Paradigmas

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Eduardo Jorge González Yáñez*               paradigmas

 

La ciencia —generosa creadora de conocimiento, dominada por hombres— se ha proclamado, al menos desde tiempos de Voltaire y Marie Lavoisier, indiscutible portadora de la verdad. Por más de doscientos años, la ciencia ha contado su propia historia de superioridad epistemológica a través de la razón y legitimado sus saberes con un método que, según las personas científicas, revela conocimiento con incontestable exactitud. Contestable es esa creencia, si se toman en cuenta las estrategias simbióticas que han utilizado los científicos para legitimarse a través de su método y legitimar su método a través de ellos mismos; si se considera la manera en la que han deslegitimando otras fuentes de saber, y si se miran otras maneras de concebir y entender el mundo, descartadas por irracionales, por ingenuas y por inadecuadas.

En tiempos de un virus que vino de la China continental y se expande por todo el mundo, la ciencia se vende a quien puede pagarla. Nadie sabe muy bien cómo opera la enfermedad pero todos y todas tienen algo qué decir. Todos y todas han escuchado algo. Por ser un tema de seguridad, de salud, o para que el tiempo en confinamiento pase más rápido, el virus aparece en boca de todos. Y a nadie parece ocurrírsele nada más.

Pero en las cumbres nevadas del Caribe colombiano, sumergidas en el sistema montañoso litoral más alto del mundo, las comunidades indígenas saben algo: que eso de estar repitiendo es para la gente que no tiene imaginación para pensar en otra cosa; y hacen un llamado a tener dignidad y responsabilidad por lo que se habla. Por medio de un halo de conocimiento ancestral, las sagas (mujeres sabias) saben que llamar a la enfermedad por su nombre y divulgarla por redes sociales, la atrae a sus territorios y, a través de la Coordinación de la Mujer del pueblo Wiwa, han convocado a las 60 mil personas que habitan la Sierra Nevada de Santa Marta a dejar de nombrarla.

Las indígenas saben y dicen que en la creación, las cosas responden por su nombre y vienen cuando se les llama. Y si aparece un incrédulo inusual, hay un abuelo que se lo explica.

—Cuando tienes un perro y quieres que venga, ¿qué haces?

—Lo llamo por su nombre.

—¿Y viene?

—Claro que viene.

—¡Ah! ¡Qué difícil para la gente hacer las conexiones! ¡No tiene mucha ciencia!

Claro que no la tiene. Y en América Latina, tierra de machismo, racismo y opresión, donde los pueblos originarios han sido condenados al olvido y el desprecio, y la inercia nos gobierna, nadie los oye. ¡Estarán locos! Pero en realidad, ¿quién está loco? ¿Alguien no lo está? ¿Quién necesita de la locura ajena para autoproclamarse cuerdo? ¿Quién detenta el poder para relegar a los demás, y cómo ha conseguido ese derecho?

En tiempos de incertidumbre, las indígenas ofrecen, desde su fe, una certeza que les ha sido develada. Una invitación a que si uno no tiene tema de conversación, no hable por hablar. ¡Qué inteligente! Y en tiempos de celebrar la diversidad, hacerlo es, también, celebrar la diversidad de paradigmas.

 

Foto: Opinión Caribe