México y la guerra

México y la guerra

Alfonszo Rubio Delgado

Desde que tengo uso de razón, he escuchado muchos mitos sobre lo mexicano. El que los aztecas fueron un pueblo guerrero, no entra en esa mitología. Ciertamente, el imperio levantado por aquellos trascendió. Lo reconocen todos aquellos versados en historia, manejo de armas, disciplina y todo lo relacionado con el armamentismo.

Durante la primera y segunda guerras mundiales, México se abstuvo. Sus muy cobardes y miedosos dirigentes políticos, creyeron “peligroso” participar. Prefirieron hacerla de proveedores. De gatos ronroneadores. De mira lejos. Mírame y no me toques y demás. Basados en una doctrina que justificaba su cobardía y sigue haciéndolo: la doctrina Estrada. Dicha doctrina “formulada por el mexicano Genaro Estrada en 1930, establece que México no reconoce formalmente a otros gobiernos, sino que se limita a mantener o retirar sus misiones diplomáticas. Esta doctrina, aún en vigor, se basa en el principio de no intervención y el respeto a la soberanía de otros estados”.

Con base en dicho principio, una y otra vez, “el gobierno mexicano”, se ha negado a intervenir en las fiestas de esos vecinos distantes. De los medios hermanos. De los que aman a México pero odian a los mexicanos. A los que les ponemos los muertos mientras otros ponen los “vivos”. De los gandallas que, junto con unos de acá, nos manipulan. De los que siempre llegan tarde a la fiesta ya cuando el enemigo está desgastado. Luego se proclama vencedor en la contienda. Y claro, cobra sendos dividendos. A él le toca repartir el pastel.

El caso es que si México no es cobarde, lo han hecho ver como tal. Por ahí se dice que participó en la segunda guerra mundial, siendo el particular un tanto mentira o, en todo caso, verdad a medias. Mis respetos para los participantes, nuestros héroes. Pero dadas las dimensiones del acontecimiento, nuestra participación no alcanza ni para ser incluida en los libros de historia. Luego, para la bravura que presume el pueblo de México, por la tradición y lo que se nota, el asunto se despinta. “Una golondrina no hace verano”. Ni alcanza para decir que estuvimos en aquel evento.

Aunque, al parecer, no tuvo que ver la doctrina Estrada, muchos cobardes, gobernantes del momento, la utilizaron para desligar al país del acontecimiento. Luego, el pretexto estaba ad hoc. Aunque los gringos mangoneaban los procesos, “El potrero del llano” había sido destruido. México se preparaba para la guerra. Se la declara a Alemania. Luego, ¿Qué pasó? Pues, nada. Tan pronto como se calentó, se enfrió.

México envío a trescientos soldados. ¿Fue lo que debió haber sido? ¿El contingente enviado fue la respuesta que todo gobierno, que hace una declaratoria de guerra, realiza? ¿La respuesta mostrada equivale al aspaviento realizado por la indignación a la acción mencionada? ¡Definitivamente no! Cualesquier individuo o grupo de ellos, con alma de guerrero debió tomar otro tipo de acciones.

Lo primero y para decidir al respecto, es sopesar el asunto. Luego, habiéndose tomado la determinación, reducir los presupuestos nacionales y encauzar la industria a producir armamentos. Orientar las cadenas de suministro y plantear la estrategia. Planear el ataque junto con los contingentes involucrados. Luego lanzarse al ataque. Ello con la flota naval y la flota aérea. Poner a prueba todo tipo de mecanismos y su construcción. Maximizar las capacidades del personal encargado del diseño y producción de naves, estructuras y mecanismos de ataque. Confiar en nuestros recursos físicos y humanos. Preparar las reservas y valorarnos como lo que somos.

Hay algo que no termina de convencerme en esa incursión nuestra. Los gobernantes de aquel momento se empequeñecieron. No entendieron la dimensión de lo que estaban haciendo. Pensaron que ir a la guerra era un asunto sencillo. Que se le daría cualesquier solución, como lo hicieron. O de plano, antes como ahora, esos gobiernitos, son una turba de inmaduros que todo lo toman a broma, esperando que el tiempo y su miopía solucionen los problemas. Ello sin causarles desgaste alguno. Y de esta forma seguir disfrutando de su grado de confort. Con ese nivel de inconsciencia que les permite seguir creyéndose indispensables. A la vez que son héroes de historieta empobrecida, propia de la más vergonzante experiencia a conocer por propios y extraños.                                        ¡Saludos amig@s!