MARGUERITE YOURCENAR

Marguerite Yourcenar novelista y ensayista francesa, nació el 8 de junio de 1903 y falleció el 17 de diciembre de 1987. Con su obra Memorias de Adriano, consiguió ser la primera mujer electa a la Academia Francesa en 1980. La novela se publicó en Francia en 1951 y fue todo un suceso con gran aclamación de la crítica.
En dicha obra Yourcenar recrea la vida y muerte de uno de los más grandes gobernantes del mundo antiguo, el emperador romano Adriano, quien le escribe una larga carta a Marco Aurelio, su sucesor e hijo adoptivo.  El emperador medita su pasado, describiendo sus triunfos y fallas, su amor por Antínoo y su filosofía. Esta novela vino a ser un clásico moderno, un lienzo en el cual se recrea la ficción de la antigüedad.
La escritora publicó también ensayos y poemas, así como sus memorias en varios volúmenes. Vino a Norteamérica huyendo de la Segunda Guerra Mundial y fue aquí donde creó la parte más fecunda de su obra. El primer intento de la obra de Adriano lo realizó de 1924 y 1929, entre los veinte y los veinticinco años de edad y acabó destruyendo todos los manuscritos de esa época. Retomó y abandonó nuevamente el proyecto entre 1934 y 1937. En sus notas Yourcenar dice: “En todo caso, yo era demasiado joven. Hay libros a los que no hay que atreverse hasta no haber cumplido los cuarenta años. Se corre el riesgo antes de haber alcanzado esa edad, de desconocer la existencia de grandes fronteras naturales que separan, de persona a persona, de siglo a siglo, la infinita variedad de seres; o por el contrario, el riesgo de dar demasiada importancia a las simples divisiones administrativas, a los puestos de aduana, o a las garitas de los guardias. Me hicieron falta esos años para aprender a calcular exactamente las distancias entre el emperador y yo”
De Antínoo dice Yourcenar: “Todo lo que podría decirse sobre el temperamento de Antínoo está inscrito en la menor de sus imágenes. Eager and impassionated tenderness, sullen effeminacy, (ardiente y apasionada ternura, sombrío y afeminado). Shelley, con el admirable candor de los poetas, dijo en seis palabras lo esencial, lo que los críticos de arte y los historiadores del siglo XIX no hicieron más que dilatar en declamaciones virtuosas, con mucho de idealización falsa o ambigua”.
Del personaje, exclama Adriano: “Su presencia era extraordinariamente silenciosa; me siguió en la vida como un animal o como un genio familiar. De un cachorro tenía la infinita capacidad para la alegría y la indolencia, así como el salvajismo y la confianza. Aquel hermoso lebrel ávido de caricias y de órdenes se tendió sobre mi vida. Yo admiraba esa indiferencia casi altanera para todo lo que no fuese su delicia o su culto; en él reemplazaba al desinterés, a la escrupulosidad, a todas las virtudes estudiadas y austeras. Me maravillaba de su dura suavidad, de esa sombría abnegación que comprometía su entero ser”
Sobre el mismo tema continúa Adriano “Los cínicos y los moralistas están de acuerdo en incluir las voluptuosidades del amor entre los goces llamados groseros, entre el placer de beber y el de comer, y a la vez, puesto que están seguros de que podemos pasarnos sin ellas, las declaran menos indispensables que aquellos goces. De un moralista espero cualquier cosa, pero me asombra que un cínico pueda engañarse así”. También afirma “…no se ha engañado la tradición popular que siempre vio en el amor una forma de iniciación, uno de los puntos de contacto de lo secreto y lo sagrado”
De su pensamiento dijo “Yo he administrado el imperio en latín; mi epitafio será inscrito en latín sobre los muros de mi mausoleo a orillas del Tiber; pero he pensado y he vivido en griego” Después dice “Me asombra que tan pocos me hayan odiado; sólo he tenido dos o tres enemigos encarnizados, de los cuales y como siempre yo era en parte responsable. Algunos me amaron, dándome mucho más de lo que tenía derecho a exigir y aun a esperar de ellos; me dieron su muerte, y a veces su vida”.
Uno de los personajes más cercanos y queridos por Adriano fue la esposa de Trajano, de quien se expresa así: “Y fue entonces cuando surgió el más sabio de mis genios benéficos, en la persona de Plotina. Hacía cerca de veinte años que conocía a la emperatriz. Pertenecíamos al mismo medio; teníamos casi la misma edad. La había visto vivir una existencia tan forzada como la mía y más desprovista de porvenir. Me había sostenido, sin parecer darse cuenta de que lo hacía, en momentos difíciles. Pero su presencia se me hizo indispensable durante los días peligrosos de Antioquía, tal como más adelante me sería indispensable su estima, que conservé hasta su muerte. Me acostumbré a aquella figura de ropajes blancos, los más simples imaginables en una mujer; me habitué a sus silencios, a sus palabras mesuradas que valían siempre por una respuesta, la más clara posible. Su aspecto no chocaba para nada en aquel palacio más antiguo que los esplendores de Roma: aquella hija de advenedizos era harto digna de los Seléucidas”  ….se inclinaba a la filosofía epicúrea, ese lecho angosto pero limpio donde a veces he tendido mi pensamiento” ….Era casta por repugnancia hacia la facilidad, generosa por decisión antes que por naturaleza, prudentemente desconfiada pero pronta a aceptarlo todo de un amigo, aun sus inevitables errores”  …me conoció mejor que nadie; le dejé ver lo que siempre disimulé cuidadosamente ante otros, por ejemplo ciertas secretas cobardías. Quiero creer que por su parte, no me ocultó casi nada. La intimidad de los cuerpos, que jamás existió entre nosotros, fue compensada por el contacto de dos espíritus estrechamente fundidos”
Cuando Atiano, tutor de Adriano tomó la decisión de ejecutar a sus enemigos, éste exclamó: “Atiano había visto bien: el oro virgen del respeto sería demasiado blando sin una cierta aleación de temor. Con el asesinato ocurrió como con la historia del testamento fraguado: las gentes honestas, los corazones virtuosos se rehusaron a considerarme culpable; los cínicos suponían lo peor, pero me admiraban por ello”
Yourcenar desarrolla un paralelismo fascinante con el británico Robert Graves, quien su poderosa y viva imaginación fue capaz de reconstruir toda la grandeza y la miseria de la Roma imperial, con una prosa de enorme belleza que unió la tensión poética con la eficacia narrativa en su magnífica obra: Yo, Claudio. Las intrigas, la depravación, las sangrientas purgas y la crueldad de los reinados de Augusto y Tiberio, que culminaron en la locura de Calígula, y que son narrados con maestría por el novelista historiador. La historia de la antigüedad narrada por Yourcenar a través del emperador  Adriano, es también una narración conmovedora y profunda, la visión del mundo a través de la poesía y el pensamiento.

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