Las pensiones y sus trampas

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Las pensiones y sus trampas

Juan M. Negrete

La semana anterior abrimos tema sobre las pensiones, para ventilar más rincones raros de nuestra realidad. Su rareza le viene porque en los esquineros solemos dejar amontonada la basura. Y si luego ya no la recogemos, se nos vuelve problemática. Muchos interesados, porque les beneficie o les perjudique esto de la jubilación como está, le buscan ruido al chicharrón. Pero la verdad sea dicha, no todos le entendemos bien a este negocito.

Ya dijimos que existe una dualidad de leyes que medio enredan los cables. La del 73 habló de 500 semanas de cotizaciones y un tope de pensión que no rebasara diez salarios mínimos. La del 97 aumentó ambas sumas. La de semanas cotizadas subió a 1 250 y el tope jubilatorio se trepó a los 25 salarios mínimos. Como toda modificación legal genera dificultades, ésta las produjo. Tienen que resolverse. Para el ISSSTE se aplicaron medidas legales similares. Sus agremiados tienen que torear la misma dualidad. El universo de afectados del ISSSTE es menor que el del IMSS, pero no es conjunto menor. Y si juntamos los dos, tenemos metido en el brete a un buen segmento de mexicanos, de trabajadores desde luego y sus dependientes.

Si sólo fuera motivo de aclaraciones y ajustes, podríamos pontificar que estamos ante un problema figurado o nimio. Pero no es así. El cambio afecta en serio a todos los inscritos en estas nóminas. Con la vieja normativa la jubilación le duraba al beneficiario hasta que la parca le visitara y se lo llevara consigo al Hades. Bueno, así decían los griegos, pero querían significar ‘hasta el último día de su vida’. Esta seguridad vino a ponerse frágil y hasta a anularse con la segunda ley. Fue la pérdida real que le aplicaron al convertir las cuentas de ahorro de cada trabajador en una cuenta personalizada, que fue a dar al tenebroso fondo de las Afores. El averno y estos fondos son alegoría atinada.

El cambio se operó en la figura de financiamiento del retiro. Las cajas del IMSS, del ISSSTE y de otros organismos de jubilación, mantenían sus depósitos de la succión de una parte del salario de los trabajadores en activo. Como el abanico de los ocupados activos era con mucho más numeroso que el de los jubilados, no había visos de que escaseara. Había una garantía sólida para pensar que no iba a decrecer. Por eso se otorgaba al pensionado una suma vitalicia, carácter que se pierde ya en las cuentas individualizadas. Había una segunda variable que jugaba a favor de un superávit permanente del ahorro. El número de trabajadores en activo aumentaba año con año; en cambio la lista de los jubilados, por razones naturales, disminuía. Eran dos coordenadas encontradas y no se veía que se les pudiera alterar el ritmo. No se veía, pero los neoliberales hicieron magia y lo consiguieron. ¿Cómo?

Primero buscaron reducir el monto de salario de los trabajadores. Un embate constante en contra del ingreso de la clase laboral tuvo por fuerza que repercutir en la baja real de las cotizaciones, visto hasta en números brutos. Hay que señalar que la capacidad adquisitiva también fue minada hasta volverla mínima. Juntando las dos variables, no importa que se hable de liquidez. Es liquidez fantasmal, es disfraz de pobreza real, aunque no sea extrema. ¿Qué le dice a un jubilado un monto de dos mil pesos mensuales, que pueda ser subido al doble si se quiere, cuando con su salario mínimo diario anterior de sesenta pesos, por decir, se compraba doce kilos de tortillas y con uno nuevo, subido hasta los ochenta pesos, si se quiere, le alcanza apenas para cinco kilos y medio? Hay razones que a la cara brotan. Y no hay que darles más cuerda. Podríamos poner muchos otros ejemplos, pues los hay para aventar para arriba y nos quedamos riendo. Mas mostremos otros puntos de desavenencia.

Veamos la diferenciación de criterios de aplicación entre las UMA y los SM. Los SM son los salarios mínimos. Las UMA son las unidades de medición y actualización, para que se entiendan bien. En este punto bambolean los señores responsables de la contabilidad de nuestros institutos de seguridad social y está claro que no es a favor de los trabajadores. Cuando da de alta a un derechohabiente se le pide, sea al patrón o a él mismo, que declare el monto del pago que está recibiendo por su desempeño laboral. Esta cantidad es tasada de inmediato en SM y los contadores del seguro lo aplican al tabulador vigente. Si un derechohabiente pide información de las semanas que lleva cotizadas y de la cantidad contemplada para su jubilación, los números que aparecen en tal información hablan de SM.

Ah, pero se llega el día en que se pone punto final a la relación laboral. El trabajador recibe como dato un monto fijo para su jubilación, obtenido por sus cotizaciones en el transcurso de su vida laboral. Esa cantidad pasa a ser manejada a partir de la fecha en UMA. ¿Cuál es la diferencia? La UMA se rige por los índices de inflación, los SM pueden no atenerse a esta lógica.

Ahora que la 4T decidió destrabar a los SM de la camisa de fuerza de la inflación, real o ficticia, apareció con toda claridad la diferencia. Mientras el monto de la jubilación se incrementa al ritmo de la inflación, o sea nada, [por estar tasada en UMA], para los SM se anunciaron incrementos realmente significativos, del 20% y hasta más. O sea, a la jubilación se le metió un freno de mano artificial. Ya no va a crecer. ¿O cómo hay que entender tanto disparate? No cabe duda que al perro más flaco siempre se le cargan las pulgas. Y no aprendemos. Veremos de seguir hablando de asunto tan vergonzoso.

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