NIETZSCHE Y EL ORIGEN DE LA TRAGEDIA

 

La obra clarividente de Nietzsche al término de la guerra con los franceses, en que presta su servicio militar, es la tesis sobre El origen de la tragedia griega. Para quienes la han estudiado, la obra tiene embriaguez y frenesí a la vez. Trabajo arrebatado, en el que dilucida lo dionisíaco frente lo apolíneo. Obra filosófica y de contenido poético, que muestra a la tragedia como depuradora de pasiones, a la vez que depura de glorias o derrotas si el artista la eleva.

En su tesis Nietzsche encuentra a los griegos como la raza más discreta, bella, envidiada, mejor avenida de la vida y que tuvieron necesidad de la tragedia, más aún, del arte. ¿Qué significa para ellos el mito trágico? Ese prodigioso fenómeno de lo dionisíaco y la tragedia nacida de él, a la vez que se pregunta ¿Qué mató la tragedia? Y se contesta a sí mismo, el socratismo de la moral, la dialéctica, la suficiencia y la seguridad del hombre teórico. Sócrates, nos dice, remueve el edificio ideológico, al preguntar, ¿qué es la moral, la justicia, la belleza? Como consecuencia de la pregunta, todo lo pasional queda suprimido. El hombre debe gobernarse por la razón, no por instinto ni sentimiento.

Fundamental es la medida subjetiva del griego al dolor como nivel de sensibilidad. La cuestión de conocer si el deseo de belleza, de fiestas, de cultos nuevos, no está construido con tristeza, miseria, melancolía y dolor. Y en el supuesto que fuera así, ¿De dónde procede entonces la tendencia contraria y anterior, esa necesidad de lo feo, la áspera inclinación de los helenos originales al pesimismo, el mito de la tragedia, la representación del terror, la crueldad, el misterio, el vacío, la fatalidad en el fondo de la vida? ¿De dónde viene la tragedia?

En determinado momento el autor se detiene a reflexionar, será imposible comprender a los griegos, mientras no se conteste la pregunta: ¿Qué es lo dionisíaco? ¿No es el delirio inevitablemente el síntoma de la degradación, de una civilización excesiva? ¿Hay una neurosis de salud, de la juventud de las sociedades, de su adolescencia? ¿Qué indica la síntesis del dios y el macho cabrío en sátiro? ¿Cuál experiencia o impulso condujo  al griego a representar con un sátiro soñador al hombre? Y en el origen del coro, en las épocas en que florecía la fuerza física y el alma rebosaba de vida, ¿hubo entusiasmos endémicos y alucinaciones que se manifestaron en  ciudades enteras, en muchedumbres reunidas en templos?

Surge entonces la pregunta clave: ¿Qué significa, desde la vida, la moral? Para afirmar: Mi espíritu se reconoce defensor de la vida contra lo moral, crea una concepción pura artística, anticristiana. ¿Cómo llamarla entonces? El filólogo y obrero del arte de la expresión, la bautizaría con alguna libertad:  el nombre del Anticristo, el nombre de un dios llamado dionisíaco.

Para el lenguaje del monstruo dionisíaco llamado Zaratustra, sería: ¡Arriba el corazón, hermanos, alto! ¡Y también vuestras piernas! Excelentes danzantes, y más aún: ¡poneos de cabeza! Estarían en error los que pensaran, en oponer la exaltación patriótica a una variante de libertinaje estético, una exagerada seriedad ante un recreo pueril.

Al declarar dedicada la obra, Nietzsche dice que: Es para el gobierno de personas serias, declara que, según una convicción profunda, el arte es la tarea más alta y la actividad esencialmente metafísica, según piensa el hombre a quien dedica la obra, como su noble compañero de armas y precursor de ese camino (Wagner) y con quien más tarde rompería.

Así considera que la música es el origen de la tragedia, y daríamos un gran paso a la ciencia de la estética, si se llegase no solamente a la inducción lógica, sino a la certidumbre del pensamiento que la evolución del arte es consecuencia del espíritu apolíneo y del dionisíaco, como la dualidad de los sexos engendra vida luchas perpetuas y aproximaciones periódicas. Los nombres los tomamos de los griegos, que hacen inteligible el sentido oculto y profundo del arte, sin nociones, sólo con las figuras significativas del universo de los dioses. Apolo y Dionisio, divinidades del arte, despiertan la idea del extraordinario antagonismo, de origen como de fines, entre el arte plástico apolíneo y el arte sin formas, la música, que es el arte de Dionisio.

Estos dos instintos diferentes caminan paralelos, en una guerra declarada, se excitan mutuamente para nuevas creaciones, más robustas, y perpetúan, por su medio, el antagonismo que la denominación arte, enmascara, hasta que, por un admirable acto metafísico aparecen acoplados, y engendran la obra, dionisíaca y apolínea, conocida como tragedia antigua.

Figurémonos para comprender a estos dos instintos como dos mundos diferentes de la estética, del ensueño y la embriaguez, fenómenos fisiológicos en los que hay un contraste análogo y que los distingue uno del otro, el espíritu apolíneo y el dionisíaco.

En Grecia representaron en la figura del dios Apolo el deseo del gozo y el ensueño. Apolo dios de las facultades creadoras de formas, es a un tiempo el dios adivinador. Él, desde el origen, es la apariencia de la divinidad de la luz, reina asimismo sobre la belleza del mundo interior, de la imaginación. Es por  antonomasia dios de la belleza.

Dionisio, Baco de los romanos, originario de la Tracia. Es el dios de árboles y frutos, la uva, el vino, vendimias y embriaguez. Criado en los bosques por las Ménades, sus nodrizas, poseídas a veces por delirio divino. Fue adorado en un principio de árbol rodeado de yedra, más tarde, como hombre vigoroso y barbudo. Alguna leyenda beocia lo consideraba hijo de Zeuz y Sémele. Las Bacantes, para honrarlo se reunían de noche a la luz de antorchas, acompañadas de música de flautas, mataban un ternero, lo despedazaban y comían su carne cruda y sangrante. Acometidas de locura religiosa que llamaban entusiasmo, se lanzaban corriendo por los campos con gritos y movimientos desordenados. Este entusiasmo, es la nota que le sirve a Nietzsche para caracterizar lo dionisíaco.

Aun en la Edad Media de Alemania, bajo ese mismo poder dionisíaco, las muchedumbres cantaban y danzaban en las plazas, en estas danzas del día de San Juan y San Guy se reconocen los coros báquicos, cuyo origen viene, por el Asia Menor, desde Babilonia y las orgías saceas.

Es la tragedia el término y el fin de los instintos estéticos, y se ofrece a nuestras miradas la obra sublime y gloriosa y el ditirambo dramático como el fin de estos dos instintos, cuya unión misteriosa, después de un largo antagonismo, se manifiesta en el esplendor, que es, a la vez, Antígona y Casandra.

Sin embargo Federico Nietzsche en su rigurosa disciplina de la depuración de las ideas, sostiene en el ensayo de autocrítica escrito en 1886, que su trabajo le parece un libro imposible, lo encuentra mal escrito, pesado y enojoso, erizado de imágenes forzadas e incoherentes, sentimental y afeminado. Lo señala poco equilibrado y desprovisto de esfuerzo hacia la pura lógica, convencido y dispensado de suministrar pruebas, con dudas incluso que le convenga probar. Hace así el pensador un ejercicio implacable de su acercamiento al universo y el pensamiento griego.

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