Los peligrosos extravíos del poder

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Puntos y Contrapuntos

Criterios

Muchos abrigan el sincero deseo que fructifique en Jalisco un cambio verdadero que pueda ser considerado como una honrada refundación de las instituciones de gobierno y que en la República pueda cristalizar la cuarta transformación que lleve al país por los caminos de la prosperidad y el progreso, particularmente en beneficio de quienes durante décadas han vivido en la postración de la marginación y la miseria.

En estos tiempos de recurrentes fragilidades, ni siquiera parecería importante contar y catalogar las promesas que hicieron durante las más recientes campañas electorales el aspirante a la presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador -ahora mandatario en funciones-, y Enrique Alfaro Ramírez, quien este jueves 6 de diciembre del 2018 asumirá el poder en Jalisco, si los presumiblemente nobles propósitos que les llevaron a buscar afanosamente el poder para servir al pueblo, se extraviaran en algún salvaje arrebato de soberbia.

Mucho cuidado habrían de poner ambos en observar con curiosidad y detalle la conducta de un buen número de subordinados, socios y aliados, de pasados cuestionables o reputaciones dudosas, sobre todo en estos primeros días y meses de empoderamiento, cuando podrían alucinar con alguna malsana pretensión de manipular al mundo.

Dicen los conocedores del alma humana que el pecado favorito del diablo es la soberbia, esa inocultable altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros, esa satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás, esa delirante pretensión de suponerse y asumirse como la más confiable esperanza de un mundo ansioso de ser iluminado por el último rayito de luz.

La soberbia es mal de los tiempos modernos, que aqueja por igual a jóvenes y maduros, porque pierde y extravía las almas.

Un frenesí recorre el mundo y consume los años y las esperanzas de las nuevas generaciones en tiempos muy cortos, de forma tal que muchos transitan por el servicio público con la enfebrecida angustia de quienes aspiran a resolver el futuro de un solo golpe, en tres o seis años, al amparo de negocios lubricados con bienes y dinero público.

LA VILEZA

De nadie habrían de cuidarse más los nuevos poderosos circunstanciales que de los lisonjeros, los serviles, los aduladores y los hipócritas, que se arrodillan impúdicamente ante el nuevo amo o el poderoso e infalible líder, para obtener de él sus bondades y generosidades, al abrigo de privilegios ilegítimos que agravian al pueblo, porque no están al alcance de los hombres comunes, honrados y decentes.

El fariseísmo político alimenta las vanidades de los pobres de espíritu, de las levedades que hacen naufragar a quienes llegan al poder después de una tesonera lucha o en brazos de una fortuna obsequiosa, circunstancial, producto de un accidente en el tiempo.

Las promesas, los buenos propósitos, las buenas intenciones no tienen significado alguno si no están respaldadas por la firmeza de un corazón comprometido con la verdad, la justicia y el estricto respeto de la ley, en una superior veneración por su cumplimiento en favor de quienes más requieren de su protección y abrigo, sin importan origen o fortuna.

Porque muy frágiles son el poder y la justicia cuando se confían a personas que carecen de la convicción y el vigor de un ánimo bien templado, que los preserve, cultive y fortalezca en favor del pueblo.

En Guadalajara, en la base de la fuente de la fuente de la Minerva -la diosa romana de la sabiduría-, está una leyenda que describe el alma de la ciudad y de la región: “Justicia, sabiduría y fortaleza custodian a esta leal Ciudad”.

Esos principios, que guían a las personas dignas y honradas, se vinculan espiritualmente con la sentencia que está grabada en el frontispicio del Teatro Degollado, inspiración que guía la esperanza de los jaliscienses: “Que nunca llegue el rumor de la discordia”.

LOS CONSEJOS

Bueno sería que a los políticos encumbrados les atrapara un intempestivo soplo de lucidez. Podrían aprovechar los consejos expresados en el tratado de política por excelencia, “El Príncipe”, publicado en 1513 (siglo 16) por el filósofo y diplomático florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527).

En el Capítulo IX, denominado “Del principado civil”, se refiere al pueblo y a los nobles, selecta cofradía esta última, que trasladada a la actualidad podría estar representada por los amigos convenencieros, los cómplices, los socios en la repartición del botín, los representantes de las oligarquías y de los poderes fácticos, en los ámbitos estatal y federal.

Dice Nicolás: “Un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será fácil”.

Agrega: “Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no lo ame es el ser abandonado por él”.

Sobre los presuntos aliados del Príncipe, Maquiavelo advertía: “A aquellos que se unen y no son rapaces se les debe honrar y amar; a aquellos que no se unen, se les tiene que considerar de dos maneras: si hacen esto por pusilanimidad y defecto natural del ánimo, entonces tú debes servirte en especial de aquellos que son de buen criterio, porque en la prosperidad te honrarán y en la adversidad no son de temer; pero cuando no se unen sino por cálculo y por ambición es señal de que piensan más en sí mismos que en ti, y de ellos se debe cuidar el príncipe y temerles como si se tratase de enemigos declarados, porque esperarán la adversidad para contribuir a su ruina”.

Reitera: “El que llegue a príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse en conservar su afecto, cosa fácil, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido. Pero el que se convierta en príncipe por el favor de los nobles y contra el pueblo procederá bien si se empeña ante todo en conquistarlo, lo que sólo le será fácil si lo toma bajo su protección”.

Concluye este capítulo de esta manera: “Y dado que los hombres se sienten más agradecidos cuando reciben bien de quien sólo esperaban mal, se somete el pueblo más a su bienhechor que si lo hubiese conducido al principado por su voluntad. Insistiré tan sólo en que un príncipe necesita contar con la amistad del pueblo, pues de lo contrario no tiene remedio en la adversidad”.

¿Dónde están los que se alejaron del pueblo, los que en los seis más recientes años naufragaron en las turbias aguas de la frivolidad, los abusos y el desenfreno?

Triste será la memoria que la mayoría del pueblo conserve de los gobiernos de Enrique Peña Nieto y de Jorge Aristóteles Sandoval Díaz. Bien harían en verse en este espejo tanto Alfaro Ramírez como López Obrador.

Al final, cuando terminen la encomienda que apenas empiezan, muy pocos amigos verdaderos y confiables tendrán y de poco aprecio gozarán si no le cumplen o traicionan al pueblo, aún en el supuesto de que alguno pudiera aspirar a prolongar su ilusoria aventura de poder.

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