México – USA: Choque de perspectivas

México – USA: Choque de perspectivas

Juan M. Negrete

Ha sido tradicional la mira dispar en torno a la fisonomía de nuestros dos países. En general, si se atiene uno a los dichos colectivos, se afirma que se trata de dos mundos bien diferenciados: el sajón y el hispano, aunque los dos estemos incrustados en el continente americano. Establezcamos entonces algunas vetas de diferenciación, las que nos resulten más evidentes, y busquémosles su lado, como a los maderos.

Es clásico el texto de José Vasconcelos, al que tituló como Breve historia de México. Los malquerientes de este autor siempre han dicho que ni es breve ni es historia. Pero no la recordamos aquí para enjuiciarla, sino para tomar como referencia sus puntos de vista. Habría que tomar en cuenta que su autor vivió gran parte de su infancia y adolescencia en el norte del país y que, gracias a tal cercanía con los gringos, terminó conociendo muy de cerca la mentalidad de nuestros vecinos.

Íbamos a decir que se empapó de la cultura yanki, pero nos detuvo la premática por la que, con razón o sin ella, muchos pregonan que los gringos son una nación sin cultura. Es una afirmación más que difícil de sostener, ésta; aunque a muchos analistas les simpatice este enjuiciamiento tan peyorativo. Lo que habría que decir, en lugar de esta propuesta negativa tan tajante, que la gringa es una sociedad compuesta de demasiados segmentos culturales disímbolos y hasta encontrados; tan dispareja que no facilita hallarle la unidad que nos arrojan las perspectivas que derivan cuando existe cierta uniformidad cultural.

Lo predominante con ellos es pues el manejo en todo lo oficial del idioma inglés. Los latinoamericanos, que viven por allá y que hasta se han convertido en gringuitos, mantienen viva la flama del habla en español, así encuentren mucha fobia y hasta trabas para sostener dicha práctica. Pero en esto de la predominancia de un idioma hay demasiados vectores que deberíamos analizar y alejarnos de juicios sumarios. Si el inglés es el idioma oficial de los vecinos ha de ser porque la migración de británicos a esas tierras impuso tal costumbre, por significarse como mayoría en sus conglomerados de habitantes.

Aunque la migración de los europeos a los nuevos territorios de conquista no conoció la uniformidad que ahora nos presentan como unitaria. Hubo momentos en que se discutió entre ellos si se imponía como oficial el inglés o el alemán. Migrantes de raíz teutónica daban la pauta para que tuviera lugar tal discusión sobre la oficialidad o predominancia del idioma en lo global. Dirimieron su diferencia a favor el inglés, con una votación bastante cerrada, según consta en sus anales históricos.

Pero Vasconcelos no se detiene en esta precisión, sino que establece como tesis central histórica otro factor, al que difícilmente podemos negarle prestancia: las convicciones religiosas. Mientras los güeros profesan el protestantismo, en forma mayoritaria se entiende; los latinos andamos agarrados de la brocha del catolicismo. Y así es como la disputa entre ambas facciones de migrantes europeos, establecidos en América, trae desenvainadas las espadas, unos en favor del luteranismo rampante y los otros por seguir obedientes a los dictados de Roma.

A quien le guste entretenerse en las minucias de estos comparativos y deducir generalizaciones sobre tales puntos de vista, le puede hallar sabor a tales discusiones. Lo problemático viene cuando se busca derivar vías pragmáticas de acción a partir de tales premisas aceptadas como valiosas u objetivas. De ahí nos vienen, por ejemplo, afirmaciones del tipo de ‘los mexicanos componemos un pueblo mayoritariamente católico’. O bien, le bajamos una rayita y nos ponemos más localistas, al decir que aquí todos somos guadalupanos, hasta los ateos. Antes se hablaba hasta jocosamente del marxismo guadalupano, como versión mexicana tan propia en estos gremios. Pero como ya no está tan de moda lo de ser marxista, pues ya no suena ni como chiste tal afirmación.

Pero yéndonos más a fondo con la búsqueda del perfil de estas diferenciaciones, tendríamos que decir que la mentalidad sajona sigue siendo la predominante con nuestros vecinos, aunque tengan allá conviviendo en sus comunas grandes cantidades de latinos, de descendientes africanos y aún de bloques asiáticos significativos. A la minoría mayoritaria suya se le identificó antes como SWAP (sajones, blancos, anglos y protestantes). Tal swapismo es la entraña de la cosmovisión que enarbolan y ostentan abiertamente el Trompas y sus seguidores. Se incrustaron en serio en el partido republicano y terminaron sometiéndole a su tinglado. Juntos se apoderaron del poder constituido y ahora ya no nos resulta fácil de distinguir de lo gringo lo que es su Deep State y lo que son sus convicciones mayoritarias.

Por supuesto que su predominio, que es burdo y hasta agresivo con el resto de minorías, lo califican hasta ellos mismos de racismo, de supremacismo, de clasismo y más descalificativos. La confrontación interna se les ha convertido en una batahola difícil de controlar y hay hasta quienes preconizan una guerra civil, que no se tardaría tanto en estallarles y convulsionarles la vida.

Estas variables podrían parangonarse también como presentes en nuestras repúblicas bananeras. No nos son ajenas. Y no recurramos, para ejemplicar, a los deplorables casos de Milei, en Argentina; o al de Noboa en Ecuador; o al más deplorable que nos resulta Nayib Bukele, de El Salvador. Aquí, muchos de nuestros prianistas no cantan nada mal estas rancheras. Pero como son de casa, bien los pintó Vasconcelos como católicos y hasta se pavonean de ello. Se ostentan con ello y hasta lo exhiben con orgullo. Pero es asunto más complejo de lo que parece. Luego les daremos su pasadita. Hay mucho por dirimir en su torno.