Masacres de policías: de San Sebastián a Aguililla

Partidiario

Criterios

 

La masacre de los 14 policías estatales el lunes 14 en el municipio de Aguililla, Michoacán, me trajo el recuerdo de los 15 policías de la Fuerza Única Regional de Jalisco (FUR) asesinados con cientos de balas o quemados vivos con una lluvia de gasolina lanzada desde lo alto de los paredones del encajonado tramo de la carretera por donde ascendía el convoy en la Sierra de San Sebastián del Oeste, de regreso a Guadalajara.

Por los indicios que encontramos entonces Alberto Osorio y quien que esto escribe, se emplearon unos 200 litros de combustible que llevaron en, al menos, doce bidones, de los que varios fueron distribuidos entre la maleza al borde de la carretera para intensificar el infierno a la hora de la emboscada que dejó nueve elementos calcinados y derritieran o deformaran motores y rines de las pick ups. Cuatro recipientes de éstos, cada uno con capacidad de 20 litros, fueron encontrados intactos.

Por una serie de hechos coincidentes a la hora de la operación, en la que no habrían faltado los llamados halcones pero tampoco una posible filtración desde dentro de la corporación, cabe preguntarse: ¿cómo sabían que ese día y a tal hora pasaría la primera partida de 20 uniformados? ¿Qué sabía la segunda partida que retrasó tanto su tiempo cuando debió hacerlo pocos minutos después, para juntos sortear mejor posibles riesgos? Lo hizo una hora después con otros tantos elementos.

Menos de un mes después, el viernes 1 de mayo, ocurriría la hasta hoy peor humillación a las fuerzas armadas nacionales cuando en Villa Purificación fue derribado el helicóptero Cougar matrícula 1009 con saldo final de 18 muertos, diez uniformados, entre militares y policías federales, además de ocho sicarios.

Este suceso tuvo lugar cuando el Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (CAFE) tenía cercado a Nemesio (El Mencho) Oseguera, quien habría pernoctado en Casimiro Castillo (La Resolana) y temprano el Día del Trabajo se movilizaba rumbo a Purificación, y cuando estaban a punto de interceptarlo, una bazuca echó abajo a la nave.

El pasado lunes 14, apenas en la conferencia “mañanera”, Alfonso Durazo, titular de Seguridad y Protección Ciudadana, anunciaba el freno al vertiginoso ascenso de homicidios en el país, en Aguililla, Michoacán, un comando súper armado y en vehículos blindados emboscaba y daba muerte a 14 inermes policías estatales.

Menos mal que Durazo dijo en el matutino encuentro del presidente Andrés Manuel y su equipo con los medios que en el combate  la delincuencia “nada había qué presumir”.

Y menos tiene que presumir cuando los uniformados viajan expuestos, en camionetas no sólo sin blindaje, sino descubiertas. Esto sucede tanto en la Guardia Nacional como el Ejército y la Marina. ¿Con qué certeza viajan si los malhechores están al acecho, y más en regiones dominadas por el narco? ¿Con qué apoyo logístico salen y qué tanto con el apoyo legal, moral y popular?

De manera temeraria los mandan al peligro, al matadero, aunque ayer mismo AMLO agradeció al Ejército “el uso moderado de la fuerza” y el respeto a los derechos humanos. Esto es bueno, pero cuando se envían partidas a lugares de alto riesgo, deben ir bien preparados, pertrechados y con servicio de inteligencia por delante.

En el caso de los policías michoacanos, no iban respaldados por elementos militares ni de la Guardia, decisión que es, por lo menos, una gran imprudencia del superior, o superiores, que los enviaron en condiciones de indefensión, si es que no casi al sacrificio sabiendo del peligro al que podían enfrentar en una zona donde cuatro, cinco o seis cárteles se disputan la región y tierra natal de El Mencho: Jalisco Nueva Generación, Qüinis, Viagras, Templarios, Troyanos y Chocomiles.

Mientras que los  atacantes se movilizaban en unidades con alto blindaje y van armados con rifles antiaéreos, como los Barrett 50, de asalto muy letales y granadas de fragmentación, los uniformados de la policía estatal michoacana iban a la guerra, como quien dice, sin fusil.

Se trasladaban, además, en las comunes pickups que usan todas las policías municipales, estatales y federales, que no sólo carecen de blindaje sino que son descubiertas y van encaramados en la caja apenas prendidos de una estramancia tubular que ni siquiera les sirve para algo. Ni para salvarse en caso de accidente.

Lo peor aún es que el jefe de zona que los comisionó no haya pedido el auxilio del Ejército, la Marina o de la Guardia Nacional, sabiendo que tradicional y recientemente Tierra Caliente de Michoacán, en el ánimo de los grupos criminales, hace diario honor a su nombre.

La grabación de las comunicaciones radiales que se difundieron el mismo día14 solicitando auxilio extraurgente, son desgarradoras: “Ocho, ocho, k ocho. Compañeros lesionados”, clamaba un policía. “Nos tumbaron a todos… nos atacan, nos atacan blindadas”, gritaba otro, en tanto que un tercero agonizante y lloroso decía en medio de la desesperación: “¡Me estoy muriendo!  ¡Me estoy muriendo!”, sin que nadie acudiera.

Mientras tanto, la secretaria de Gobernación, la legista y exministra en retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Olga Sánchez Cordero, juzgó la masacre como “un accidente lamentable, una circunstancia que se dio como se dan todos los eventos en el país, todos los días, a todas horas, en todos los lugares del país”.

Así de sencillo.

Pero a los moribundos policías, en su dolor inmenso, no se les escucha pedir: ”Queremos abrazos, no balazos.”

Tampoco el desprecio por los sicarios: “¡Fuchi, guácala a la delincuencia… Sepan que son mal vistos por la población”.

Menos aquel llamado presidencial: “Están mal, así no es la cosa, les llamo a que recapaciten, que piensen en ellos y en sus familias, en sus madres, en sus mamacitas. Saben cuánto sufren las mamás por el amor sublime a los hijos y ellos tienen que pensar en eso”.

“Antes había la excusa de que no había trabajo. Estamos procurando que haya trabajo y que se reincorporen al trabajo y puedan actuar dentro de la legalidad y de esta manera no hacer sufrir a sus familiares, a sus mamás que son las más preocupadas por sus hijos”.

Pero resolver la criminalidad no va únicamente por ahí. Al maloso no le importan llamados a portarse bien. Lo saben quienes tienen el poder.

Menos mal que ayer, al cierre de esta columna, militares hicieron frente, cerca de Iguala, Guerrero, a hombres armados que les tendieron una celada. El saldo, 14 civiles muertos y un militar solamente, según primeros reportes.

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