Filosofando: Las universidades, ruedas de molino

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Sábado 04 de febrero de 2023.- La figura con la que se alude al tema presente se asocia normalmente con tomaduras de pelo de gran calado. Se decía, en su uso, que no había que comulgar con ruedas de molino. Se expone esta aclaración por el hecho de que tanto el ritual católico de la comunión como el empleo de círculos pétreos de gran tamaño en los molinos, está en desuso.  Atragantarse con ruedas de molino en lugar de hostias es símil de engaño superlativo.

Las universidades mexicanas no viven en el abandono. Por el contrario. Vistas desde el ángulo económico de los presupuestos, son de los pocos renglones públicos que se mantienen en bonanza. No se les regatean emolumentos. A la universidad estatal nuestra, la UdeG, se le deriva un billetito anual que ronda catorce mil millones de pesos, que no es una cifra raquítica. Si lo comparamos con el de la capital del estado, Guadalajara, que rasca apenas los once mil, el de la UdeG lo supera con creces. Parando a ambas instituciones sólo para medir su volumen demográfico, el municipio atiende a casi dos millones de tapatíos, mientras que la universidad torea trescientos mil personas. Las diferencias no son precisamente abisales, pero casi.

No se entiende entonces la razón clara de los regateos que sostiene la UdeG con las finanzas del estado, un año sí y otro también. Cada vez exigen la ampliación del presupuesto, la aprobación de la entrega de más recursos. Basan su exigencia presentando costos caros en los procesos del trabajo que se desarrollan a su cuidado. Si por alguna razón la respuesta de las autoridades a tales reclamos financieros es negativa, la campaña denigratoria de tales personalidades políticas no se hace esperar. En este tipo de guerra sucia tienen mucho callo nuestros impolutos jerarcas udegeístas. Lo conoce y sabe muy bien el culto público tapatío, pues cada año se repiten tales cantilenas hasta el cansancio. Ya hasta parecen discos rayados con tales cuentas.

No hay que poner en entredicho la justeza de estas solicitudes. Demos por descontado que toda inversión de recursos en lo educativo es positiva. Habría que alentar desde gayola que nunca se retuerzan estos avíos, menos que se reduzcan. Quienes le regatean al renglón primario los recursos no tardan en sufrir consecuencias hasta traumáticas. Es vieja lección y bien aprendida en todos lados. Pero tampoco hay que darle vuelta a la página sin clavarle el ojo avizor, pues no todas sus partidas son transparentes.

¿Qué hacer cuando la administración de los recursos, altos o escasos que se entregan a las universidades, resulta confusa, capciosa o de plano aviesa en muchos casos ya documentados? No hay necesidad de irse a los escamoteos internos o a la sustracción hampona de ellos, sino a la revisión fáctica de las nóminas públicas. Aquí es donde el respetable espera que tales papeles se encuentren ajustados a niveles atinados y apegados a lo que les marque la ley. Pero de que hay sorpresas a cada rato, las hay.

¿Cómo entender y tomar con sosiego el dato de que los rectores o los puestos administrativos en general, devenguen cifras mensuales que rondan el centenar de los miles de pesos? Son injusticias que claman al cielo, sobre todo si se comparan con las nóminas de la gran mayoría de profesores e investigadores, sobre todos los llamados de asignatura, que no superan ni los diez mil pesos al mes. Peor es el cuento, cuando nos enteramos que muchos de estos académicos favoritos apenas andan cubriendo ocho o diez horas de trabajo docente a la semana, cuando su par tameme se gasta veinte horas o más ante las aulas. La exigencia profesional se exige en ambos casos y tiene que ser cubierta. Entonces, ¿En qué fincar tan injustas desigualdades?

Estos señalamientos nos sirven apenas de aperitivo, pues lo que ocurre intra muros no aguanta un buen ejercicio de auditoría educativa o académica. Con subterfugios legales persistentes se ha impedido siempre que hacienda o la SEP u otros organismos pertinentes apliquen estas revisiones necesarias. El vocablo mágico de la autonomía se enarbola en automático en contra de cualquier iniciativa de este tipo y ahí se acaba el corrido.

Otra lacra visible y bien señalada de nuestros capos universitarios viene a ser su empecinada presencia pública en la vida de los partidos políticos. Al PRD estatal lo coparon desde 1997 hasta que le exprimieron el jugo y lo tiraron cual vil bagazo estéril. Ahora nadie da ya una higa por semejante partido a nivel nacional, pero mientras les sirvió, los jeques universitarios lo utilizaron para colocar a diputados federales y locales, regidores y más puestos de elección, y ni quien les llamara a cuentas. Ahora el PRD está en la lona, pero para eso les sirven las plantillas de los demás aún vivos en el espectro político. Y si se acabaran, ya registraron hasta uno propio, el tal Hagamos… de pena ajena.

Quienes le entraban a este juego absurdo de la tómbola de puestos de elección recibían en su cartera los emolumentos de tales sitiales, como hacen todos los que llegan a tales espacios. Pero que se sepa, ninguno de ellos dejó de recibir a la par los emolumentos de su plaza universitaria. No tramitaron licencias, pues ni falta que les hacía. Y ni quien les reclamara nada. Eran pagos suculentos a su fidelidad. ¿Lealtad a qué o a quiénes? Por ahí va la sopa misteriosa de estos entuertos. Es lo que hacen que el gran público empiece a querer descorrer los velos de estas trampas, de todas estas simulaciones y embelecos. Ya no podemos seguir tragando semejantes ruedas de molino.

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