Más vale mal arreglo que un buen pleito

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Más vale mal arreglo que un buen pleito

Juan M. Negrete

¡Nuestros viejos y sus evangelios chiquitos!… Pero cuánta razón les asistía. Cuando se desatan los cocolazos, el colofón siempre es doloroso y hasta irreparable. Cuando la sangre llega al río, todo es lamentos. Por eso decían nuestros abuelos, conocedores de episodios cruentos que se repiten, que mejor valía que la nuez vana de lo pugnado se refuera y no que se nos reviniera. En los viejos discursos hay demasiados consejos a tomar en cuenta.

La semana estuvo saturada de pésimos augurios. El peor de todos era lo de la implantación de aranceles, cantados unilateralmente por el gobierno gringo, a las mercancías que les llegaran de México. Fue bravata del orate que ocupa la Casa Blanca. El lunes empezarían a gravarse, en detrimento de los comerciantes que las trasladan y distribuyen. ¿Estigma?: nuestro país, lugar de procedencia. ¿Que los gananciosos reales de ellas son en gran número empresas gringas? No importa. ¿Qué acá sólo ensamblamos, porque les regalamos la mano de obra? Tampoco. ¿Qué a la hora de la hora los paganos finales van ser los consumidores gringos? Que nos valga. Queremos ver sangre.

Si hacemos caso a los conocedores, visto a futuro, el resultado iba a revertírsele al que lanzó esta medida de fuerza, el salvaje que trabaja de presidente gringo. Su medida experimentaría un efecto boomerang. La bravata salió de la casa oval y los medios, puestos y dispuestos a no perderle pisada al acontecer oficial de los pináculos del poder, apuntaron micrófonos y candilejas al que apuntaba a ser vapuleado en ciernes, a nuestro México lindo y querido.

México será castigado, dijo el salvaje rubio. Le impondremos a sus mercancías primero un 5% de aranceles, que será mero arrancón. La tarifa irá subiendo hasta llegar al 25%, lo cual sí es ya una cantidad considerable. La balanza comercial será desequilibrada y así entenderán estos ‘rufianes mexicanos’ que con los gringos no se juega. Los momios de las apuestas, todas, estaban a favor de la esquina del retador güero. Se pronosticaba que los morenitos aztecas doblaríamos las manos. Es el fruto de nuestra debilidad ante el ogro güero.

¿Por cuál delito se nos estaba proponiendo castigo tan ejemplar a los mexicanos? Según sus propios díceres, que porque el país vecino, o sea nosotros, no hacía lo suficiente para frenar la migración que les llega de los países centroamericanos. Había que frenarlos allá en su lugar de origen, o cerrar nuestra frontera sur para que esos migrantes no pasen por nuestro territorio; o de plano, pararlos ya frente a las puertas del ogro gringo, para que no les perturben su tranquilidad. Y como sus diputados demócratas se han opuesto desde el principio a darle billete para levantar su muro hasta el cielo, pues que los mexicanos los frenen con un muro invisible.

¡Qué curiosas coordenadas para pleito tan inexplicable! Los migrantes no son mexicanos y son los protagonistas centrales de este bodrio. Los diputados demócratas gringos son los que autorizan o rechazan presupuestos para sus muros fronterizos o su desplazamiento de guaruras. Tampoco son mexicanos. O sea, no tenemos vela en este entierro. Sin embargo, los que vamos a pagar el pato de la desavenencia presente somos nosotros, los mexicanos. ¿Por el simple hecho de ser vecinos? ¿Por mirones? ¿Por querer meter paz, si bien sabemos que el que mete paz siempre saca más? Absurdas e inexplicables las causas y razones de la pugna por venir, pero el pleito ya está cantado.

Tenía que intervenir nuestro gobierno, explayar hasta sus encantos íntimos si hubiera sido necesario, como para bajarle los humos al retador. Había que hacer hasta lo imposible para no llegar a las manos. Y lo hizo. Pidió nuestro canciller una reunión extraordinaria, al cuarto para las doce, con un equipo negociador del retador. Como en los duelos. El supuesto ofendido le dio la cachetada a su rival y no precisamente con guante blanco. No quedaba más camino al retado que escoger padrino y presentarse al duelo. Nuestro gobierno, que es el señalado, pidió una última entrevista para conjurar el pleito.

Ebrard, nuestro canciller; doña Marta Bárcena, nuestra embajadora, don Jesús Seade, mercader de altos vuelos… Buenas carteras mexicanas para la mesa de negociaciones. El rubio intolerante mandó a Pence, a Bolton, a sus fajadores. Su intención manifiesta y declarada fue no ceder un ápice. Los cronistas deportivos en cosa de pugilato hablan de condiciones disparejas, de ventajas visibles para uno de los contendientes, de superioridad manifiesta. Muy pocos confiaban en el éxito de la ronda de las negociaciones, porque el único interesado en negociar ahí era el perdedor en ciernes.

Mas ocurrió lo no esperado. Tras tres días de forcejeos y jaloneos, la mesa de los negociadores anunció al público morboso, a todos los que estábamos, con el jesús en la boca, dándole seguimiento a la bronca desigual, a pleito tan disparejo e inevitable, que se devolvían las entradas. No va a haber pleito, ‘por ahora’, como dicen que precisó Hugo Chávez cuando salió de la cárcel, exonerado por haber querido dar un golpe de estado. Pepe Stalin también recurrió, ante el arrogante Hitler, a la medida de hacer tiempo, de ganar espacios y lapsos para prepararse a la contienda inevitable. Sabía que tarde o temprano llegarían a las manos, pero era prudente calentar el brazo. Parece que estamos en una situación similar a éstas. El gobierno de Obrador logró conjurar de momento el peligro de la confrontación. Pero no hemos de confiarnos. Hemos de prepararnos en serio para enfrentar la oligofrenia de Trump, que no conoce de topes. Que nos sirva de lección, por haber sido hasta hoy tan confianzudos con los güeros.

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