En tanto llega el anunciado botonazo emergente de Enrique Alfaro –entre más pronto mejor, tanto para frenar ya la multiplicación de contagios como para no prolongar indefinidamente la reclusión a quienes sí la hemos cumplido durante 125 días–, tal vez valga hacer un rápido recuento de lo poco que hemos hecho y de lo mucho que hemos dejado de hacer debido a Covid-19.
El gobernador no debe esperar a que los hospitales se saturen de enfermos, medianamente y graves, para volver oprimir el botón. Ni siquiera esperar ocupación de 50 por ciento, porque en este ínter pueden contagiarse decenas o cientos de miles y muchos perder la vida por el efecto exponencial de transmisión del virus; debido, en mucho, por los puentes, y fuentes, de contagio que son los asintomáticos. Tanto más riesgos se corren cuando México es el país con el más bajo índice de pruebas: 65 por cada millón de habitantes. Mientras el promedio en Latinoamérica y El Caribe es de 305 y 769, respectivamente, según la Oficina del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Ovaciones, 15-VII.20).
Pero antes hay que dejar bien asentado que las medidas que se tomen, por restrictivas que sean, por sacrificadas que sean, como la suspensión del servicio público de transporte y paro general de actividades económicas no esenciales, debemos cumplir, cada quien, los protocolos al pie de la letra. Todo por bien propio y solidariamente por los demás: padres, hijos, esposa/o, amigos. De lo contrario, de poco o de nada servirá prolongar sin fin el aislamiento.
De paso hay que decir que los mismos llamados –tibios, por cierto– desde la Presidencia hechos este miércoles 15 de julio del lavado frecuente de manos, distanciamiento (olvidó, como siempre, recomendar el cubrebocas que AMLO sólo usó en el avión) y “portarse bien, como siempre lo ha hecho, el pueblo mexicano se ha comportado muy bien”. Precisamente porque esto último no es exacto, pues más de la tercera parte de los habitantes no cumplió esta protección porque dice no creer o por simple indolencia. Ahora bien, como ese “pueblo bueno” no ve en el mandatario el ejemplo de cumplir con este mínimo canon, menos se va a cubrir la boca para aminorar el riesgo de contagio.
Ahora vayamos a darle un repaso a lo hecho –o a lo que hemos dejado de hacer en tantos días de encierro. En casa, unos más y otros menos, se han dedicado a arreglar lo desarreglado; otros, muchos tal vez, han desperdiciado el tiempo con horas y horas frente al televisor, ante la computadora o el celular, jugando o mirando videos insulsos y hasta poco sanos. O bien, recibiendo y enviando mensajes, algunos chistosos, otros intrascendentes.
¿Pero qué hacer cuando hay tantas personas que viven en estrechas habitaciones, como los huevecillos del Infonavit, hacinadas, sin espacio siquiera para el descanso normal, para hacer más llevadero el aislamiento? Pero hay también quienes ni casa tienen.
Sin embargo, quienes tienen un espacio razonable y un poco, o mucho, de imaginación, han dedicado este valiosísimo tiempo frente a su ordenador a generar ideas artísticas, arquitectónicas, tecnológicas, en fin, para concebir y crear soluciones a problemas. Por ejemplo, en contra del coronavirus, que van desde tapabocas hasta mascarillas de acetato, guantes y overoles para la gente común y corriente y hasta para el personal médico que tan desprotegido viene luchando en todo el país, porque en las instituciones oficiales en que laboran, Seguro Social, ISSSTE o Salud, hasta la fecha no los han abastecido suficientemente.
