Otra vez botones rojos

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Nadie tiene la vida comprada. Lo sabemos. La salud tampoco. Tras un leve quebranto en la semana anterior, volvemos a las andadas en nuestra columna con la rutina de acompañar a los sufridos lectores a reflexionar sobre lo que nos va pasando; a metabolizar la realidad presente y sus bolos indigeribles. Entre las tareas que cogemos unos y otros, le vamos saliendo al paso hasta a lo indigerible mismo. Ahí vamos pues.

La semana pasada hubo dos notas muy positivas. Nos llegaron del polígono de Sudamérica. Hace un año hubo elecciones en Bolivia. El candidato del MAS (movimiento al socialismo) fue el propio presidente en funciones, Evo Morales. Oímos claramente que ganó y se llevó más del diez por ciento de los votos sobre el segundo. Pero como que ya lo traían entre ojos los opositores, se le volvieron frazada con piojos y no solamente no dejaron que proclamara su triunfo, sino que hasta golpe de estado le dieron. Tuvo que salir de Bolivia, para salvar el pellejo.

Nuestro gobierno se aventó el puntacho de salvarlo de la ira de los golpistas. México envió un avión de la fuerza aérea y lo rescató, antes de que fuera tarde. Aquí lo tuvimos unos días, como presidente depuesto. Eso es lo que consiguió por haberle ganado la elección a la derecha racista de su país. Pero como que le quedaban muy retirados nuestros escenarios para promover y participar en la nueva contienda electoral, que se estaba cocinando. De aquí arrancó a Argentina, desde donde le resultó más fácil estar metiendo las manos en la contienda electoral. La posponían una y otra vez. Hasta que la presión social les obligó a desahogar el expediente. El resultado final fue un triunfo contundente de la fuerza del MAS, de nuevo. Luis Arce obtuvo un 55% de la votación total. Son números muy parecidos a los que arrojó la elección nuestra en el 2018. Los golpistas, que argumentaron que había habido fraude en la elección anterior, recibieron un tapabocas contundente y no han vuelto a decir ni pío. Bueno, ni la desastrosa OEA. Siempre se anda prestando a sacarle los trapos sucios al imperio para que éste logre imponer en los puestos de autoridad a nuestra peor carroña. Ahora anda por ahí, calladita, sin chistar, que no la calienta ni el sol.

Saltando la cordillera andina hacia el océano pacífico, el pueblo chileno llegó también a la cita de un postergado plebiscito. Obligaron al gobierno de Sebastián Piñera, que no quería ceder pero tuvo que hacerlo, a someter a referéndum la aceptación o el rechazo de la constitución vigente. Es obvio que la derecha chilena no quería que este paso fuera consumado, pues se trataba de poner a remojo la constitución que el dictador Augusto Pinochet impuso a sangre y fuego en 1980 y que se sostenía, con el argumento de las armas, normando la vida económica y social del país andino.

Las preguntas fueron dos. La una, si se aprobaba o se rechazaba una nueva constitución. En caso aprobatorio, habría que ir buscando la figura de la redacción de la nueva. El resultado fue tanto o más contundente que los números obtenidos en Bolivia. El 78% de los electores ‘aprobó’ que se redacte una nueva carta magna. Eso quiere decir en castizo que Pinochet y sus aduladores neoliberales ya pueden ir recogiendo sus bártulos e irse con su música a otra parte. La segunda pregunta del plebiscito pintó al mismo tenor que la anterior: ¿Qué la nueva constitución sea redactada por constituyentes nuevos, escogidos por la población para dicho fin, o que le entren a dicha chamba los parlamentarios ya en uso? También aquí se soltaron el pelo nuestros hermanos chilenos y les dijeron lo que debían decirles: Que no se pone vino nuevo en odres viejos. Más claro, no canta un gallo.

Eran las dos notas por comentar. Un poco a destiempo, pero va la tiza para trazar las rayas. Que los sufridos lectores saquen a retozar su alegría por tales triunfos o que pasen por encima de ellos. Son logros populares que no se ven todos los días. Así que, cuando ocurren, hay que festinarlos a todo lo que dan. Ya metidos en la dinámica de las ocurrencias de la semana, vimos y oímos (aparte de la parafernalia desatada en torno a la elección gringa) que le iban a ajustar las cuentas a un delincuente sexual, Keith Raniere, líder de la secta NXIVM. El angelito fue detenido entre nosotros, en Puerto Vallarta, hace unos tres años. Se le descubrieron muchos hilos que llevan su influencia a grupos elitistas o poderosos. Se coló información que, de entre algunos de los grupos sociales nuestros, puede hablarse de universidades privadas prestigiosas, de damas de familias selectas y también de changuitos influyentes metidos en el ajo. Se maneja, entre otros, el nombre de Emiliano Salinas de Gortari Ocelli, hijo del expresidente Carlos Salinas. No se escucha decir que a estos juniors les estén tendiendo la cama para un juicio.

Al cabecilla le endilgaron una sentencia de 120 años. Como ya cuenta con 60 años, no le va a ajustar la vida para cubrir el monto temporal de dicho castigo. Es pues una cadena perpetua. Que sus abogados iban a apelar, dijeron. Pero lo más probable es que dicha sentencia ya no sea modificada. En tanto, a todos los demás, los que titiritamos en este triste valle de lágrimas, no nos queda de otra que hacerle frente a las veleidades de nuestros gobernantes locales mostrencos, que ahora se sacaron de la manga la pichada de que tendremos dos fines de semana con botón rojo de emergencia. ¿Qué significa eso? Lo que sea, pero no pinta a nada positivo. Le seguimos.

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