Nuestra ya larga pobreza, (III y último)
Juan M. Negrete
El año de 1988 es crucial en la historia del México actual. Se confrontaron las dos visiones de país por imprimir en nuestra vida cotidiana y de ahí nos vino la catástrofe. Los tecnócratas culpaban de todos los males económicos que se iban presentando a los gobiernos habidos del priísmo invicto de sesenta años. Le empezaron a calificar de populismo.
Esa nueva camada de burócratas en el poder se propuso desmantelar al estado benefactor. Era nuestro modelo. El viejo PRI no era socialista ni marxista. Aplicaba el modelo keynesiano de economía mixta. Pero a este grupo arribista, amparado y cobijado en los reductos bancarios, les urgía eliminarla para implantar el modelo neoliberal, el que hoy tenemos. O sea, que se salieron con la suya. Su bastión era el Banxico. Su corazón late aún al unísono con los dictámenes del BID, del FMI y del Banco Mundial. Desde allá nos enviaron carretadas de alfiles y ejecutores que impusieran esa nueva línea.
Se quejaban de no poder aplicar con facilidad las medidas ‘modernizadoras’, por la resistencia de la raigambre popular que había construido el viejo priísmo. En Chile, decían, prosperaba sin dificultad alguna. No captaban que la diferencia con Chile consistía en que allá, en 1973, lo habían tundido con un sangriento golpe de estado, encabezado por Pinochet. Aquí, con todas las deficiencias que señalaran, nos ateníamos a un modelo llamado democrático. Cayeron en la cuenta de que no avanzarían, por más que hicieran sufrir al grueso de la población mexicana, si no aplicaban la fuerza estatal en esta nueva dirección. Ya habían instrumentado en exceso la inflación, las devaluaciones, los empréstitos estratosféricos. Había que dar un golpe de estado, como en Chile, y controlar todos los hilos del poder para aplicar el modelito.
En 1987 expulsaron, primero, del seno del PRI a todos los que impugnaban la tendencia tecnocrática, a la que aún no le llamaban neoliberal. Así salieron, encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas, quienes habían formado la entonces llamada Corriente Democrática, que luego sirvió de base para formar el PRD. Luego candidatearon por el PRI a Carlos Salinas de Gortari, delfín del BID, o sea del FMI y del BM. La contienda electoral, para sorpresa de estos brujos, la ganó Cuauhtémoc. No les tembló el pulso y nos impusieron a Salinas, dando un escandaloso fraude electoral. Fue el año de 1988, que inició una nueva etapa de nuestras amarguras colectivas.
Salinas se sacó de la manga dos bromas históricas. Primero le quitó tres ceros al peso. A todo mundo le resultaban engorrosas las cifras millonarias. Nos pusieron su valor a tenor de los pesos viejos, llamándoles ahora ‘nuevos’. El peso real es y sigue siendo aquel de los tres ceros originales. La segunda broma consistió en difundir a la opinión pública que la causa pesada de la inflación provenía de los aumentos salariales. Controlando los salarios, se abatiría la inflación. El cuento les dio resultado. Eso de contener las alzas salariales se volvió dictamen oficial. Esta mentira oficial nos trajo un tercer cuento, que nos quisieron hacer tragar. Dijeron que por sus medidas tan acertadas, había logrado controlar la inflación. La redujeron ‘oficialmente’ a menos de un dígito y sanearon la economía, por fin, después de tres o más sexenios desastrosos.
Hay que conocer los números de las tres variables clave que venimos manejando. El tipo de cambio siguió su debacle imparable. De pagarse, en 1988, 2,295 pesos por un dólar, con Salinas (en 1994 y sin quitarle los tres ceros) ya erogábamos 3,110. Zedillo recibió un panorama de tipo de cambio dizque saneado. Tres semanas después de ascender al poder, con su famoso error de diciembre, escaló el peso a 5,320 por dólar. Lo dejó en 9,520 al año 2000. Con Fox nada cambió. Para el 2006 lo dejó en 10,875. Calderón, en 2012, lo dejó en 12,998. Finalmente, Peña Nieto se lo dejó a AMLO en 19,682 por dólar.
Ya dijimos que con la danza de la inflación nos hicieron tragar la rueda de molino de que la habían podido controlar. Salvo por las fechas del error de diciembre, que escaló porcentajes de hasta el 50%, siempre nos han emitido el dato de mantenerla bajo un dígito. Pero es un dato contradictorio con la experiencia de nuestros bolsillos, donde nos damos cuenta real de cuánto poder adquisitivo posee nuestra moneda. ¿Cómo ajustar, por ejemplo, el costo diario de las gasolinas o el de las tortillas con tales cifras oficiales y tan optimistas?
Veamos el cuadro de nuestros empréstitos, desde donde también se confirma el pesimismo de nuestra pobreza ya endémica. En números redondos, MMH dejó el monto de la deuda externa en 100 mil millones de dólares. Salinas la trepó, al final de su sexenio, en 138 mil millones, de dólares también por supuesto. Con Zedillo alcanzó la cifra, al final de su sexenio, de 152, 260. Fox la subió a 172 mil. Con Calderón y EPN, perdió toda comprensión inteligible y se ve ya inalcanzable. El primero la subió hasta los 344, 723 mil y el segundo a los 446 mil millones de billetes verdes.
Con una paridad al dólar, cercana a los veinte mil pesos viejos, y una deuda que rasca ya el medio billón de dólares, ¿cuál economía puede reclamarse sana? ¿Qué ciudadanos incrustados en dicho cuadro podrían exentarse de ser calificados de pobres? Ciertamente tenemos algunos ricardos que amasan fortunas de miles de millones de dólares. Ellos sí quedarían fuera de nuestros cuadros. Pero ¿acaso pertenecen a nuestros ateridos y miserables libros de cuentas? Tal es nuestra cruda realidad económica de pobreza generalizada.