¡Oh, la impunidad!

Felipe Cobián R.
Más evidencias de que la violencia e inseguridad en México se han enseñoreado y parece no haber forma a la vista de que esto termine ya porque el mal viene de la impunidad, hija predilecta de la corrupción en las distintas estructuras de la sociedad, pero escandalosamente enquistada en todos los niveles de gobierno que lo permiten todo porque todo se lubrica con dinero, prebendas e influencias están los asesinatos habidos hasta ahora de tantos comunicadores.
El más inmediato es el ocurrido ayer martes 15 de mayo en Villahermosa, Tabasco, el del conductor, periodista y empresario radiofónico Juan Carlos Huerta Gutiérrez, ultimado cuando se dirigía a su trabajo y, precisamente cuando se cumplía un año de otra artera ejecución, la del periodista y escritor sinaloense, Javier Valdez.
Nadie sabe hasta ahora las causas, pero la primera y casi única línea de investigación, como las de los demás diaristas caídos en circunstancias similares, es su desempeño en los medios de comunicación.
De acuerdo con las estadísticas, el número de periodistas asesinados del año 2000 a la fecha suman 123 y de este número 43 se han cometido en el sexenio de Enrique Peña Nieto.
Sólo en este año han sido eliminados así, incluido el caso de Huerta Gutiérrez, cuatro periodistas: José Gerardo Martínez Arriaga, editor de noticias de El Universal, fue asesinado el 6 de enero en la capital del país; días después, el 12 del mismo mes, fue agredido y muerto con arma blanca, Carlos Domínguez Rodríguez, del Diario Nuevo Ladero, en dicha ciudad; en Veracruz fue ultimado Leobardo Vázquez Atzin, quien fuera colaborador de un La Opinión y de un portal de noticias.
Estos hechos tienen colocado a México como uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo, incluso sobre los lugares en guerra en Medio Oriente, en donde los riesgos directos por los conflictos son evidentes.
En nuestro país, en cambio, las causas de tantas muertes, e incluso desapariciones forzadas, independientemente del creciente número de robos y asaltos son, preponderantemente por ajustes de cuentas entre involucrados en el crimen organizado.
Cuando se trata de ejecuciones, y desapariciones, que tienen que ver con cárteles o, al menos las autoridades tienen esa sospecha, la policía prefiere hacerse disimulada y no investiga por oficio, deja las cosas los hechos al margen en la medida de lo posible. Apenas si hace como que investiga.
No hace poco un investigador policíaco me contaba que una de las reglas no escritas para
estos casos es dejar las cosas como están, “a menos se recibas una orden de arriba” o sea mucha la presión social, como fue el caso de los tres cineastas”. En otras ocasiones “son los mismos de la maña los que hablan y dicen: “ahí ni le muevas”.
¡Oh, la señora impunidad! Engendro de la corrupción campante y reinante en este país.

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