La jornada electoral gringa recién escenificada a todos los interesados en estos malos negocios, que son los de la política, nos tuvo toda la semana parados de pestañas. Hubo flujo de votos desde antes del día del sufragio, tal cual se estila en todos los países en los que vivimos estos acontecimientos. La atención ya se estuvo tensando en torno al mero número que transitaba por el correo. El que se encargó de mover y promover ante el público que se trataba de un mecanismo fraudulento [eso de enviar por correo el voto con anticipación] fue el propio presidente Trump, quien a su vez andaba de candidato. Por lo menos sus seguidores y votantes le pusieron atención. Si tenía o no la razón en el punto, se dilucidará con los acontecimientos por venir. masacre
Luego vino el mero día, el gran martes, como suelen calificar los gringos a sus cosas y procedimientos. Es grande el día electoral. Seguramente tendrá más de 25 horas. El lema de uno de sus candidatos es MAGA (por sus siglas en inglés]. Luego tiene uno que andarles traduciendo todo para que se entiendan sus circunloquios. Make America great again, tiene que dejar en claro que aunque utilicen el concepto propio del continente, en labios gringos y hasta en sus frases escritas, sólo significa su pedazo de país. Por muy extendido que esté, no abarca todo el continente. Pero algún día lo entenderán. O tal vez nos moriremos con la esperanza prendida.
Pues aparte de referirse a todo el continente como si sólo estuvieran hablando de su propio país, el lema de su candidato republicano [que vino a repetirse de su campaña anterior] consistió en ‘volver a hacerlo grande’. Tal vez sientan que se les esté inundando por las costas del atlántico, tras cada ciclón, y que están perdiendo territorio; o tal vez supongan que si el cambio climático termine elevando algunos metros los niveles del agua del mar, perderán muchas de las planicies que estarían expuestas por estos cambios. O no se sabe. Volver a hacerlo grande querrá decir muchas cosas. Pero la neta tampoco se vio que les preocupara mucho el confuso significado del contenido de dicho lema a todos los que agitaban esas banderas, que eran los seguidores del presidente en campaña.
Pero la jornada concluyó y vino el conteo. Toda la noche del martes fue una jornada perdida para los que quisimos enterarnos de los avances que arrojaban las cifras de sufragios. El esquema electorero gringo está tan garigoleado al grado de decir que casi ni ellos le entienden. Y eso sería mucho conceder pues si entienden que pueden hacer grande algo que no cambia de tamaño, ¿cómo no van a entender que el voto secreto, universal y directo sirve para elegir a un presidente sin darle tantas vueltas? Pero en fin.
Ellos tienen allá un esquema de colegios electorales estatales y para cada colegio, los votos arrojan el triunfo de unos cuantos. La cifra varía. Hay unos de cuenta voluminosa, como el de Texas o el de California. Aunque el número de la mayoría de tales colegios no pasa de una decena. Como sea, con decena y decena la cuenta va subiendo. Y el que gana el estadito en cuestión suma delegados, que al final serán los que le levanten la mano al ejecutivo electo.
Lo realmente extraño de todo esto es que el proceso del conteo sea tan lento. No es complicado entender que cada estadito tenga su centro de cómputo. Tampoco que estos centros estén sujetos a las variables de los propios tribunales estatales. Ni que puedan surgir diferencias a la hora de registrar el conteo final y que cualquiera de los contendientes solicite el recuento y que le sea concedido. Sólo en países absurdos como el nuestro se da el caso de que aunque salga toda la población a la calle a exigir que se cuente voto por voto y casilla por casilla, porque la diferencia del resultado final es menor a medio punto porcentual, la petición simplemente no es escuchada, mucho menos concedida. ¡Pero con los gringos, que todo lo conciben en grande!
El punto inesperado vino a ser un hecho, que tiene lógica, pero que los que lo objetan no lo previeron. En las cuentas de algunos estados todo apuntaba al triunfo de la planilla roja, o republicana, o trumpeana, para darle más precisión al dato. Pues mientras más votos se contaban, la diferencia vino disminuyendo y en algunos casos hasta invirtiéndose. Los números del que iba perdiendo rebasaron a los del que ya cantaba victoria. Y con la variante de que el que gana una suma estatal se lleva todo el cúmulo de los delegados, pues pronto vimos a los que se empezaron a poner amarillos de coraje. Ya andaban de rubios, pintados o no. Pero con esto les resaltaron hasta las cejas.
Fue cuando se escuchó el grito estridente del candidato republicano, que funge de presidente en funciones, de que pararan el conteo, porque hay fraude. Que hubo fraude, que va a impugnar todo el proceso y que… lo que resulta obvio como fondo de su protesta… que acepte el mundo que él ganó. Eso de las pruebas objetivas y la solidez de lo actuado, lo dejamos para otro día.
Hace ya muchos años, cuando transcurría feliz mi juventud, viví un desastre deportivo. Fuimos muy alegres y contentos a enfrentar a un equipo de cadetes del Colegio del Aire para un partido de fútbol. Nos recetaron la friolera de diez goles contra dos. El público, totalmente decepcionado, gritaba a voz en cuello: Ya paren esa masacre. Pienso que sería un buen consejo para el perdedor presente de estas elecciones gringas. Aunque como ellos todo lo hacen en grande, tal vez estén planeando también una masacre para recordar.