Maduro, al pebetero

Maduro, al pebetero

Juan M. Negrete

Los gobiernos de nuestros países en Latinoamérica nunca se bajan del escenario. Pareciera que su destino manifiesto fuera eso de estar siempre trepados a las tablas, bien para divertir al respetable o para hacerle moquear y girimiquear, según sea el caso. Ahora le tocó la parte del libreto a nuestro sufrido pueblo hermano de Venezuela.

Por el año recién concluido, 2024, transcurrió allá una jornada electorera, con parafernalia similar a los rituales a que ya nos acostumbramos en este chiquito mundo occidental. El día 28 de julio tuvieron lugar esos comicios. Hubo propaganda previa y cobertura universal a sus avatares . Al final, el resultado oficial dio por ganador a Nicolás Maduro Moro. Pero la oposición desconoció estas cifras oficales, que le dieron un 51% a Maduro y un 43% al opositor, Edmundo González Urrutia.

La susodicha oposición no sólo no aceptó el resultado oficial, sino que proclamó sus propias cifras. Según sus cuentas y cuentos, revisado el 85% de las actas, su candidato había obtenido como un 70% de los sufragios, lo que le convertía en automático en el candidato ganador. La turbulencia poselectorera no se hizo esperar. Hubo marchas, mítines y embotellamientos a granel. También se desató una ola de descalificación mediática en contra de los institutos oficiales de la elección. Según la opinocracia occidental, todos los que sostuvieron el triunfo de Maduro son instituciones corruptas, vendidas y compradas.

El regateo público duró más o menos un mes en su propio territorio, pero los medios masivos de intoxicación y tergiversación no conoció respiro en el exterior, alentados sobre todo por los gobiernos gringo y británico. Nuestros gobiernos latinos nada más les hacen solfa a estos mandones. Y nuestros medios locales repiten todo lo que se les indica desde los centros de mando del imperio. Así estuvieron las cosas.

Con toda esta parafernalia, se creó en el ambiente medio una supuesta rebatinga que tendría lugar el día de ayer, 10 de enero, en todo Venezuela, suponiéndose que sobre todo Caracas, la capital, entraría en estado de coma. La lideresa más conocida de la oposición, Corina Machado, se mantuvo todo este tiempo en la clandestinidad, aunque no dejaba de soltar avances del plan orquestado para impedir la toma de posesión de Maduro. Se decía que millones de manifestantes opositores harían acto de presencia en el país e impedirían tal acto protocolario.

La segunda parte del plan, que en realidad debería de haberse planteado como primero, era que don Edmundo, exiliado en España, entraría a como diera lugar al corazón de la patria venezolana, empujaría hasta al cesto de la basura al usurpador o fraudulento Maduro, y reacomodaría los cuadros de la democracia venezolana, al gusto desde luego de las potencias mercantiles que les enviaron a treparse al escenario.

Pero todo este plan desarrolló un libreto que bien podemos calificar de ridículo. Para empezar, a la señora Machado le inventaron primero un secuestro, sin prueba alguna. Se publicitó una marcha pública mediante la cual salía de la clandestinidad y retomaba las banderas para agitar a la población a impedir la consumación del fraude. Mas no hubo una sola prueba de la tal detención y la farsa se les desplomó y estrelló en el suelo, sobre todo a los medios que soltaron tal cobertura sin presentar un solo dato veraz sobre el asunto.

Al señor Edmundo le organizaron una supuesta marcha triunfal que cubriría algunas plazas importantes de nuestro continente. Fue a Argentina, obvio, y a algunos otros centros ceremoniales, controlados por la extrema derecha. Iba acompañado de personajes impresentables como Aznar, Calderón y Fox, que le harían la escolta para su ingreso triunfal en Caracas. Su penúltima parada sería en Washington o en el Pentágono, que es de donde reciben las órdenes terminantes, a las que no pueden objetar nuestros obtusos personeros de la oligarquía criolla o de huarache.

Pero no tuvo la comparecencia esperada de los poderes gringos y tampoco pudo desplazarse de ahí al punto ceremonial prefijado: Caracas. Se quedó en República Dominicana y desde ahí lanzó un exordio balbuciente, tímido, lánguido más bien, para invitar al mundo a desconocer a Maduro y a dizque restablecer la democracia en su sufrido país: Venezuela. Sí hubo una marcha opositora en Caracas, a la que los medios más objetivos le calcularon una presencia de unos dos mil participantes. Fue entonces una manifestación muy pobre. Y no se sabe que haya sido reprimida. No tiene caso hacerlo.

Los mandos del poder venezolano realizaron al parecer lo conducente, lo que corresponde a quienes fungen como poder establecido. Su primera medida atinada consistió en no engancharse en las diatribas falaces o estrafalarias que propalaban los medios masivos sobre la numeralia electorera. Por más que se les exigía en todos los tonos que presentaran una por una las actas de la jornada electoral, jamás dieron dicho paso. Era una exigencia torpe de los gobiernos occidentales descalificadores, si como cargo adjunto afirmaron siempre que todas estas instituciones estaban vendidas y sometidas al control del poder bolivariano.

La segunda acción de mando consistió en revestir del poder constituido al que dieron en su momento como candidato ganador, Nicolás Maduro, y lo entronizaron para que desempeñe el cargo de poder ejecutivo, en el que ya lleva doce años, otros seis más. A nuestros medios occidentales, tergiversadores de los hechos, les seguiremos escuchando el discurso manido de la dictadura bolivariana. Pero por lo pronto el poder venezolano no les permitió salirse con la suya. Podemos afirmar entonces que la oposición venezolana está más que inflada y casi, casi, que es puro cuento. Ya veremos luego qué siga de todo este sainete.

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