Música y canto en la antigua Grecia
Héctor Javier Torres
La información más arcaica que se posee de la actividad musical en la antigua Grecia se remonta al mundo de los homéridas. La nobleza caballeresca o eupátrida, en cuyas manos estaba el control de la economía, el poder y la ideología de ese mundo arcaico que canta Homero, imponía el modelo de ocio que fungía en aquellas regiones por aquellos tiempos.
La clase eupátrida tenía en sus manos el palo y el mando. Era entonces obvio que a la hora del usufructo de las manifestaciones culturales estuviese convertida en la máxima consumidora, o si se quiere entender mejor, como la clienta favorita y hasta monopolizadora de ellas.
Los demiurgos eran lo que hoy podríamos designar como la mano de obra calificada: los herreros, los bataneros, los talabarteros, los vinateros, los armeros, etc. Entre ellos, como especialistas de los oficios, encontramos a los aedas y a los rapsodas.
Los productores de la música de entonces, y del arte en general, pertenecían a un grupo social no noble. Su producción portó el estigma de la dominación a la que estaban sometidos. Estaban obligados a asistir a los convites, a los comelitones de los eupátridas, y divertirlos. El contenido de su material artístico estaba dirigido absolutamente al halago y al agasajo de una clase social autocomplaciente y haragana.
El trasfondo social de esa literatura y de esa producción estética arcaica se vincula a la perpetuación y reproducción de unos esquemas de sojuzgamiento muy claros. Los epinicios, los peanes y los ditirambos de entonces se dirigían muy abiertamente, o bien a los próceres vivos o a los descendientes de tan linajudas familias. El fin era muy descarado: traer a la memoria, por si acaso se pudiera olvidar, o bien estar haciendo constar permanentemente, en manos de quiénes y por qué estaba el poder y cómo debía comportarse la multitud ante ellos.
La producción arcaica, sus tradiciones, algarabías y jolgorios, sus derroches de vitalidad espontánea y fresca, son más bien los temas favoritos de una nobleza holgazana y depredadora: cantos a la guerra, de algaradas, de invasiones, de linajes, de justas. A lo más, se entretuvo en pintar festines, rituales litúrgicos o esquemas religiosos que tienen más que ver con la perpetuación de una estructura social de dominio, a través de los cánones religiosos, que toda la posteridad ha saludado con el pomposo eufemismo de: mitología griega.
De este mundo de halagos comprados a la fuerza, de fidelidad inevitable, derivó la épica de los griegos. En ella se cantan sus hazañas depredadoras, como el asalto y la destrucción total de Troya, las guerras fratricidas de Tebas, las incursiones con evidentes fines de piratería en el Mar Negro y las diversas navegaciones a través de estas regiones. Toda una épica que retrata a un pueblo conquistador y colonizador en plena expansión. Ni más, ni menos.