Lo religioso en la disputa electoral

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Lo religioso en la disputa electoral

Juan M. Negrete

Es la víspera de la jornada electoral. Los del INE propalan a voz en cuello que se trata de las elecciones más grandes de la historia del país. Es dato derivado de meras cuentas cuantitativas. Si el número de la población ha crecido, lo más normal del mundo es que ahora haya millones de papeletas más que en elecciones pasadas. Pero esta cantilena se refiere a cuestiones intrascendentes. Hay sesgos que deberían ser revisados con mayor precisión para obtener más luz y que vengan a ilustrar sobre lo que somos y lo que estamos viviendo. Uno de ellos debería centrarse en el debate religioso, siempre pantanoso y complejo de entender.

En la mañanera pasada, AMLO se calificó a sí mismo de cristiano. Dijo ser un admirador del profeta judío Jesús, fundador del cristianismo. Lo pintó como el luchador social más importante de la historia. Que si todos (supongo que se refirió sólo a los ciudadanos mexicanos) practicáramos los principios del amor y del perdón, nuestra sociedad sería mejor que la que tenemos.

En el otro extremo de la partitura, metiéndose de lleno en la disputa electorera presente, el cardenal tapatío, Juan Sandoval Íñiguez, puesto ya en la sombrita jubilatoria pero que no por eso deja de hacer ruido, pidió el micrófono y soltó uno de sus muy gustados disparates deshilachados. En su mensaje pide a los electores “votar en contra de los que están en el poder, porque se viene la dictadura o se pierde la libertad, porque se trata de un sistema comunista, socialista, que esclaviza”. Para reforzar su alocución no olvidó decir que en Cuba y en Venezuela hay miseria y ausencia de libertades.

Sería productivo tensar los cables que sostienen esta clase de discursos, los de ambos personajes. Y habrá que irlo haciendo ya, porque en la cada vez más dispersa atmósfera cultural del país, muchos puntales de convicción parecieran haber cedido su lugar para dejar espacio a nuevas visiones de lo que hemos de ser o seguir construyendo como país. Construir el edificio de la comuna no tiene que ver tan sólo con la infraestructura material, carreteras, refinerías, puertos, centros de trabajo. También contempla sus embadurnamientos ideológicos, definiciones políticas, el imaginario a interiorizar por las mayorías ciudadanas. Es en este segmento de productividad donde hay que ubicar las convicciones y creencias religiosas, que permean a las mayorías.

Con juicios superficiales, un observador poco atento aplicaría el mismo rasero a los dos oradores. Obrador y el cavernal se declaran cristianos, son seguidores del fundador de tal religión y, al final, aun encontrando ciertas discrepancias en sus alocuciones, habría que colocar el discurso de ambos en los mismos anaqueles. Las distancias retóricas por anotar serían parte normal de las florituras del baile, en el que andan empeñados ellos dos y muchos otros más. Y no es la danza de los diablos.

Pero no es así. Para empezar, la declaración de fe que hizo Obrador en su espacio informativo está fuera de lugar. Cada ciudadano mexicano goza de la libertad que le otorga nuestra ley fundamental para tener, practicar o no tener credo alguno. Es un derecho ciudadano que no puede ni debe serle conculcado. Y en ese tenor, que diga misa o que diga cuanto le venga en gana cualquiera de nuestros paisanos, no nada más él. Pero tales discursos, derivados de tal derecho inalienable, terminan siendo acotados cuando se trata de los micrófonos o de los foros de la actividad pública.

En la discusión y en las declaraciones pertinentes a la esfera pública se impone la norma básica de la laicidad. todos los servidores públicos deben atenerse a ella. Es un predicamento de carácter valioso e irrenunciable, al que tiñen muchos avatares hasta sangrientos de nuestras luchas pasadas. No vale entonces difuminar estos cánones que costaron tantos sacrificios a nuestros viejos y que terminaron siendo tan respetables. Eso de la separación de las esferas de la iglesia y del estado es una herencia o una conquista de nuestra historia que no tiene porqué ser despilfarrada o ignorada.

Desde este punto de vista el querido y estimado Peje, muy querido y muy apapachado por la opinión colectiva, simplemente desbarró. Y hay que hacérselo notar. La declaración de sus convicciones religiosas es gratuita. Lo grave es que no resulta tan inocua, como pareciera juzgarse, porque se trata de una toma de posición personal, desde la más alta tribuna republicana. En ella, los lineamientos republicanos deben respetarse, por muy peje que sea.

Si él no lo hace, si él mismo violenta estos parámetros públicos fundamentales, se descalifica o se tulle para llamar a cuentas al prelado por violentar tal principio fundamental. El cavernal llama a votar a los feligreses como si desde el púlpito pudiera hacerlo sin reparo alguno, como si viviéramos todavía en los días de la colonia. Otra vez la vuelta de tuerca de la separación de ambas esferas y todos tan contentos. Cuando este prelado o cualquier otro ministro de culto metan su cuchara a donde no les llaman, la amonestación pública para que se respeten los lineamientos constitucionales habrá de llamarles al orden y conminarles a la obediencia. Pero lo áspero de la confrontación presente parece haber relajado hasta los cimientos más sólidos de nuestro historial presente. Habrá que tener más cuidado.

A votar mañana entonces y que venga el mejor resultado para todos.

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