Filosofando
Criterios
En casi todos los eventos relevantes que nos ocurren resulta casi imprescindible voltear a ver al coloso del norte y tomar distancia. Es obligado punto de referencia, con demasiadas variables. Compete mirar con atención esta vecindad inescapable y tomar las mejores provisiones para no salir siempre perdiendo. Ya no nos refiramos aquí al despojo que hizo el tío Sam de más de la mitad de nuestro territorio. Eso ocurrió en el siglo XIX, cuando se encontraban en plena expansión y traían nomás la de don Teofilito. Les quedamos en el camino y nos atropellaron. Y tan campantes. Hay un asentimiento tácito sobre aquellos antiguos agravios, de los que poca nota se esparce en los días que corren. Se entiende que en sus escuelas no se hable de su pirataje de territorios. Pero que lo borremos de nuestra memoria colectiva y lo olvidemos, no tiene nombre.
En más de una ocasión, este redactor ha escuchado decir a viejos nacionalistas, bien chapados a lo nuestro, que los árabes duraron en la península ibérica ocho siglos, pero finalmente fueron echados de ella. Y que tal herencia hispana late en nuestras venas. Así que ¿cuál es la urgencia? Habrá que dejar a los gringos que se confíen, porque de que les ha de llegar la hora de que salgan de los territorios ocupados, llegará. Se oye como conseja, aunque suene a resignación.
Hay otras visiones más optimistas, como la que sostiene que poco a poco vamos recuperando de regreso el dominio de tales espacios perdidos. Ahora, en cifras demográficas, viven en la unión americana 56 millones de latinos, de los cuales unos cuarenta son de origen mexicano. De manera que la explosión demográfica hará la tarea de reivindicación de la derrota bélica que sufrimos ante ellos en 1848. Suenan peregrinas estas vendettas, aunque provengan de la racionalización de lo mismo. Hay un fondo de afrenta, de una cuenta no saldada, que nos mantiene insatisfechos ante ellos. Si bien la vida tiene que continuar.
Más complicado vino a ser nuestro trato con ellos, en cuanto se convirtieron en una poderosa nación que nos avasalló ya no sólo a nosotros, los mexicanos, sino también al conjunto en pleno de los latinoamericanos. Pasamos de resultarles vecinos incómodos, por pobres, a mero traspatio de su industria, de sus finanzas y de sus caprichos. Somos el espacio de su vecindario destinado a basurero, al saqueo, a la depredación imparable. Y no se afirma esto con espíritu de autoconmiseración, sino como reconocimiento objetivo de la relación asimétrica que nuestros pueblos latinos han establecido con esta potencia anglosajona en el continente americano.
Más adelante les vino la ventolera de meterse a someter al mundo restante. En dicha aventura no les ha ido precisamente como en kermés, con la banderola del puro ganar-ganar. Es correcto saber que tras el conflicto de la segunda guerra mundial, nuestros amados gringos suplieron en el trono a su adorada Gran Bretaña. Ocuparon su lugar e impusieron su dólar y sus condiciones financieras y políticas. Toda la segunda mitad del siglo veinte tremolaron sus banderas en lo que llamamos occidente. Hubo dos espacios que no les resultaron fáciles de someter, los países de la cortina de hierro y una buena franja de lo que se conoció como ‘tercer mundo’, con China a la cabeza.
Con el desmantelamiento del muro de Berlín, en 1989, se dio como concluida la confrontación entre el bloque socialista y el capitalista. Los analistas de este lado identificaron este cambio de tesitura como la derrota de los países allende el muro, frente a la arrogancia y prepotencia de los occidentales. Como haya sido, lo que sí concluyó fue el torrente de discursos que fincaban su análisis en la ‘guerra fría’. Y, emparejado a este cerrojo, vino la diáspora, la dispersión de los países con bandera de tercermundistas. Tanto los africanos, los del cercano oriente, como los latinoamericanos, pasamos a una etapa en la que parecemos, ante los gringos, como perros sin dueño.
Si esa gran cantidad de países desvalidos no terminan de ajustarse los tirantes, para ponerse a deambular por el mundo como lo mandan los cánones, ¿qué podemos decir nosotros, los mexicanos, que poseemos con los gringos infatuados una frontera física de tres mil kilómetros? Pero ojalá todo se redujera tan sólo a esta vecindad física inseparable. El porcentaje del nuestro intercambio comercial revela con datos más crueles esta profunda asimetría, que no tiene para cuándo emparejar los cartones. Eso de que más del 80% de nuestras exportaciones tengan destino a la unión americana pinta a nuestra economía como totalmente dependiente y sometida al ogro gringo.
¿Qué de raro tiene entonces que desde allá nos lleguen carretadas de blasfemias e improperios, como eso que dijo Trump que de acá les enviábamos como migrantes puros violadores y criminales? ¿O que se iba a construir un muro a lo largo de los tres mil kilómetros de frontera y los íbamos a pagar nosotros? ¿O de que iba a declarar a nuestros narcos como terroristas, para luego perseguirlos, implacables, sin fijarse si huellan o no nuestros territorios? Eso de que en el T-MEC agregaran la cláusula de enviar inspectores laborales, que ahora aducen que serán tan solo agregados laborales, visto en la perspectiva del adefesio general de país que somos ante ellos, es tan sólo una mera mancha más al tigre. Y lo que nos falta de apechugar ante ellos. Más ahora que su predominio mundial empieza a tambalear ante China y Rusia. A nosotros nos corresponde, ante ellos, tener siempre las barbas en remojo. Por lo menos hasta que otro gallo nos cante. Y le seguimos.