En uno de los últimos días de mochilero por varios países europeos, ya cerca del invierno de 1971, de pronto, en uno de los tantos cafés que había ─y creo que aún los hay en los portales de la hermosa plaza de San Marcos, en Venencia─, atrajo mi atención escuchar de repente a un trío tocar música mexicana que para mí fue una verdadera sorpresa. manzanero
Primero, aquel conjunto compuesto por acordeón, guitarra y violín había tocado y hasta cantado varias canciones tradicionales italianas. Después vino Bésame mucho, y una o dos interpretaciones europeas, creo que francesas y, finalmente, Adoro.
Después de más de tres semanas de no saber algo de México, porque, al menos entonces su nombre no figuraba en aquellas latitudes y su presencia prácticamente no existía en materia de noticias y comercio, por ejemplo; en este campo nos ganaban sudamericanos y aún centroamericanos con sus productos, así fueran bananeros. Fue así que, escuchar música de por acá, produjo en mí un gran regocijo un tanto nostálgico. Y me aguanté las ganas de gritar: ‘Esto es sólo algo de nuestra gran riqueza mexicana’.
Por supuesto, oír por aquellas tierras una de las melodías, la mejor de todas de la compositora zapotlense Consuelito Velázquez y catalogada entre las más famosas en el mundo, fue una muy placentera experiencia y de la que ya se conocía su trascendencia, pero deleitarse uno con una canción mexicana muy posterior, compuesta por Armando Manzanero Canché alrededor de un decenio después, fue algo extraordinario, maravilloso.
Así fue que, aparte del viaje como tal disfrutando del Viejo Continente con las incomodidades que ocasiona la escasez de recursos monetarios, empecé a aprender más y apreciar mejor lo mucho y muy variado que tenemos en nuestro país: el rico e invaluable antepasado; su folclor, su arte y, por supuesto, su música como las canciones de Manzanero, entre otros grandes y muy variados compositores que se pueden codear con los mejores del mundo.
Ya de regreso a México me tocó la compañía, en la misma fila de asientos del avión, de un promotor francés, muy interesado en descubrir nuevos intérpretes de canciones vernáculas, rancheras sobre todo, para llevarla a su país. Su nombre no lo recuerdo. Lo que sí no se me olvida es que Olga Guillot estuvo a recibirlo en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y hasta me dieron un aventón al centro.
Durante el vuelo, comentaba el francés su admiración por los compositores mexicanos que del menor detalle, de la menor o insignificante cosa hacían canciones tan hermosas. Y se sublimaba cuando recitaba Veracruz y su “diluvio de estrellas”, o cuando decía: ¿Cómo es posible que de un “farolito que alumbras apenas mi calle desierta”, Agustín Lara haya compuesto tan bella canción.
También, se preguntaba cómo de una calle cualquiera, Manzanero haya hecho una canción grandiosa como Adoro que ya sonaba en Europa, igual que Esta tarde vi llover.
Hace 25 años o más, casualmente me encontré con el maestro Manzanero cerca del entonces todavía hotel Hilton, cerca del Condominio Guadalajara. Iba solo hacia su camioneta, que era una Combi. Le platiqué lo arriba mencionado y con sencillez me respondió que sí, que algunas de sus canciones se escuchaban bien en distintos países y me agradeció el detalle de decírselo.
Cuando ya Manzanero Canché se había internacionalizado, en México había incluso conjuntos musicales que no se interesaban en aprender sus canciones, pese a que tocaban y cantaban boleros y románticas en general. Ahora recuerdo que cuando nos casamos mi esposa y yo pedimos Somos novios y no se la sabían aquellos músicos. Una verdadera lástima, pues varios años antes, ya la había grabado en inglés Elvis Presley como It’s impossible. Posteriormente la grabaría Perri Como y fue un gran éxito hasta ser nominada para los premios Grammy.
En fin, el compositor, músico e intérprete yucateco, tuvo que ver pasar muchos años para que todos los mexicanos tararearan al menos alguna de sus canciones.
Deja para la posteridad un repertorio de alrededor de 600 canciones que, a decir de los enterados, quedarán gravadas en la mente de muchísima gente de manera perenne. Entre ellas, las ya citadas, Voy a apagar la luz, Parece que fue ayer, Mía, No, Nada personal, No sé tú, Te extraño.
Cuando la muerte lo sorprendió ─si es que puede decirse tal luego de padecer durante más de diez días del Covid-19 y de haber estado intubado─, el mero día de los Inocentes. El 28 de diciembre tristemente se sumó a los hoy cerca de 124 mil muertes por esta indomable pandemia en contra de la cual no hemos dado toda la batalla requerida, como es el aislamiento, la sana distancia, el uso debido del cubrebocas y el debido aseo. En paz descanse el tan gran compositor y músico.
Se fue tres días antes del fin de este año tan lleno de angustia e incertidumbre, pero también de grandes ejemplos de amor a la profesión y al prójimo por parte del cuerpo médico, enfermeras, paramédicos y todo los auxiliares del ramo que han dado ejemplo de entrega, no pocas veces hasta el heroísmo y, yo diría, casi martirio para dar auxilio, hasta la extenuación, a los que han padecido este virus sumamente contagioso. Honor y reconocimiento para todos ellos y ellas.
Para todos nosotros, este mal que ha cargado ya con muchos famosos y muchísima gente común y corriente, debería de ser de gran enseñanza, de esperanza, pero también lo será de una reeducación, sobre todo, a partir del 2021 que está a la puerta.
En tanto, que los 1.7 millones de fallecidos en el mundo y los 123 mil 845 hasta el martes 29 en México, que han pasado a lo desconocido, a lo eterno para los creyentes, que encuentren la Luz de las luces y la paz definitiva en el Padre Eterno