Nuestro secreto

Juan Raúl Casal

 

Joaquín está sentado en la parte de atrás de una de las salas del cine Paraíso. Busca a alguien con quien tener sexo esta tarde de viernes. La pantalla grande, ubicada en la calle Libertad, parece otra casona del centro de Guadalajara; el pasillo que lleva al interior tiene carteles de comedias románticas como “Si tuviera treinta” y otras que no pasan de la categoría de clasificación “B-15”. No es sino hasta que los curiosos entran a una de las funciones, que se puede tener la seguridad de que ese lugar es uno de los siete cines porno de la ciudad.

A la izquierda de la tienda de dulces —que también es la taquilla— hay un letrero con el nombre del establecimiento, y debajo está su lema: “será nuestro secreto…”. La frase del cartel es una promesa de confidencialidad para los que no van a ver la película, sino que frecuentan el lugar con el fin de tener un encuentro de sexo casual.

La sala es oscura, mucho más que la de un Cinépolis. Al entrar es difícil ver los 70 asientos y no se pueden distinguir las facciones de las personas sentadas en las butacas. Cuando comienza la película, todos se convierten en siluetas negras. Una de esas siluetas escanea la sala para localizar a una mujer sola o con un marido que no sea celoso. Es común ver a parejas en estas funciones.

Swingers: Dos son compañía, tres son una fiesta y cuatro es un guateque. Estos son matrimonios que buscan a alguien que tenga sexo con uno de los dos, mientras que el otro observa. Al buscar en Google “cines porno en Guadalajara”, algunos de los comentarios no son recomendaciones sino preguntas como “Voy a ir hoy con mi vieja ¿quién se anima a hacerle el amor?”. También puede haber un intercambio temporal de parejas, para muchos esto es lo óptimo.

Los intérpretes: Para ellos la acción en pantalla no es suficiente, quieren la experiencia sensorial completa y que los demás la disfruten. El ser vistos por el público es un elemento extra de placer que no encuentran en un motel o en la privacidad de sus casas, y no temen que dentro de este los arresten por exhibicionismo.

No son sólo parejas o matrimonios, algunos van solos. Joaquín comenzó a frecuentar las proyecciones porno cuando tenía 18 años, hoy tiene 48. No fuma, bebe muy poco y no consume drogas. Para él, sus visitas al cine Paraíso son su único “defecto” y un buen método de relajación luego de salir de la construcción. “Si no tienes un vicio, tienes otro”, dice, y luego se pasa los dedos por su tupido bigote negro.

Según la Comisión Nacional contra las Adicciones, las cosas de las que más se abusan en México son el alcohol, tabaco y marihuana. De acuerdo con esos números, Joaquín tiene suerte de no ser aficionado a esas cosas. De lo que no pudo escapar fue del estándar sexual imposible que retratan las películas tres equis. Cuenta cómo hay días en los que no va a trabajar o a otros compromisos por ir a buscar a una mujer que le pueda dar la satisfacción que parecen tener los actores cuando gimen al unísono. Después de eso sigue con su vida, hasta la próxima vez que su cuerpo le avise que tiene otro de sus impulsos incontrolables.

Entre las sombras y los gemidos de la rubia de la pantalla, una pareja se sienta en la primera fila; la mujer pone su mano derecha sobre el muslo de su acompañante, luego procede a masturbarlo. Al darse cuenta de lo que ocurre, el cliente estrella sonríe y asiente con la cabeza, comienza a hablar del gusto que le da ver que hay matrimonios que sí cumplen con sus fantasías. “La comunicación es lo más importante en una relación”, comenta y se expande en su lugar. Tiene casado 31 años.

La esposa de Joaquín lo espera en su casa, no sabe de sus gustos por el séptimo arte ni lo que va de la mano de éstos. Sostiene que si hubiera descubierto los cines porno antes, ni hubiera llegado a la Iglesia aquel día. El bombero eyaculó en el cabello de la rubia y terminó la película; el brillo azul que adquirió la pantalla le permitió al albañil voyerista ver a un policía amigo suyo.

El gendarme que parece tener más de 50 años ocultó su nombre, pero no la placa que colgaba de su cuello. Le dijo a Joaquín que una mujer de la otra sala le hizo sexo oral y que María, la prostituta embarazada, lo masturbó por 300 pesos. En los cines porno —que lo permiten— “hay más putas que palomitas. Somos colaboradores y ellas colaboradoras”, narra Joaquín entre su risa y la de su compadre.

Mientras que los dos camaradas comparten anécdotas en la primera sala, detrás de la taquilla-dulcería Ariel, el encargado de cobrar, cuenta los billetes que le dan los deseos carnales de los tapatíos. En lo que a él le concierne, lo que sucede dentro del lugar en el que trabaja es algo necesario. “Quítale a un Oxxo todo lo que hace daño…, pues no, ¿verdad? Aquí es lo mismo”, comenta al meter el dinero en la caja.

El cine Paraíso se mudó del centro de Guadalajara a la calle Libertad hace un año. Ahora la casona en la que está tiene una lámina traslúcida en la parte del patio que no tenía techo. Todos los que pasan por la sección en la que Ariel se sienta, bajo la luz diáfana donde antes se podía ver el cielo, saben que la discreción de todos los asistentes y los barrotes de la puerta los protege de los juicios del mundo.

En lo que concuerdan el albañil, el policía y el dependiente es en que los viernes a partir de las siete de la noche es el mejor momento para ir a ver una película ahí, ya que es cuando se junta más gente. Joaquín describe el inicio de fin de semana como opciones interminables “Una, dos, tres, como las cachetadas: las que quieras”. Cuando dice esto, en sus ojos se puede ver que pasa un montaje de recuerdos de las veces que no vio la cinta, y fue el amante huidizo que después regresó a casa con su esposa.

Para muchos está mal lo que sucede dentro del cine Paraíso, aunque estrictamente hablando ahí no sucede nada que no pase dentro de muchos hogares. Es por eso que están presentes cosas como la puerta abarrotada y el radar que tiene Ariel para identificar a los inspectores. Quienes asisten, muchos no tienen membresía ni lo ven como un club, pero cuando es preciso todos dicen la misma frase, como si eso fuera necesario para identificarse como gente de fiar: “será nuestro secreto”.  

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