¿Llega a su final el conflicto magisterial?

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¿Llega a su final el conflicto magisterial?

Juan M. Negrete

La semana se puso tensa en cuando a acontecimientos aparatosos se refiere. Los escándalos suelen ser prioritarios a tomarse en cuenta como generadores de noticias. Es lo que ocurrió con los exabruptos más recientes de Trump. Le propinan duro viraje al intercambio mercantil. Aumentar aranceles a las mercancías trastocará el tipo de cambio de nuestras monedas y los márgenes de ganancia. No es escándalo menor. Estábamos apenas entretenidos por saber si Lozoya y Ancira, ya en el banquillo de los acusados, sería inicio concreto de la lucha contra la corrupción. Con lo de Trump, lo de Ancira y Lozoya palideció y pasó a segundo término.

¿Qué decir de las incriminaciones locales contra Carlos Lomelí, candidato a gobernador por Morena y ahora superdelegado federal? Perdió candilejas. Peor le va al espacio para seguimiento de análisis y opinión a los asuntos de interés público en los medios. Aquí hemos persistido por semanas en revisar el lío entre los profesores de las escuelas públicas y su gran empleador, el estado nacional. Parece ya irse desenmarañando. No puede afirmarse su tregua final. Y decimos tregua, porque en estos espacios, donde participan tantos trabajadores, las complicaciones nunca escasean. Se habla de un universo de dos millones de trabajadores, que no es una bicoca.

Habíamos establecido algunos renglones de aclaración sobre la cuestión laboral. Primero quisimos explicar la diferencia que se contiene entre nuestros dos grandes apartados, el A y el B, en cuanto a la forma de contratación colectiva, partida que le da vida y sentido a los sindicatos. Expusimos con peras y manzanas que a los gremios a los que engloba el apartado B, todos los de los trabajadores al servicio del estado, no les favorece el beneficio de la bilateralidad. Su calidad de ‘sindicatos’, por tanto, debe descartarse.

Para los gremios que ampara (es un decir) el apartado B no hay contrato colectivo. Son condiciones generales de trabajo. Las establece el patrón, escuchando a los afectados. Todo lo que los trabajadores reclamen a su favor podrá ser atendido por el patrón. Eso de que los escuche o no, suena peregrino o infantil. En muchos casos es mera pérdida de tiempo. Peor es la situación si queda claro que el patrón de los maestros es el poderoso estado. En caso de desavenencia no podrán doblegarlo, así se coordinen en todo el territorio y logren levantar la bandera de la resistencia total de los obreros del gis y pizarrón. El estado-patrón aparece como omnipotente en esta relación y dependerá de su indulgencia y buenos oficios si condesciende a las peticiones obreras.

Es la legalidad de nuestra carta magna. Es la razón de fondo por la que siempre, pero agudizado en el sexenio anterior, vemos la intermitencia de olas de manifestación popular de maestros, de padres de familia apoyando a sus profes, del público en general sumándose a sus avanzadas. Hay mucha molestia también de parte del público que se ve afectado con estas movilizaciones. Ambas partes llevan razón en su molestia. Mas la ignorancia que prima sobre los motivos de las protestas hace que al gran público no le quede clara la razón del ajetreo. A estas contingencias que ya deberían verse como anómalas, habría que sumar la escisión gremial. Al gran público, otra vez como fondo referente, le aparece oscura. Todo mundo entiende que el que levanta la bandera de la resistencia es el sindicato. Éste es un cuerpo o instancia reconocida por las autoridades laborales. En el caso concreto de los agremiados del magisterio, el titular sindical se llama SNTE (sindicato nacional de trabajadores de la educación). ¿Por qué razón entonces es la CNTE (coordinadora nacional de trabajadores de la educación) la que trae el conchinchi y encabeza el baile? Una gracia más del apartado B residía en el dato de que sólo puede haber un sindicato por institución. Así que la CNTE no tendría personalidad sindical. La CNTE vendría siendo un mero subgrupo al interior del SNTE.

Empero al sindicato (SNTE) nunca, o muy poco, se le ha visto luchar por reivindicar beneficios. Al contrario, su dinámica conocida es la del aplauso, la sumisión abyecta patrón, extendida a todos sus bien portados trabajadores. Jamás levantar la voz. Eso se ve como insania, como locura, como ponerse con Sansón a las patadas. La tónica establecida por el SNTE es el jefismo a toda prueba. Por eso a muchos las movilizaciones de la CNTE les parecen como fuera de foco. Es fácil condenar a los díscolos, como siempre renuentes, como radicales a los que nunca se les da contento. Presentar a la CNTE como un conjunto de trabajadores inconformes, siempre rebeldes, es pintarlos para su condena sumaria y su descalificación inmediata. La tradición de nuestras sumisiones colectivas avala tales reacciones.

Fue de maravillar que ‘por darle gusto a la CNTE’, la reforma educativa de Peña Nieto fuera vapuleada y modificada, para suplirla por una nueva. Lo festinó a voz en cuello el morenismo y su propio jefe AMLO, como una victoria acordada con la CNTE. Mas ésta decidió no plegar banderas y mantener vivo el ánimo de resistencia. A principios de la semana citó el titular del poder ejecutivo a una reunión urgente con la CNTE primero, antes que con el SNTE. Y ahí se comprometieron ambas partes a fijar en las leyes reglamentarias, bien revisadas, las medidas para que todos los puntos que han generado disenso y conflicto se subsanen. La idea es concluir el litigio de una vez por todas. Las mesas entre las distintas secretarías involucradas en tales líos y los representantes de los maestros ya están instaladas. ¿Veremos un final feliz?

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