Cansado ya de trabajar de sol a sol en el campo ─cuando había trabajo en temporada de lluvias, sin ganar siquiera el mínimo, Melquiades sólo tenía dos opciones, si no para salir de la pobreza extrema, sí para sobrellevar mejor su vida, la de sus padres y hermanos: manchar de negro sus manos en la cosecha de la amapola o buscar el sueño americano.
Fue así que un día cualquiera de hace casi un año, se acercó a un “coyote” de su pueblo en la Costa Grande de Guerrero:
“Me quiero ir a Estados Unidos, ¿cuánto me cobras? Ya decidí irme. Como estuviste allá sabes todo el movimiento y a todos los que mandas entran sin papeles ni nada; sabes cómo hacerle, a eso te dedicas, tienes tu gente.
─La cuota mínima por ser a ti y a todos los de aquí que quieren irse, les cobro 8 mil 500 dólares (alrededor de 161 mil 500 pesos) con facilidades de pago a un año, como ya sabes, Mel.
─¿Y si no paso?
─Mi compromiso es ponerte del otro lado a como dé lugar. Si no pasas, pos no me pagas. ¿Con qué me vas a pagar? No tienes ni en qué caerte muerto. Tú nomás consigue el pasaje hasta la frontera de Mexicali o Tijuana, pero es mejor que te vayas a Mexicali. De ahí para allá nosotros nos encargamos.
Melquiades, de 21 años, de un metro 55 centímetros de estatura, moreno, delgado, despierto, consiguió lo del pasaje en autobús y partió junto con tres paisanos más y en menos de una semana ya estaba mirando Caléxico, California junto con sus compañeros. Tarde se le hacía escalar el muro de Donald Trump.
Tardaron varios días observando cómo le hacían otros, recorrieron varios tramos de la “línea” del lado de la capital bajacaliforniana y viendo sitios propicios y escuchando los consejos de los cómplices “coyotes” de su paisano. Recibieron varias explicaciones y les dieron santo y seña de por dónde podrían meterse, en dónde refugiarse de uno y otro lado y cuáles horarios serían los más adecuados. Y lo más importante, a quiénes contactar.
“Los contactos que nos dieron nos dijeron que estuviéramos alerta todo el tiempo, que viéramos al otro lado el movimiento de las patrullas blancas de la Migra a qué horas pasaban y el tiempo que tardaban en regresar. Era un pasadero cada rato y a todas horas, de día y de noche.
A los dos tres días hicimos el primer intento. Los que se dedican a ese jale ya estaban listos con escaleras de cuerda o sogas con ganchos de varilla. Aventaron la primera y falló, no alcanzó a engancharse. Hasta la segunda vez. Y ahí vamos los tres.
“Rápido, uno tras otro trepamos.stá bien alto, como esa palmera de alta, de unos diez metros, más alto que ese poste de luz. Son, usted ya las vio, como vigas cuadradas de fierro muy resistente, y nos fuimos deslizando por ellas ya de este lado de Estados Unidos, como nos habían dicho. Apenas cayó el último, que llega la Migra y nos agarra a todos. Nos metieron a la cárcel y como a los cuatro días malcomidos, nos sacaron y nos echaron a Mexicali de nuevo. Pero no se acabó la ilusión. Nos dijeron los coyotes que había que intentarlo nuevamente al día siguiente o pasados unos días, dependiendo como estuviera la cosa.
“Ahí cerca de la línea, sin que nos vieran los migrantes, hicimos guardia. Pronto se presentó la oportunidad en pleno día cuando hay más movimiento y se puede uno perder entre las casas o la gente, cuando hay. Uno de mis compañeros no pudo brincar porque se le rompió la cuerda. Cayó y se fracturó. Después supe que los mismos coyotes lo regresaron al pueblo, en avión hasta por allá cerca.
“Yo caí en y me ensarté en la segunda hilera del alambre de navajas bien filosas desenrollado que están al pie del muro. Me sangré mucho la pierna izquierda pero no fue nada grave. El otro paisano que trabaja acá de coyote en combinación con el de mi pueblo, nos trajo a los tres que quedamos hasta Los Ángeles. De ahí, yo me vine a Oxnard a casa de un amigo de Guerrero a trabajar en la cosecha de la fresa”.
─¿Y cómo te ha ido en este, casi un año, cuánto ganas y cuánto debes al que te mandó y les envías dinero a tus papás?
─Me ha ido bien; diario trabajo en el corte de fresa… bueno, a veces escasea, como ahorita, pero luego consigo otro. Gano poco más de 14 dólares la hora (266 pesos), pago 300 dólares (5 mil 700 pesos) de renta mensual junto con otro amigo y cada mes les envío la mis papás para ellos y para que le paguen al fulano. Con decirle que ya le he pagado 7 mil 500 dólares y me faltan sólo mil para acabar con esa deuda.
Melquiades, para quien el muro “impenetrable” de Trump fue el último obstáculo que venció, como lo hacen otros, pese a todo, dice: “Estoy muy bien, estoy feliz de vivir acá porque ayudo a mis padres, a mis hermanos aunque lejos de ellos. Hoy, cuando parece que todo va viento en popa en su conquista del “sueño americano”, se moviliza en su propio vehículo que está pagando pero que antes ni siquiera había pensado.
“De lo que estoy más feliz de estar en Estados Unidos, es el haber brincado, de haber vencido ese muro tan alto de Trump que dijo que nadie pasaría y muchos, hasta donde sé, li han hecho y se siente uno orgulloso de hacerlo.