Las Lisistratas modernas

Ya pasó la semana de la movilización feminista. Su proclama central apunta a ponerle un alto a la violencia de género. Como las que se mueven en estas peregrinaciones son muchachas, resulta obvio entender que se refieran al asedio que sufren de parte de machines excedidos. Es un grito estentóreo de ‘ya basta’, para frenar todo acto erótico no deseado. Dígasele hostigamiento, acoso, violación o lo que sea. Su bandera más tétrica es la de la criminalización de nuestras hembras. ¿Matar mujeres? Pues ¿a qué grado de perversión y bestialidad nos hemos desplomado? No podemos fingir demencia. Es momento de ponerle ya un alto a semejante distorsión de nuestra sociedad, por muy civilizada, evolucionada y moderna que la califiquemos.

Se han de señalar ciertas formas indefinidas o confusas de proclamas. En toda práctica política suelen darse extravíos. No expresar con claridad lo que se busca lleva a marrar el golpe. Pero tampoco fácil incidir en la corrección de lo que se populariza en una movilización, sobre todo si los medios masivos de difusión les dan cuerda a semejantes proclamas, donde se entrevera la confusión de los intereses pecuniarios. De éstos, no todos generosos.

Nos decían nuestros viejos mentores que cuando se distrae uno en la investigación termina cogiendo el rábano por las hojas. Algo de esto observamos en las proclamas de la movilización feminista presente y su alocución persistente a la figura del patriarcado. Es conveniente aportar entonces algunos elementos históricos firmes, para buscar enderezar el barco, si es que algo pueda hacerse desde la periferia.

Primero habría que establecer la distinción entre los dos modelos sociales manejados. El patriarcado se estructura a partir de identificar a los individuos humanos por la vía del progenitor. El matriarcado invoca la línea de la madre. Resulta obvio constatar que es más sencillo identificar por la vía de la madre, que da a luz, que poner la lente desde el varón fecundador.

¿Cómo hallar cuál fue el macho progenitor si las hembras fecundadoras sostienen línea de ejercicio sexual abierto y libre? El clan es el grupo humano aglutinado e identificado por la vía materna. La familia es el grupo humano que identifica a sus individuos por la vía paterna. Por complicado que haya sido, los clanes fueron sustituidos por las familias. Por ahí hemos de empezar.

¿Con qué fin o por cuál necesidad insoportable ensayaron nuestros ancestros a aglutinarse por la vía paterna, si es mucho más complicado conseguirlo? Historiadores, economistas y psicólogos buscaron en los bajos fondos de la especie y casi todos coinciden en señalar a la codicia, a la sed de oro, a la ambición por acumular bienes, como el dínamo de estas conductas.

Por la ambición de acumular riquezas, por el afán de acaparar bienes y heredarlos a los vástagos, echaron a andar el mecanismo de la represión sexual pues. Restringiendo el tráfico sexual libre y universal y manteniendo encerradas a las hembras para preñarlas, se puede conseguir la tal identificación parental. Entonces hay que poner en el tapete de la discusión no sólo a las aberraciones eróticas, que provienen como secuela indeseable de la represión sexual, sino también y en primerísimo lugar a la propiedad privada. Mientras que en el matriarcado todos los bienes y recursos estaban a disposición sin distingo alguno para cada uno de los miembros de la comuna, en el patriarcado la apropiación privada se convirtió en mandato divino.

Si hay que echar abajo, como nos invitan las feministas, a toda aberración erótica, pues hay que cogerles la palabra y apuntar la metralla en contra de la sacrosanta institución de la familia. Pero hay que irse de una vez por todas a fondo y dinamitar todos los formatos de la apropiación privada. Hay que meterle metralla a toda forma privada de acumulación de bienes y propugnar por comunas que horizontalicen los satisfactores y la riqueza colectiva. No es una tarea sencilla, pero para allá habrá que dirigir los obuses.

Bienvenidas las guerreras de la lucha feminista, si de verdad se han propuesto derribar las moles monstruosas de la miseria humana. Pero han de dirigir sus embates no tan sólo a las deformaciones que genera la represión sexual indiscriminada y sus aberraciones, sino que hemos de meter el hombro todos, hombres y mujeres, despojados y desposeídos, para derruir el monstruo de la apropiación privada de satisfactores. Es una lucha compleja. Pero si ya saltaron nuestras hembras a la palestra, habrá que acompañarles y darle seguimiento a su lucha. Entre todos habrá que buscar que no se desvíen, ni se obnubilen con falsos objetivos.

De los griegos nos viene un testimonio muy valioso que nuestras mujeres habrían de rescatar. Aristófanes montó una comedia muy famosa, llamada Lisistrata, en la que las mujeres se ponen de acuerdo para ponerle fin a las inacabables guerras en las que siempre andan empeñados los varones. Fue huelga de piernas cruzadas. El veneno surtió efecto. En Islandia por 1975, ya en la vida real, las mujeres recurrieron a la huelga, para ponerle fin a la inequidad existente en beneficio de los varones. Les resultó. Ahora viven en una sociedad que podríamos calificar de envidiable. Volver al matriarcado no es una utopía. Pero hay que derribar demasiados canceles opresivos primero. Y de éstos muchas mujeres, no sólo los varones, los consideran sacrosantos.

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