Se trata de personas que como usted o como yo pueden tener miedo, pero valientes, con arrojo, se enfrentan sin implementos indispensables a tan agresivo virus. Ellos nos han dejado una gran enseñanza de entrega por los demás. Todos ellos nos han dado el mayor ejemplo de entrega, tanto más valiosa que las muertes entre enfermeras, médicos y personal en general de hospitales representa el 2.6 por ciento de los fallecidos en México por coronavirus. En resumen, tienen seis veces más riesgo de morir que en China o Estados Unidos. Pero aun así, vaya que se la han partido frente a la pandemia. covid-19
En tanto, no pocos políticos se la han pasado en cuarentena matando el tiempo frente a la amenaza y con puro bla, bla, bla quieren componerlo; haciendo nada, haraganeando. Otros hay que, si bien laboran, se la pasan haciendo tablas estadísticas ya de una forma, ya de otra, y en ocasiones manipulando cifras de contagios y de fallecidos. En los últimos días, echando culpas a otros para salvarse ellos de la tatema, llámense López-Gatell o Agonía. Perdón, Alomía. covid-19
Una de las enseñanzas que nos deja Covid es que desde casa se pueden hacer también muchas cosas. Para no pocas empresas que lo pueden llevar a cabo, el home ofice –oficina en casa—se puede llevar perfectamente a distancia, y en ocasiones les ha resultado más productiva esta forma. Bueno, salvo que un hijo, una hija o la esposa se atraviesen por ahí con el “hazme esto y esto otro: lava los platos, barre, trapea, píntame aquí, píntame acá…”. covid-19
Pero hay otras cuestiones, más allá de lo palpable, de lo sensible, en que no hemos caído en la cuenta y que, al paso del tiempo, si es que no se tuvo la suficiente madurez, reflexión y un desarrollado sentido humano, pudiera llevarnos a la supuesta comodidad de seguir metidos, enconchados en nuestro mundillo ególatra y seguir la corriente –ya una vez liberados de este encierro—de vivir nuestro mundo y olvidarnos de los demás y que el mundo ruede.
Todo por culpa de ese confinamiento, apartados incluso de los seres más queridos, tanto familiares como amigos. Olvidarnos del otro, no se diga de los desconocidos, y mandar al carajo cualquier signo de solidaridad humana, no se diga de caridad. Aunque también puede ocurrir todo lo contrario: un cambio propio y de la sociedad para el bien general. covid-19
En un reciente artículo en Proceso, el poeta y escritor Javier Sicilia trae a cuento, a propósito de Covid-19, “La crisis civilizatoria” y sus estragos, que no es una más. “Parece algo más profundo y terrible: el fin de una era que nació hace 2 mil años en que se nos dio a conocer con la noción de prójimo que ilustra la parábola del Buen Samaritano” y que ahora, ese concepto de prójimo “se ha vuelto una monstruosidad, una fuente de contagio, una amenaza de la que hay que protegerse mediante la distancia –que se califica extrañamente de ‘sana’. covid-19
“Lo más terrible de esta era (…) lo que en realidad vivimos es la muerte del prójimo. La era de mayor conciencia con respecto al ser humano coincide, paradójicamente en los hechos, con la era de mayor desprecio hacia él”, escribe, y añade que esa idea de prójimo se ha reducido a cifras, gráficas, porcentajes en que “la muerte del prójimo carece de rostro y de presencia carnal. Sus sufrimientos han dejado de escandalizarnos y dolernos”. covid-19
Hay verdad en lo que dice. Si ese prójimo enferma, de lo que sea, no se le puede visitar ─por cercano que esté─ porque se le puede contagiar. Si ese individuo de carne, hueso y alma necesita ayuda, a la mejor tampoco se le puede dar. Si acaso muere, tampoco se debe ir a despedirlo porque apenas unos cuantos familiares se admiten en su sepelio. Aquí sí que hay un distanciamiento social ¿sano? Sólo Dios.
A propósito de cifras, hasta la noche del día 15 del mes la suma de muertos se acercaba ya a los 37 mil. Y las autoridades, en particular el responsable, Hugo López-Gatell, como si nada ocurriera y firme en el puesto con toda la fuerza presidencial.