Para R. Cansinos Assens, en su Estudio literario crítico de Las mil y una noches, de m aguilar editor, S.A., México 1989, introductorio de la obra, ese pueblo nació poeta porque nace apasionado y pasional y se forjan en el desierto, infinito de arena, con el cobijo del cielo también sin fin, con estrellas que deciden destinos. Afirma Cansinos Assens que hay una dirección en doble sentido, lírica y épica, en especial en cantores de la época llamada de la ignorancia.
Después de la etapa de la ignorancia de Alá, llega la del Islam, en la que la poética más intensa la vive el palacio del jalifa Harunu-r-Raschid, de Bagdad, aunque también genera brillo intenso en los de jalifas umeyas en Dimechk, en el primer siglo. El ciclo de Harunu, es el Siglo de Oro de la poesía árabe. Para decaer luego por consecuencia con la decadencia del mundo político, de la mano de la desaparición de Harunu, en lo que se conoce como su tercer época.
La interinfluencia entre persas y árabes se percibe en el intercambio en el que los primeros absorben la métrica árabe y los árabes se oxigenan del tono, la delicadeza y elegancia persa. En ese vaivén de influencias la poesía se enriquece a la vez que se adultera. Los árabes son básicamente líricos, de un estado anímico intenso, hasta convertirse en inestable, sus raíces confluyen con el salmo hebreo, nacen de emoción momentánea, irrumpen en un torrencial de figuras, que cortan luego, con la consumación de la excitación original.
Como David en su lirismo, mantienen terapia psíquica los descendientes semíticos de Ismael. No hay trabajo de pulimento, la poesía es ligera como narración, es escrita solo en su memoria y en la emoción, los creadores son como Tárafa, Ovidios de las arenas y analfabetos de genio.
Con Harunu-r-Raschid y los príncipes abbasies, hubo poesía escrita, como la de griegos y latinos, pero conservó su génesis momentáneo, una reacción a emociones y enunciados de determinado tema, a que favorecía la falta de rima, como la conocen los del occidente, con abundancia de libertad gramatical, que se permitían los poetas.
El fenómeno responde a sensibilidad de raza, a la impresionabilidad, a la dinámica temperamental, siempre en erupción afectiva. El fenómeno de intensidad lírica corresponde a manifestaciones somáticas paralelas, la palidez o el arrebolamiento de semblante, la emisión de lágrimas y orina, desmayo, que la vivacidad de las afectos determina, con un evidente contenido de neurosis.
Los versos de los poetas de los tres periodos, muestran variedades líricas, creadas por los árabes, con los tonos emotivos que sufren, de epinicio o elegía, de madrigal o epigrama. En ellas encontramos la idea justa del temperamento personal de su canto, pasional e impulsivo, proyectados en versos de estridente impacto, meteoritos sin interés de ser estrellas permanentes.
El tema que más se distingue es el de eros, de amantes, y que, alcanza los distintos niveles de la pasión, un arrobo triste y ardiente hasta orgiástica expresión de enamorado triunfante. La complejidad emocional se manifiesta a la vez en poemas eróticos de la nota pesimista, un lamento de inspiración por previstas dificultades que se oponen al amor naciente, en el que predominará la ausencia, que se proyecta, como símbolo de la partida, sobre amantes de una raza nómada y que cambia fatalmente de sitio.
Toda la melancolía y el pesimismo, que se manifiesta en angustias, presentimientos y temores, cuando no hay que temer, arranca, de una psique de la raza, de su literatura antigua, de la disposición emotiva, original e infantil, cultivada en el alma de ese pueblo nómada.
El beduino de esas narraciones en los arrebatos pasionales, no se desvanece con suavidad, cae de un golpe, afectado, dicen quienes lo describen, de alferecía. Los estudiosos del tema afirman, que lo que los poetas árabes dicen del amor y sus amadas, puede encontrarse, aunque parezca paradójico de un pueblo considerado sensual, los elementos del romántico o mejor dicho, caballeresco, y que en Europa aparecerá hasta el siglo XIV, con el florentino Dante.
Podemos encontrar a Tárafa, Antara y otros antiguos árabes, retocados en la posteridad por los rapsodas con gusto y de moda persas. Por ahí pasan los héroes de la novela caballeresca europea, Rolando y Amadis, hasta el último afiebrado de caricatura, el personaje de la Triste Figura.
Enriquecieron de emociones la poesía árabe las tribus como la de los Benu-Uzra, individuos de la cimiente de Dante, que morían de amor cuando les negaban sus anheladas Beatrices. Al propósito nos dice Cansinos que la poesía árabe nos muestra la injusticia de detractores de los semitas, como Roso de Luna, que los tachan de grosería sensual, de insensibilidad para el amor de forma distinta a la sexual. Es inexacto además de injusto rebajar a los semitas, con afán subjetivo de ensalzar a los arios, intentar vestir la pasión de coraje erudito.
Insiste que la lírica erótica siembra con sus madrigales las historias, a tiempo que prueba que el alma semita siente el amor con la misma nobleza y pureza que los arios, al escribir poemas de amor que no envidiarían a los de Rama y Sita o de Nala y Damayanti, de la antigua literatura sánscrita.
Nosotros agregamos que mucho de ello lo heredó nuestra poesía popular, a través de la fusión racial, cultural y emotiva de iberos y árabes, con especial empeño la que acompaña la música convertida en trova y bolero, que impacta con su intensidad lírica y su vívida y emotiva descripción.