Más sobre las locuras gringas

Más sobre las locuras gringas

Juan M. Negrete

Es aturrante el barullo desatado por la toma de posesión como presidente de la unión americana del más que conocido patán Trump. Se le han colgado ya tantos santitos que ni ha de saber el pobre cómo se llama. Los ciudadanos de a pie ya quisiéramos un descansito como para volver a ocuparnos de nuestras cosas, simplemente. Ya son demasiados aspavientos sobre lo que pase o deje de pasar en el escenario gringo.

Lo triste de todo este denigrante espectáculo viene a ser que nosotros (los mexicanos) ahora sí resultamos contratados para el libreto y no precisamente como extras. Somos el malo de la película. Los personajes deleznables, los que son mirados desde su aparición como una maldición. Los antes siempre invisibles ahora quedamos dentro y deambulamos como Pedro por su casa en sus constructos tan artificiales y tan vacuos. Más vale entonces que nos pongamos bien las pilas.

Dentro del mundo del análisis periodístico también se cuecen las habas y no precisamente a fuego bajito. Unos comentaristas resaltan unos aspectos, otros otros. Los hay que le aplauden sus extravagancias al güero desabrido, a su centenar de edictos y a sus vociferantes proclamas; pero también hay quienes señalan con harta precisión la descompostura que se le hará a su esquema económico y financiero, de aplicarse las barrabasadas que proclama. El desastre no nada más iría dirigido al interior de su mercado, sino que nos intoxicaría a todos, en todo el mundo. Y pues, los mexicanos tenemos con los gringos nada más tres mil kilómetros de frontera. Ni para dónde hacernos.

Así que buscar más elementos disruptivos de la retahíla de extravagancias que ya se han señalado hasta el cansancio, sería una tarea perdida. Desde esta página habrá que esforzarse en señalar, con el ánimo de aportar elementos positivos para ulteriores debates, lo que alcancemos a vislumbrar y que valga la pena de ser resaltado, con el fin de no cogerse de teas ardiendo, como luego nos ocurre tantas veces.

Lo primero que hay que señalar entonces, atenidos a este propósito, es que los mexicanos no somos tan diferentes a los gringos. No en balde hasta nos decimos primos. Nosotros, los mexicanos, descendemos de migrantes europeos como ellos. La diferencia de fondo es que nuestros ancestros provenían del sur de Europa, sobre todo de la península ibérica, y los gringos de regiones del centro y del norte europeo.

Otra diferencia clave, atizando elementos superestructurales, viene a ser la pertenencia a los credos. Mientras los colonizadores hispanos fueron católicos, los güeros provienen de cuáqueros y de muchas otras sectas protestantes, sobre todo. El odio religioso que cultivaban con tanto fervor por allá, se lo trajeron y ampliaron aquí. Y esto debe ser medido con cuidado, so riesgo que, de no hacerlo, perdamos la perspectiva.

Si nos admiramos de que para los gringos, la consigna a aplicar para los habitantes autóctonos fue la de “el indio bueno es el indio muerto”, no deberíamos de repicar acá con nosotros tanto las campanas. Aunque no era consigna retórica, en los hechos, la persecución y el exterminio de los indígenas en México y en toda Latinoamérica se aplicó casi con el mismo fervor, como con los güeros. A poco tiempo de lo transcurrido en ambas colonizaciones, las propiedades en ambos lados de las fronteras eran ajenas a los naturales. Nuestros abuelos mutuos les despojaron de territorios, lenguas, historias y hasta de sus creencias religiosas.

Ya no habiendo más indígenas para exterminar, los gringos se encontraron con la premática de que para seguirse extendiendo en su campaña de atracos y despojos, había que deshacerse de los nuevos estorbos. Fue cuando nos les aparecimos como exterminables. Sólo que hallaron que era un bloque más entreverado que la  vieja indiada. Los descendientes de los colonos hispanos, ya asentados en las tierras por despojar, podrían no resultar una perita en dulce.

Éste es el punto de oro que tendríamos que ponernos a escarbar en serio con las rebatingas que se viven ahora por parte de estos rapiñeros a escala. Ya nos invadieron, nos despojaron de enormes territorios, nos volvieron sus esclavos, nos hacen ver nuestra fortuna. No conformes con tanta tropelía, ahora le buscan por el lado no controlable de los odios raciales y las perversiones fascistas: los mexicanos somos sus aliens, somos el otro yo, el malo al que hay que perseguir hasta su desaparición. Es demasiado lo que encierran estos aspectos y que nos indican que el ser humano no está ni así de curado de espantos, nosotros entre ellos.

Invocan a la divinidad, con su destino manifiesto, de que con sus atropellos enderezarán al mundo. Y lo juran poniendo la mano sobre libros sagrados, que bien se sabe que son de origen semita. En fin, no se han curado del síndrome o la locura de considerarse pueblo elegido, aunque no sean judíos. Pero como si lo fueran. Es bandera que tremolan abiertamente, porque no están curados de semejantes deformaciones mentales. Las secuelas de tales desordenes mentales seguirán, porque no se ve que se esfuercen por ponerles remedio en los hechos.

Los excesos de tales esquizofrenias los vivieron nuestros abuelos y lidiaron con ellos. De acuerdo a nuestra pachanga católica, la nación mexicana terminó de ser constituida el 12 de diciembre de 1747, con la jura nacional del patronato de la guadalupana en la Nueva España. Este planteamiento se constituyó en eje central de la construcción de nuestro estado nación y provocó demasiadas turbulencias y sangrías, hasta que los ninos lograron ponerle fin en el cerro de las campanas. De entonces a acá, vivimos la separación de las esferas iglesia-estado. Pero al parecer la pesadilla del imperio gringo va para largo. O por lo menos no se ven visos de un Juárez gabacho que ya les ponga en orden. Ya veremos.

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