Felipe Cobián Rosales
Si nos atenemos al mensaje de Andrés Manuel López Obrador como ganador de la contienda electoral que concluyó este primero de julio en las urnas, debemos creer que sí puede ser el buen presidente que quiere ser y que tanto ha anhelado el pueblo mexicano, en particular, después de tan corrupta y desastrosa administración como el actual.
Su primer discurso pareció de buena fe, convencido y convincente; sin aquellos arrebatos y lances agresivos que dominaron la mayor parte de sus 18 años de campaña interminable por todo el territorio.
Los lineamientos generales, en primera instancia, de lo que será su gobierno no fueron, ciertamente, los de la proclama del soberbio en el triunfo, sino lo que pareció el meditado justo medio que demanda la nación en momentos tan frágiles, en que hay polarización política y social, sobremanera cuando hay derrotados de por medio.
A esto contribuyó, no cabe duda, el reconocimiento rápido de Peña Nieto al ganador y lo que hicieron por su lado José Antonio Meade, Jaime Rodríguez, El Bronco, y Ricardo Anaya, en ese orden.
De entrada, el virtual presidente de México que más votos en su favor ha obtenido desde cuando el partido del gobierno ganaba de todas, todas (José López Portillo ni siquiera tuvo contendiente), destacó en su cuasi homilía su agradecimiento a quienes votaron contra él y a los tres candidatos que reconocieron su triunfo:
Luego hizo una llamado “a todos los mexicanos a la reconciliación y a poner por encima de los intereses personales, por legítimos que sean, el interés general”.
En seguida dijo que no traicionará la confianza que en él han depositado, que gobernará con rectitud y justicia; “no les fallaré porque mantengo ideales y principios que es lo que estimo más importante en mi vida”.
Contra lo que de él se creía, prometió que su gobierno no será autoritario ni dictatorial; que habrá libertad de asociación, de expresión, de conciencia, de creencias y de empresa, y que el Banco de México mantendrá su autonomía.
Sobre el combate a la corrupción, “fruto de gobiernos decadentes” dijo que castigará a sus mismos correligionarios si es necesario “porque el buen juez por su casa empieza” y prometió revisar los contratos en materia energética.
Se comprometió también a velar por los más pobres, humildes y marginados como los indígenas.
Aunque del dicho al hecho hay mucho trecho, esperamos que las promesas no queden en eso. Habrá que darle voto de confianza y tiempo requerido para que se empiecen a ver los cambios y a poner en práctica sus promesas.
Por su mensaje, debemos reconocerle a AMLO el aprendizaje que tuvo en los tres intentos por ser presidente y que esa terquedad que lo llevó al triunfo, se vea coronada con el bien a la sociedad y que dentro de seis años se le empiece a extrañar… por su buen o excelente desempeño.
Tiene en su favor haber aprendido en la universidad de la vida, en la descarnada realidad mexicana sin haber pasado por alguna elitista universidad al estilo norteamericano que sólo nos han dado tecnopresidentes, no presidentes antropológicamente conocedores y amantes de lo nuestro.
La esperanza está en sus manos. Con esa cantidad de votos, tiene todo para transformar a México y sacarlo de la senda perdida por la inseguridad, la violencia y la impunidad, coronas de la corrupción atroz que sufrimos.