de la antigua aplanadora no se daban para respetar civilizadamente las líneas de actuación democrática, sino para ganarse el favor de los dedos divinos, que actuaban en escala, pero de manera uniformemente acelerada, como la caída de los cuerpos en el vacío. Era ganarse el favor o la gracia de quienes monopolizaban los controles y con ello venir a ocupar los puestos que dizque luego se disputaban en las urnas.

Para el último sexenio en que estuvo vigente el PRI en el poder, con Peña Nieto, y de acuerdo desde luego con su inseparable dama de compañía, el PAN, modificaron la constitución y autorizaron la reelección para todos los puestos de gobierno. Ahora sufrimos esta embestida de la derecha en todos los estados y los partiditos infractores ni pío decían. ¡Qué bueno que doña Claudia ya puso en su programa de gobierno como prioridad eliminar tales lacras electivas! Ya veremos entonces cómo se recomponga el cuadro.

Pero el cáncer terminal que lleva al PRI a la sepultura no tiene que ver con estos males secundarios que señalan, sino con la privación de los favores que ejercía para su monopolio la varita mágica de los poderes ejecutivos en todo el país. Desde luego que resaltaba la paternidad del poder ejecutivo nacional. La protección paterna del mero mero, o séase el presidente de la república, redundaba en la vitalidad de tal organismo electoral. Y por supuesto que enfrentar tal maquinaria era o una tarea descomunal o simples sueños guajiros, que terminaban en dolorosos desplomes. De eso sabemos demasiado todos los que anduvimos siempre en la oposición.

Ahora que se les ha muerto tal padre celestial, los priístas de a pie ya no hallan la puerta. Se ven todos atolondrados. Supusimos muchos, sobre todo analistas, que les iba a durar un buen rato su agonía. Pero al parecer Alito y su equipo se compadecieron y eligieron acortar el sufrimiento. Ya lo desconectaron. Ya le están retirando también el oxígeno. Y si no respira más, pues se va a asfixiar. Y lo vamos a tener que sepultar por anticipado, con todas las honras fúnebres de rigor, pues se trata del sepelio de un casi centenario. RIP