Cuando, a finales de la década de los 90 del siglo pasado y principios del actual, directivos de los dos bancos más grandes del país –Banamex y Bancomer– tuvieron pláticas con miras a una posible fusión para hacer una institución financiera nacional competitiva frente al embate de la banca extranjera, el gobierno se opuso.
Por algún interés, o simplemente debido a una visión corta –miope, digamos–, Vicente Fox dijo que no era conveniente que hubiera un monopolio bancario y desaprobó la posible operación. A partir del año 2000, mediante algunas fusiones que representaron una inversión de mil 400 millones de dólares, Banco Bilbao Vizcaya (BBV) se hace de Probursa, Bancomer y Promex y se convierte en el banco más grande de México.
Así empezó la fiebre de venta de bancos a corporaciones internacionales. Se nos dijo que con la llegada de bancos extranjeros habría más facilidades de créditos, mejores tasas de interés y óptimos servicios. Pronto México se quedó prácticamente sin bancos nacionales –salvo Banorte–, y las decisiones sobre los mismos se toman, desde entonces, no en la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) sino en las matrices de cada banco.
En 2001, los dueños de Banamex, Roberto Hernández y Alfredo Harp Helú, hacen el negocio de su vida al venderlo al cuestionado Citibank-Citigrup en la cifra récord de 12 mil 500 millones de dólares.
Casi a la par de que Bancomer se enajenaba, le pregunté al expresidente de la Asociación de Bancos de México, Ricardo Guajardo Touché, si no hubiera sido mejor para México la fusión con Banamex y tener una institución financiera nacional fuerte y competitiva.
Me respondió con un dejo de orgullo más o menos lo siguiente: “Es que estamos entrando a la globalización y ahora Bancomer crece a nivel internacional”. Más bien está siendo absorbido, comprado, en lugar de ser al revés, y el nombre Bancomer a la mejor hasta desaparece –le reproché–. “No. Eso no va a suceder; vamos a trascender fronteras”, respondió con aparente convicción.
Hasta ahora, el nombre BBVA-Bancomer no ha trascendido las fronteras. Su nombre en España y en América Latina, salvo en nuestro país, es sólo BBVA.
A propósito de este grupo financiero, el año pasado obtuvo ganancias mundiales por 4 mil 642 millones de euros (fuente: agencia EFE febrero de 2018). De ese total, se llevó de México 2 mil 162 millones. O sea, 63% más de lo que recibe en España misma.
En tanto las ganancias en toda América del Sur apenas sumaron alrededor de mil millones de euros repartidos, en orden descendente, de la siguiente manera: Argentina, Colombia, Chile, Perú, Uruguay, Venezuela, Paraguay y Bolivia.
Bajo la premisa entonces de que en México la CNBV parece estar sujeta a las presiones de los grandes Trusts bancarios globales, aquí tales instituciones ni han mejorado créditos ni intereses ni la atención a clientes, como se prometía (va uno a un banco y de diez cajas operan cuatro o cinco), por lo que resulta inaplazable reglamentar las comisiones.
Independientemente del protagonismo o no del senador Ricardo Monreal, quien afirma que las comisiones bancarias en México son cercanas a la usura, es recomendable, y hasta urgente, que se legisle al respecto no sólo para evitar las excesivas ganancias de los bancos, sino para evitar que el cliente sufra las consecuencias de que en dichos lugares se paga hasta por tener ahí depositado lo poco que se gana el obrero, el empleado y hasta el profesionista.
Si bien la Bolsa de Valores tuvo una caída estrepitosa apenas se anunció la medida, no es mpara que se asusten los señores del poder económico, sino para que, al menos, se autorregulen y dejen de ver y usar a México y a sus ahorradores como el mejor paraíso para sus avariciosas ganancias.